La Calzada del Gigante, todo un fenómeno geológico.
En un reciente viaje a Irlanda del Norte he podido disfrutar de uno de los fenómenos geológicos más extraños de la Naturaleza que he observado en mi vida. Es la llamada Giant´s Causeway o Calzada del Gigante formada por varios decenas de miles de columnas de basalto.
Algunas tienen más de 10 m. de altura y se encuentran concentradas en columnas verticales, casi todas hexagonales, a orillas del mar del Norte en el condado de Antrim. En cuanto planifiqué este viaje a Irlanda la Calzada del Gigante se convirtió en uno de los objetivos prioritarios para visitar. Y es que este es uno de esos lugares donde a la Naturaleza se le dio por experimentar con la geología, y que además es Patrimonio de la Humanidad, Parque Nacional y origen de antiguas leyendas.
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Cómo llegar a Giant´s Causeway
Aunque se puede llegar a la Calzada del Gigante en excursiones organizadas desde Dublín o Belfast, decidí alquilar un coche para recorrer tranquilamente otros rincones de de la costa y los pueblos de Irlanda del Norte. Pero antes una recomendación: si alquiláis un vehículo, no lo hagáis en Sixt ya que os cobrarán el depósito de combustible completo y a la hora de entregarlo no te devolverán la diferencia aunque el depósito este casi lleno.
Saliendo desde Dublín sólo hay que dirigirse por la M1 hacia Belfast ya en Irlanda del Norte, y recuerda que aquí estás entrando en territorio británico. Si tenéis tiempo no dejéis de visitar los murales de las zonas católicas y protestantes producto de los conflictos político-religiosos que han asolado el Ulster durante décadas. Pero esta es otra historia.
Para salir de Belfast hacia el norte hay que tomar la M2 en dirección a Ballymena y de aquí la A44 hacia Ballycastle. El paisaje rural de Irlanda se vuelve de un verde omnipresente a medida que avanzamos hacia el norte y sólo con ver las banderas que ondean en las casas sabremos si estamos en una zona pro-irlandesa o pro-británica.
Poco antes de llegar a Ballycastle hay una desviación hacia la izquierda que señala hacia la Giants Causeway. Esta es la ruta que lleva hacia la costa y los blancos acantilados de Larrybane. Justo aquí hago la primera parada para recorrer el camino a Carrick-a-Rede.
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El camino a Carrick-a-Rede y su balanceante puente colgante
Esta zona ha sido el campo de acción de los pescadores de salmón que durante siglos han ido creando caminos y veredas a lo largo de los acantilados costeros. Uno de los lugares de pesca más apreciados era el que se encontraba en las aguas que rodean al islote de Carrick, y para alcanzar esta zona los pescadores construyeron un puente colgante. Con el paso de los años esta zona se ha convertido en un parque natural controlado por el National Trust y en uno de los lugares más visitados por los turistas en Irlanda del Norte.
Acceder a esta zona de acantilados cuesta 5.60 libras esterlinas y el paseo de ida y vuelta hasta el islote de Carrick puede llevarnos un par de horas a paso tranquilo. Y es que este lugar es ideal para fotografiar en un día claro y soleado como el que me ha tocado, con un mar del Norte de aguas claras que parece hasta manso y calmado. El paseo al borde del acantilado está salpicado del omnipresente azul del mar a un lado y de prados verdes ondulados donde pastan de manera idílica decenas de ovejas cargadas de lana blanca.
La suave brisa marina, la grandeza de los altos acantilados y el islote de Carrick hacen de este paseo una parada obligada en el camino. Finalmente se llega a unas escalinatas que descienden hasta el puente colgante que no se ve porque alguien ha tenido la maravillosa idea de destrozar el paisaje con un muro en la parte por la que se accede al puente. Por favor, que falta del sentido de la estética…
El caso es que hay que hacer cola ya que hoy sábado hay decenas de visitantes. Cuando ya han pasado los visitantes del otro lado el guardián de la portezuela que se abre en la pared nos autoriza a pasar el puente entre imperiosos gritos de «no se paren, sigan adelante, que no se paren he dicho, adelante, adelante...» El caso es que casi no da tiempo de poner el pie en el puente colgante cuando este empieza a moverse y agitarse con el paso acelerado de los que vienen por detrás marcando el paso y siguiendo las órdenes del «go ahead, go ahead….«.
De hacer fotos, que os voy a contar. Tuve que esperar a la vuelta para ponerme el primero de la fila y poder hacer alguna entre empujones, bandazos y cabeceos del inestable puente de madera y rafia. Apenas conseguí un par de fotos decentes mientras el mar batía contra las rocas unas decenas de metros más abajo.
Tras dejar atrás Carrick-a-Rede me dirigí hacia la pequeñísima población costera de Ballintoy para tomar un café en el bar que está al pie de la pequeña playa. Este es un precioso lugar para fotografiar el mar del Norte batiéndose con fuerza contra las rocas negras que salpican la torturada costa. A mis pies largas algas oscuras cubrían la blanca arena de la playa de este recóndito lugar.
A la salida del pueblo se encuentra la iglesia blanca rodeada de un pequeño cementerio donde los que ya no están en este mundo tienen mejores vistas que muchos vivos. Y es que en Irlanda los cementerios también tienen su encanto.
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Por fin, la Calzada del Gigante
Unos pocos kilómetros más adelante, entre magníficas vistas de acantilados, cuidadas casas de campo e inacabables prados verdes salpicados de ovejas y vacas, aparece la indicación de que estoy llegando a la Giant´s Causeway.
Desde lejos no se ve absolutamente nada, pero en unos minutos llego a un estacionamiento que da acceso a una moderna edificación semi enterrada bajo una pradera. Por todos lados hay autobuses y coches, grupos de visitantes y familias que van de aquí para allá.
Y es que como parece ser ya habitual cuando nombran a un lugar Patrimonio de la Humanidad se ha montado todo un tinglado comercial a sus alrededor para sacar el dinero del bolsillo a los visitantes.
Por eso os hago aquí una recomendación importante: ahorraros las 8,50 libras que cuesta el aparcamiento y el acceso al Centro de Interpretación donde se encuentran la cafetería, la tienda de recuerdos y el lugar donde te dejan una audioguía. Simplemente aparca, sube por la pradera que cubre el edificio (esta rampa que se ve en la imagen de arriba), baja por unas escaleritas y ahí está la carretera que desciende bordeando la costa hacia las famosas formaciones basálticas.
Sí, ahí están, ya las veo a lo lejos con decenas de personas pululando por lo que parecen promontorios ocres y oscuros formadas por piedras verticales que se sumergen en el mar. Al parecer hay quien se ha dedicado a contar las columnas de basalto una a una calculando que hay unas 40.000 procedentes de una erupción volcánica de hace unos 60 millones de años. No lo sé, me da igual. Cuando piso las primeras columnas y miro alrededor sólo soy capaz de exclamar un «no me lo puedo creer«.
Mire donde mire hay miles de columnas de todos los tamaños, rectas, inclinadas, marrones, oscuras, hexagonales en su mayoría, aunque también las hay cuadradas, pentagonales…Y aunque la mayoría no superan el par de metros de altura, algunas llegan a elevarse por encima de los 10 metros formando lo que de verdad parece una calzada escalonada de columnas de piedra. Sin duda un fenómeno geológico muy extraño.
A un lugar tan curioso no le podía faltar su leyenda, y a falta de explicaciones racionales a los irlandeses se les dio por imaginar que sólo a unos gigantes se les ocurriría formar una calzada con piedras de este porte. Porque al parecer a los gigantes no les gustaba mojarse los pies y para llegar desde Irlanda hasta Escocia se dedicaron a colocar concienzudamente piedras hexagonales para cruzar la distancia que separa ambas orillas.
Existen varias versiones legendarias de cómo se formó la Calzada, pero a mí la que me parece más original es la que relata cómo el gigante Finn MacCumhail, enamorado de la hermosa hija de un gigante que vivía en la costa escocesa, se dedicó a la faena de poner las piedras para llegar a Escocia, secuestrar a la hermosa giganta y llevársela a Antrim. Pero había un gigante escocés llamado Benandonner enamorado de la misma chica que les siguió los pasos hasta Irlanda. Finn, enterado del plan del despechado Benandonner se metió en la cama envuelto entre sábanas como un bebé. Cuando el gigante escocés llegó a Irlanda la giganta le dijo que el niño de la cuna era el hijo de Finn y al ver su tamaño el escocés se dijo: «si este es el bebé, ¡cómo será el padre!«. Y así el engañado Benadonner salió disparado corriendo de vuelta a Escocia destrozando el camino a su paso para evitar que algún día Finn fuera a buscarlo por su osadía. Lo que quedó de aquel camino sería lo que vemos hoy.
La realidad es menos poética, pero no por ello menos misteriosa. El rápido proceso de enfriamiento, contracciones y cambios de presión sufridos por la lava volcánica estarían en el origen de este maravilloso lugar. Mucha gente no lo sabe, pero hay otros lugares parecidos en el mundo, aunque casi desconocidos como los llamados Prismas Basálticos que se encuentran en Hidalgo, México, con columnas geométricas que alcanzan los 40 metros de alto.
Ya sean leyendas irlandesas o realidades telúricas, el caso es que la experiencia de caminar por este mar de piedras de formas regulares es una experiencia única. Evidentemente este lugar no es para venir con zapatos de tacón y sin duda te harán falta unas buenas botas de caminar así como un buen impermeable porque lo normal es que llueva. Pero en un día soleado como el de hoy mi única preocupación es hacer fotos y más fotos, intentando que el oleaje de la marea no me lleve cuando me acerco demasiado a las columnas más próximas al mar.
Me siento bien en este lugar y no puedo evitar disfrutar de un subidón de energía. Salto de piedra en piedra, corro de aquí para allá, me mojo con las salpicaduras de las olas y soy feliz de estar en un lugar tan maravilloso como este.
Sí, maravilloso a pesar de la multitud de personas con las que tengo que compartir este lugar tan especial; a pesar de la carretera con la que que han destrozado parte de la costa para facilitar el acceso a los que no quieren o no pueden caminar hasta aquí; a pesar del tinglado mercantil que el National Trust ha montado aquí para sacar el dinero a los visitantes incautos…
El regreso a la zona del estacionamiento lo hago por la parte de atrás tomando el camino que asciende por las laderas de los acantilados. Desde lo alto la vista se pierde en el horizonte del mar del Norte y en el verde de los inacabables prados cercados donde pastan mansamente ovejitas blancas. Lentamente cae la tarde y pienso que sí, que estoy en Irlanda del Norte y que por fin he pisado el camino por donde antaño caminaban los gigantes.
Y tú ¿Has estado aquí? ¿Qué te ha parecido este lugar?
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