Los colores del otoño en el bosque de El Tiemblo.
El otoño es una de esas épocas propicias para perderse por los caminos y veredas de algún bosque centenario de los que todavía quedan repartidos por la geografía española. Uno de esos rincones que sobrevive milagrosamente a la acción destructiva del hombre es el Castañar de El Tiemblo en la provincia de Ávila.
Allí, entre las húmedas y sombrías laderas del valle de Iruela, se conserva esta joya botánica formada por masas de abundantes y frondosos castaños que despliegan su máximo atractivo en otoño.
Quizás este es uno de los ejemplos de mayor tamaño de bosque caducifolio que todavía quedan de las antaño grandes extensiones boscosas que cubrían el Sistema Central y que resulta fácilmente accesible por carretera desde Madrid. Por eso mismo recomiendo su visita en cualquier día que no caiga en fines de semana, puentes o vacaciones, y menos durante el otoño cuando hay auténticas invasiones de visitantes.
Desde el pueblo de El Tiemblo basta con preguntar dónde hay que tomar la carretera hacia el Castañar para encontrar las indicaciones correspondientes. A la salida del pueblo hay un estacionamiento desde el que sale un autobús cada hora hacia el área recreativa de El Regajo donde se encuentra el inicio del paseo que recorre el bosque de castaños. El acceso cuesta 2€ por adulto y los niños no pagan. Si queremos acceder al área recreativa directamente con nuestro vehículo deberemos abonar 6€ más y recorrer unos cuantos Km. de carretera de tierra en bastante buen estado que transcurre entre densos pinares.
No es hasta llegar al estacionamiento del área recreativa que se descubre de golpe la entrada a este bosque mágico vestido ahora en el otoño con toda una paleta de colores dorados, verdes y amarillos.
Desde aquí parte la senda circular de unos 4 kilómetros y poco más de 100 m. de desnivel que se interna al principio entre cientos y cientos de castaños no muy viejos que se alternan con algunos abedules y cerezos silvestres.
Aquí y allá aparecen grandes tocones cortados de viejos castaños del que brotan con fuerza inusitada nuevos troncos. Todo el suelo está alfombrado ya de hojas caídas y de erizos y castañas por supuesto.
Los visitantes recorren cada rincón del bosque buscando y seleccionando los mejores ejemplares que se pierden entre la hojarasca donde también crecen setas y hongos. Los troncos están cubiertos de grandes capas de líquenes y las rocas están tapizadas de mullidos musgos cuyo intenso color verde contrasta con los ocres y amarillos de las hojas caídas.
Todo aquí parece húmedo en este día gris que amenaza lluvia mientras ascendemos lentamente hacia el viejo refugio de piedra de Majalavilla, antaño reservado a pastores y hoy abierto a los excursionistas. Allí está la señal que nos indica el camino hacia una de las joyas vegetales de este bosque, un viejo ejemplar de castaño de más de 500 años de antigüedad conocido como «El Abuelo«.Antes de llegar hasta sus pies se alza vertical y solitario en medio de tanto castaño un grandioso pino piñonero, el único en mucha distancia a la redonda.
Un poco más abajo el viejo tronco retorcido y carbonizado de 16 m. de diámetro de El Abuelo muestra las heridas del tiempo y el maltrato de generaciones de hombres que se han dedicado a talar su madera y quemar su interior. Aún así el viejo castaño sigue brotando cada primavera con una energía primigenia que permanece oculta en lo más recóndito y profundo de la tierra.
A pesar de la valla que lo circunda y de los carteles anunciando la delicadeza del viejo árbol muchos adultos dejan a sus hijos trepar por su maltrecho tronco y colarse por sus agujeros. No hay forma de que esta gentuza aprecie la belleza que sólo da la longevidad y no se dan cuenta de que probablemente nunca verán un ser vivo tan venerable y tan antiguo. Sobrevivió a las grandes talas de bosques que se hicieron para construir a la Gran Armada que Felipe II envió contra Inglaterra, a los ganados de la Mesta y a los incendios que los pastores hicieron a sus pies durante siglos. A la invasión napoleónica, a las desamortizaciones del XIX, a guerras civiles, a sequías, talas, carreteras e incendios forestales…y ahora tiene que sobrevivir a turistas incultos que piensan que la Naturaleza sólo está para pisotearla.
Un poco más abajo, en la ladera que lleva hasta el pequeño Arroyo de la Yedra, aparece semioculto por otros ejemplares más jóvenes otro enorme ejemplar de castaño que poco tiene que envidiarle a El Abuelo. Sus grandes ramas, que son como árboles en sí mismos, brotan de un enorme tronco hueco de varios metros de diámetro que me deja con la boca abierta.
Siempre he sentido una profunda veneración por los viejos árboles y por esos bosques viejos donde parece ralentizarse el inexorable paso del tiempo, y el ejemplar que tengo ante mí es de los que han visto pasar muchas estaciones.
Vuelvo a retomar la Senda del Castañar que parte del refugio para continuar por el camino señalado. Cientos, miles de castaños cubren las laderas con su follaje amarillo verdoso que apenas deja pasar algún rayo de luz creando un ambiente íntimo que invita a dejar volar la imaginación y los pensamientos. Por el camino entre las suaves laderas tapizadas de hojas y musgos sobresale de vez en cuando algún ejemplar reseñable talado una y cien veces que se empeña en seguir viviendo y me digo: ¡Qué audaz resistencia la de estos árboles!
El bosque apenas deja algún espacio abierto junto a las praderas que se forman junto a algún arroyo. Pero la senda vuelve a ascender hacia zonas más umbrías de El Resecadal donde diviso una auténtica batería de viejos colosos de gigantescas copas que se mantienen en pie sobre grandes raíces y troncos rugosos de texturas imposibles.
Entonces no puedo evitar acercarme hasta esos gigantes a tocar y acariciar sus cortezas arrugadas, esos abultamientos de madera formados a lo largo de siglos, esos troncos poderosos tratando de absorber algo de esa energía que se supone escondida en lo más profundo de la tierra. Y me siento privilegiado por poder disfrutar, todavía, de un lugar así. El camino continúa entre curvas y un corto repecho hacia zonas donde el bosque se ve más joven y todo el suelo se ve cubierto de helechos.
El último tramo de la Senda del Castañar que acaba conduciendo al tramo que lleva de nuevo a El Regajo transcurre en descenso entre castaños de esbeltos troncos de castaños jóvenes, acebos y robledales entre roquedales cubiertos de las hojas del otoño. Han sido apenas 4 horas de contacto directo con la Naturaleza, de disfrutar de los colores del otoño en un entorno privilegiado, de maravilloso caminar sobre la hojarasca, de buscar castañas, descubrir setas y hongos, de acariciar musgos…
Y de fotografiar a destajo arboledas de suaves colores, pequeños arroyos y húmedas praderas además de a esos magníficos ejemplares de castaños, apenas un residuo de lo que tuvieron que ser antaño los bosques españoles. Recordé entonces los viejos castaños de Las Médulas también sometidos a un implacable deterioro por desaprensivos que se entretienen prendiéndoles fuego; las viejísimas carballeiras de mis vacaciones de infancia en Galicia y de las que apenas quedan unas pocas sin arder; o los bosques asturianos donde apenas se oye cantar ya al urogallo…
Son los últimos estertores de una naturaleza antaño vigorosa que va desapareciendo año tras año a pasos agigantados delante de nuestras narices. Si queremos que las futuras generaciones disfruten de días gloriosos de otoño como el que os he descrito deberemos poner todas nuestras energías en la protección y cuidado de estos auténticos tesoros que no tienen precio ya que su incalculable valor viene otorgado por el paso de los siglos y las estaciones.
.
Artículos relacionados:
Faedo de Ciñera, la magia del otoño en las montañas de León
Explosión de colores otoñales en el Central Park de Nueva York
Dejar un comentario