Un helicóptero para escapar de Las Vegas.

Una de las alternativas que se plantea cualquier persona que pase unos días en Las Vegas es la de acercarse hasta el Gran Cañón del Colorado. Escapar del soniquete de las máquinas tragaperras y de la artificialidad de los decorados de cartón-piedra de los casinos puede ser todo un alivio. Aparte, desde el aire, los inmensos paisajes del Gran Cañón se aprecian en toda su grandeza

Recientemente he estado en Las Vegas, para renovar mi fondo fotográfico y, sobre todo, para hacer una escapada a los escarpados paisajes del famoso Grand Canyon National Park. La visión del río Colorado que a lo largo de milenios ha excavado una cicatriz serpenteante de meandros en la roca volcánica de Arizona, es un imán que resulta irresistible. Además, una excursión al Gran Cañón se presentaba como un ejercicio de salud mental tras unos días de vicio y perdición en Sin City, la “ciudad del pecado”.

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Ola de calor en las Vegas

Pero hay ocasiones en las que los planes no salen como uno lleva preparados. Algunas veces las lluvias tropicales, un volcán en erupción o el frío polar me han estropeado parte de un viaje. Pero nunca el calor había sido la causa de que tuviera que improvisar alternativas a toda velocidad. Cuando planeé este viaje a Los Ángeles, Las Vegas y el Cañón del Colorado no sabía que a principios de verano una ola de calor y bochorno insoportables iba a abatirse de forma inmisericorde como una losa ardiente sobre el suroeste de los Estados Unidos.

El caso es que, nada más salir de la protección del aire acondicionado del aeropuerto McCarran de Las Vegas, me invadió una ola de calor sofocante que casi me tumba. Durante los días de mi estancia en la ciudad del juego los termómetros subían implacables desde primeras horas de la mañana hasta alcanzar los 46-48ºC a primeras horas de la tarde. Los lujosos hoteles-casino y sus piscinas, así como los bares de Las Vegas se convirtieron en el refugio de los miles y miles de sufridos visitantes que por allí andábamos asfixiados.

La verdad, nunca había sentido ese calor seco que lo invade todo, que reseca la boca como un estropajo, que evapora la humedad de los ojos y en el que cuesta respirar porque lo que tragas son bocanadas de fuego. Cuando me enteré que en las zonas desérticas próximas al Cañón, sobre todo en las zonas más bajas y próximas al río, se estaban alcanzando los 50ºC, deseché mi plan inicial de alquilar un coche para irme a la aventura por las carreteras de Nevada y Arizona.

Afortunadamente Las Vegas ofrece una variadísima oferta de actividades para realizar fuera de la ciudad: conducir quads por el desierto, visitar granjas de búfalos a caballo, recorrer en canoa el río Colorado, disparar con ametralladoras munición de guerra en un campo de tiro… Y la actividad estrella: visitar el Gran Cañón del Colorado en autobús, en 4×4, en avión, avioneta, helicóptero o a pie. O combinando medios de trasporte, incluyendo una visita a tribus indias como la de los Hualapai, a la presa Hoover, o al Skywalk. La pasarela de cristal suspendida en el vacío sobre el gran Cañón del Colorado.

La ola de calor había obligado a las empresas a readaptar sus ofertas. Las autoridades que gestionan el Grand Canyon National Park habían prohibido descender a las zonas más bajas del Cañón y hacer excursiones a pie por los caminos del South Rim. Lo último que me apetecía era deshidratarme a pleno sol en un desierto. Porque para los que no conozcáis esta zona de los USA, esto es un auténtico secarral de piedras y rocas requemadas a lo largo de milenios.

La opción que quedaba para dar una vuelta por el Gran Cañón del Colorado no era la más barata, ni la más aventurera. Pero visto como andaba el tema del calor era la más rápida, cómoda y excitante: un viaje de ida y vuelta en helicóptero desde Las Vegas sobrevolando la presa Hoover y el lago Mead, para llegar al West Rim sobrevolando el Gran Cañón.

Varias compañías ofrecen este trayecto en helicóptero. Y todas parten de un precio base al que le puedes ir añadiendo excursiones a un rancho, montar a caballo, navegar en balsa por el río o visitar el Skywalk. Bajar hasta el río estaba esos días prohibido por el calor ya que los helicópteros corrían el riesgo de no poder remontar el vuelo. Lo de montar a caballo o realizar actividades rancheras al sol, pues mejor dejarlo para otro momento.

Y del Skywalk mejor ni hablar. Para mí es un lugar vedado ya que no dejan acceder con ninguna cámara para hacer fotos. Para mi resulta absurdo pagar para ver lo mismo que desde el mirador de Eagle Point que está al lado, sólo que con la gracia de hacerlo paseando sobre un suelo acristalado.

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¿Merece la pena el vuelo en helicóptero? Claro que sí

Once in a life rezaban los carteles publicitarios. Una vez en la vida…pues sí. Tirando la casa por la ventana decidí contratar el vuelo con Heli USA, aunque hay otras opciones como Mustang o Papillon. Los precios son similares y suelen hacer descuentos si negocias el precio inicial. Si sentís curiosidad tenéis los precios, opciones, combinaciones y demás en las respectivas páginas webs de estas empresas.

Respecto a Heli USA fueron serios, puntuales, profesionales y hasta simpáticos, lo cual siempre se agradece. Mi vuelo salía a las 10 de la mañana y me recogieron puntualmente en mi hotel a las 9:00. En unos minutos entrábamos en la zona reservada a helicópteros del aeropuerto McCarran. Mientras esperaba que llegara el resto de los viajeros me invitaron a café.

Llegado a este punto, lo más importante para mí era sentarme junto al piloto y no en uno de los asientos de atrás. Si quería ver, fotografiar y disfrutar a tope del viaje tenía que estar en primera fila. Pero esta es una cuestión que decide cada piloto en función de la distribución del peso de los pasajeros en el helicóptero. No en vano, lo primero que hacen es pesarte en una báscula con todo lo que llevas encima. Mi salvación fue compartir el vuelo con una familia de alemanes que querían ir juntos. Y es que a veces también tengo suerte.

Tras un pequeño video sobre emergencias y lo que hacer y no hacer dentro del helicóptero, nos llevaron directamente al helipuerto donde nos recibió el piloto. Un tipo de rostro moreno, gesto amable y de apellido Moncayo cuyo bisabuelo había sido un emigrante español. No hablaba ni una palabra de español, pero era muy dicharachero y durante el vuelo nos fue explicando todo lo que íbamos viendo.

Por fin llegó el momento de sentarme en el asiento delantero a la izquierda del piloto con el cinturón de seguridad puesto, los cascos con el micrófono para comunicarnos y las cámaras preparadas. El despegue fue de una suavidad tal que casi ni nos enteramos y desde ese momento reconocí en Mr. Moncayo a un auténtico profesional. Enseguida nos elevamos sobre los hoteles de la parte sur del Strip. La fachada dorada del Mandalay y la pirámide del Luxor quedaron atrás mientras sobrevolábamos los suburbios de Las Vegas.

Fue aquí donde me di cuenta de mi error de principiante: íbamos a hacer todo el trayecto en dirección este, con el sol de frente y con reflejos de todo tipo en el cristal frontal de la cabina. Ya sabéis amigos, si algún día hacéis este viaje apuntaros por la tarde para volar con el sol de espaldas y regresar al atardecer.

En unos minutos estábamos sobrevolando un desierto de estribaciones rocosas muy agrestes, con planicies de colores ocres y marrones originado por las erupciones volcánicas de hace millones de años. La primera sorpresa fue divisar en medio de tanta desolación el verde del Golf Club at Southshore, una urbanización exclusiva para millonarios muy millonarios a las orillas del lago Mead. Este inmenso lago nació cuando se construyó la presa Hoover y se embalsaron las aguas del río Colorado originando el lago artificial más grande de los USA.

Sobrevolamos el lago Mead hasta colocarnos casi encima de la presa Hoover, la Hoover Dam. Una obra de ingeniería de la década de 1930 construida para aportar agua y electricidad a toda Arizona y Nevada, incluida Las Vegas. Su pared principal supera los 220m. de altura y para los norteamericanos es todo un símbolo de su resurgimiento económico tras la depresión económica del crack de 1929. Por un «módico» precio de unos 30$ se puede visitar su interior donde lo más reseñable es la sala de turbinas. Aún así tiene un millón de visitas anuales que multiplicado por 30$ son…todo un negocio.

Seguimos volando hacia el este sobre las orillas del lago Mead. Una inmensa mancha de agua que se extiende a lo lejos encajándose entre montañas y colinas en un marcado contraste con el reseco paisaje desértico. Un poco más adelante llegamos al punto en el que el río Colorado marca la división entre los estados de Nevada y Arizona y encontramos las primeras estribaciones del West Rim.

En unos minutos los meandros del río Colorado se sumergen entre profundos cañones hasta casi perderlo de vista. A los lados, las paredes de roca ocre parecen elevarse sin fin. Mr. Moncayo hace virar al helicóptero siguiendo el curso del río, acercándonos a las paredes de más de 1.000 metros que caen en vertical.  Desde lo alto se aprecian perfectamente las pequeñas mesetas que han quedado aisladas después de milenios de erosión.

Tras un giro aparecen los miradores del West Rim y, a lo lejos, la estructura del Skywalk asomándose al vacío. El vuelo en helicóptero nos permite disfrutar de un escenario natural único. Me siento  como una montaña rusa en la que subimos y bajamos entre abismos insondables, precipicios sin fin y altas murallas de roca horadadas por el río Colorado.

Pero todo se acaba. El piloto tira de la palanca y comenzamos a elevarnos sobre las paredes hasta alcanzar las mesetas semidesérticas vestidas de arbustos resecos. Nos dirigimos a un rancho donde cargar combustible y reiniciar el vuelo camino de Las Vegas, ya sin pasar por el Gran Cañón pero sí sobre el lago Mead en una ruta circular.

Aunque la calidad no es la deseable, aquí os dejo este video resumiendo la experiencia de sobrevolar el Gran Cañón en helicóptero. Ya sabes, «once in a life«.

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Y para terminar, un vuelo sobre Las Vegas

En el vuelo de regreso guardamos silencio, todavía asombrados por los momentos que acabamos de vivir. Pero Mr. Moncayo nos guarda una sorpresa: vamos a sobrevolar Las Vegas entrando desde el norte donde se encuentra el Downtown para seguir paralelos al Strip dirección sur y de aquí al helipuerto.

Por el camino quedan la Freemont Street, la torre del Stratosphere con sus atracciones que cuelgan en el vacío. La cúpula bermellona del Circus-Circus, la fachada dorada del hotel Trump, los hoteles-casinos del Encore, el Wynn… Y luego el Palazzo, el Venetian, el Caesars Palace con sus piscinas, las fuentes del Bellagio, el Paris con su torre Eiffel, la torre acristalada del Aria…Todo un espectáculo que al atardecer debe lucir espectacular mientras se van encendiendo las luces de la ciudad.

Y para terminar ya en la parte sur del Strip el remedo de skyline de Manhattan del New York-New York con su montaña rusa, el enorme MGM, el Excalibur con sus torres y almenas de castillo estilo Disney. para acabar con la imagen de la pirámide del Luxor y los reflejos dorados del The Hotel y del Mandalay con la vista de fondo del Strip. Esa avenida que, una vez en Las Vegas, acabarás recorriendo arriba y abajo varias veces.

Aterrizamos igual de suave que despegamos con la sensación de que todo ha sido demasiado corto. Apenas si han pasado 4 horas desde que me recogieron en el hotel y ya estoy de regreso. Ansioso por ver cómo habrán quedado esas fotos hechas entre la calima levantada por el calor, el sol de frente, las vibraciones del helicóptero y los reflejos del cristal de la cabina. Lo que nadie me va a quitar va a ser la experiencia de haber sobrevolado parte del Gran Cañón del Colorado, una de las maravillas naturales del mundo. 

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