El impactante ritual del Salto del Toro o «Ukuli Bula».
El salto del toro supone el momento más importante en la vida de todo joven hamer. El día del “Ukuli Bula” es el día en el que su futuro está en juego. Si supera la prueba será reconocido como adulto por todos los miembros de su comunidad. Podrá casarse, formar una familia y tener propiedades. Si no lo supera, será repudiado por todos.
Desnudo, solo y rodeado de decenas de invitados y vacas y toros mugiendo sobre excitados. El salto del toro es uno de los rituales de paso a la edad adulto más singulares que existen. Para los hamer del valle del Omo es una de sus principales señas de identidad. Por eso la familia y amigos del joven pondrán todo de su parte para que sea un éxito. Es todo un acontecimiento social que atrae a familiares, amigos y conocidos venidos de todos los poblados hamer en kilómetros a la redonda.
Un ritual que muchos extranjeros confunden con masoquismo
El salto del toro es una ceremonia compleja que muchas veces es mal comprendida por los extranjeros que tienen la suerte de verla. Y digo que es una suerte porque este no es un espectáculo para turistas. Es una ceremonia que exige una larga preparación tanto por el joven que va a realizar el salto como por su familia. El problema no viene porque el joven tenga que saltar desnudo varias veces sobre una hilera de vacas y toros castrados. Si no por el papel que tienen las mujeres en esta ceremonia, pues ellas son las otras grandes protagonistas.
Durante horas bailan, cantan, gritan y corren de forma inagotable. Y piden ser azotadas una y otra vez hasta que sus espaldas se cubren de heridas abiertas. Heridas que formarán cicatrices sobre cicatrices que permanecerán para siempre como señal de su amor, compromiso, respeto y confianza hacia el joven que va a pasar a la edad adulta. Esas cicatrices simbolizan la ligazón que las unirá de por vida al joven y a los hermanos y amigos que le acompañan. Ellos serán los responsables de ayudarlas y cuidarlas cuando en el futuro ellas lo necesiten.
Aquí os dejo un video para que os hagáis una idea de lo que es vivir el «ukuli bula» en persona. Haz click sobre la imagen de abajo:
En algún lugar del territorio hamer
Estoy en algún lugar sin nombre al sur del valle del Omo cerca de la frontera con Kenia. Nos ha costado encontrar el emplazamiento donde se va a realizar la ceremonia. Está claro que, si no hubiera viajado con los mejores guías y conductores, jamás habría encontrado este lugar perdido en medio de la nada.
Ellos fueron también los encargados de establecer los contactos necesarios con la familia del joven. Algo imprescindible para poder asistir a la ceremonia y fotografiar sin restricciones. Evidentemente, tras realizar una contribución económica. Aquí las cosas funcionan así, algo que explico detalladamente en este artículo: Aventura fotográfica en el sur de Etiopía: manual de supervivencia.
Y como nunca se sabe lo que puede pasar, hay que venir a Etiopía con el mejor seguro de viaje. Por eso te recomiendo MONDO, el seguro que cubre todo tipo de contingencias, aventuras, trekkings e incidencias viajeras, incluso por Covid19. Además, contratando tu seguro desde aquí, obtendrás un 5% de descuento.
Estamos a finales de noviembre, uno de los períodos en los que se realiza el ukuli bula. En realidad el momento es elegido por los padres del joven y suele coincidir con la recogida de la cosecha. Durante los meses previos el joven se prepara para la ceremonia asistido por sus hermanos y mejores amigos. Ellos le acompañarán en todo momento durante todo el ritual y vivirán aislados durante semanas alimentándose de leche y miel.
Previamente la familia envía las invitaciones correspondientes. Algo que se hace entregando unas cuerdas hechas de corteza vegetal con unos nudos que indican los días que faltan para la celebración. Las noticias vuelan en el valle del Bajo Omo. Así que con el tiempo todo el mundo se entera de cuándo y dónde se va a celebrar el ukuli bula.
Los intensos momentos preliminares: carreras, cánticos y bailes
El ukuli bula se celebra por las tardes, para que el momento de la caída del sol coincida con el momento del salto. Unas 3-4 horas antes los invitados comienzan a llegar al lugar de la celebración buscando la sombra de algún árbol.
Hace 35º a pleno sol, pero eso no es ningún impedimento para que las mujeres hamer se reúnan en corros cantando, bailando y saltando haciendo sonar los cascabeles que llevan en las pantorrillas. Muchas lleva una vieja camiseta arremangada cubriendo los pechos dejando las espaldas al aire. Casi todas muestran las cicatrices de anteriores celebraciones.
La mayoría llevan el típico peinado de las hamer realizado a base de pequeñas trenzas apelmazadas con una mezcla de tierra ocre y manteca de vaca. El color ocre que cubre sus cabellos, también colorea sus rostros y casi todo su cuerpo.
La excitación se palpa en el aire. El polvo reseco levantado durante los bailes lo cubre todo. A los bailes les suceden carreras en las que buscan al joven que va a hacer el salto y a los hermanos y amigos que le acompañan. Ellos tardarán todavía un buen rato en aparecer.
Mientras tanto, siguen corriendo, cantando, bailando y saltando sin parar, inagotables, como si estuvieran en trance. Algunas ya están preparando con sus manos las varas con las que van a ser azotadas.
Los invitados siguen llegando. Casi todos los hombres lucen su delicado peinado de barro y manteca de vaca rematado con una o varias plumas. Algunos van armados con viejos fusiles y Kalashnikov. Todos se mantienen expectantes y al margen de los cantos y bailes de las mujeres.
La verdad no esperaba ver a tanta gente, aunque el número de invitados depende de las posibilidades económicas de la familia. A pesar de que somos los únicos blancos en el ukuli bula nadie nos presta mucha atención. Mejor así. Nos dejan estar, movernos libremente y fotografiar. Este es uno de esos momentos en los que aspiro a convertirme en invisible y en confundirme con el paisaje. No tengo ninguna intención de interferir ni alterar la esencia de la celebración.
Se desata el caos y los latigazos
De repente se desata la locura. A lo lejos llegan los jóvenes que acompañan en el ritual al protagonista del día. Instantáneamente las mujeres salen corriendo hacia ellos gritando como poseídas portando sus varas. Los 6 o 7 jóvenes se ven rodeados inmediatamente por mujeres pidiendo a voz en grito que las azoten haciendo sonar sus cornetines. Les ofrecen sus varas, gritan y se empujan entre ellas. El griterío de las mujeres se funde con el ruido de cascabeles y cornetines.
Cuando alguno de los jóvenes accede, la mujer se pone delante mientras le reta tocando un cornetín. De pronto el aire restalla con el varazo que corta la piel y la carne. Un instante en el que se abren viejas cicatrices y se forman nuevas heridas que permanecerán de por vida. Las varas se rompen en las espaldas con los golpes y la sangre comienza a correr. Pero en los rostros de las mujeres no se ha movido ni una pestaña, no aparece ninguna señal de dolor, de su boca no sale ni un ligero gemido. No hay lágrimas ni expresiones de la más mínima queja.
A mi alrededor todo es un ir y venir de mujeres pidiendo ser azotadas, de toques de cornetín y del zumbar de las varas rasgando el aire y las espaldas. Los jóvenes se niegan incontables veces a seguir azotando a las mujeres. Arrojan al suelo las varas que les ofrecen e intentan escapar. Pero todos son perseguidos sin descanso.
Pocas veces he vivido una situación tan violenta y difícilmente comprensible. Después sabré que esas mujeres, casi todas familiares, ofrecen su dolor y su fuerza de espíritu como muestra de apoyo y confianza total en el joven que va a saltar. Y en los amigos que ha elegido para acompañarle. En estos momentos se sella un acuerdo escrito en sangre en las espaldas de las mujeres por las que estos jóvenes tendrán que ayudarlas en los momentos difíciles del futuro. Un compromiso de ayuda que es de por vida, sobre todo entre hermanos y hermanas.
Muchos occidentales poco informados han confundido este momento con una especie de éxtasis masoquista. Nada más lejos de la verdad. No hay placer en esos latigazos. Hay dolor y sangre, aunque ninguna mujer ofrezca la más mínima muestra de debilidad. Lo que más me impresionó fue ver a las mujeres embarazadas o con bebes, pidiendo ser azotadas. Sin descanso.
Siguen los rituales del salto del toro
Después de los caóticos momentos iniciales llega la calma. Los amigos del joven que va a saltar se pintan los rostros para diferenciarse del resto de los hombres. Sentados en el suelo machacan un polvo ocre que mezclan con agua. Durante un buen rato, alejados del bullicio que les rodea, se ayudan unos a otros pintándose con parsimoniosa concentración.
Mientras tanto las mujeres y la mayor parte de los invitados se dirigen hacia un cercado cercano donde se está repartiendo café. Y una bebida alcohólica de sorgo fermentado en grandes cuencos de calabaza. Los familiares se encargan de servir a los invitados que esperan pacientemente por su cuenco.
Es el momento de reunirse, contactar con viejos conocidos, darse noticias y seguir bebiendo. El dulzón olor a alcohol se esparce por el aire y cada vez son más los jóvenes que comienzan a ir de un lado para otro con los ojos inyectados en sangre. La llegada de los jóvenes pintados provoca una nueva oleada de peticiones de las mujeres para será azotadas. Pero ellos son cada vez más reticentes.
Finalmente, se sientan juntos bajo un pequeño cobertizo de ramas que les protege del sol y les permite algo de aislamiento. Allí siguen bebiendo y observando el desarrollo de la ceremonia mientras las mujeres siguen insistiendo, dándoles varas y tocando su cornetín.
Muchas de ellas ya tienen la espalda surcada por pequeños regueros de sangre, pero nadie parece inmutarse por ello. Para los hamer una mujer es más respetada cuantas más cicatrices tiene. Y ellas las muestran con orgullo.
Ahora sí. Llega el momento del salto del toro
Mientras el sol se va poniendo en el horizonte, las mujeres bailan de nuevo dentro del cercado. Tras varias horas sin parar, parecen inagotables. Por fin aparece el protagonista de la fiesta vestido con una piel de cabra y el rostro serio. Su extraño corte de pelo con sólo la mitad de la cabeza afeitada indica claramente a todos quién es el que va a saltar. A lo lejos se oyen los mugidos de las vacas y toros que se van acercando. De las decenas de ejemplares, sólo unos pocos serán seleccionados para la ceremonia del salto.
En un momento el joven se reúne con sus amigos junto al cercado. Rodeados de curiosos y hombres mayores, el joven queda desnudo. Sentado en el suelo y rodeado de sus compañeros, todos juntan las manos sobre unas varillas en un simbólico gesto de unión y compromiso.
De pronto todo el mundo sale caminando hacia un descampado cercano. Los pastores traen al ganado casi a la carrera en una especie de estampida general. Las mujeres cantan y bailan mientras los asistentes hacen un gran círculo alrededor del ganado reunido en el centro de la explanada. Muchos ya están visiblemente afectados por los efectos del brebaje alcohólico.
Los pastores se las ven y se las desean para poner un poco de orden entre el ganado. Los toros, sobre excitados, comienzan a embestirse entre ellos. Es un momento muy peligroso. De pronto me veo saltando a los matorrales espinosos junto a más asistentes para esquivar las cornadas y la masa descontrolada de toros y vacas.
Entonces me quedo asombrado. El joven avanza descalzo y desnudo hacia el centro de la masa animal. Durante unos interminables momentos permanece solo e inmutable entre el caos animal desatado a su alrededor. Rodeado de cuernos, patas y mugidos no muestra ni la más mínima expresión de intranquilidad o temor.
Tras muchos esfuerzos los pastores consiguen colocar en fila a las vacas y toros asiéndolos por los cuernos y el rabo. Su número puede variar, aunque oscila entre 8 y 12. Una vez que todo el ganado está alineado el joven tiene que saltar, más bien caminar, sobre sus lomos varias veces. Lo mínimo son 4 idas y vueltas. Pero hoy el joven nos regala con una sucesión de idas y vueltas que parecen no tener fin. Sin caerse ni una sola vez.
Para todos es un alivio y una alegría ver que el joven cumple con creces con lo que se espera de él. No es normal que un joven falle en esta prueba, pero si es así se le suele dar una nueva oportunidad. Si sigue fallando, será rechazado por las mujeres que le han dado su apoyo, por su familia y por toda su comunidad. No podrá casarse ni formar una familia. El rechazo de todos será total.
La celebración del ukuli bula continúa con la gente cada vez más “animada”. El alcohol hace efecto y algunos de los jóvenes empiezan a molestarse con nuestra presencia. Es hora de marcharse y dejar que los hamer sigan la fiesta sin interferencias ajenas. Las celebraciones pueden durar varios días. Cuando terminan, al joven se le rasura totalmente la cabeza y se retira a vivir aislado durante un período que se prolonga varias semanas o meses. Cuando salga de su aislamiento, será considerado un hombre por los hamer.
El ukuli bula es un ritual que provoca una multitud de sensaciones encontradas. Por un lado, la perplejidad, el asombro y, sobre todo, el rechazo a la violencia. Por otro, la admiración por la fuerza, compromiso y resistencia de las mujeres. De pronto uno se ve sumergido en una intensa vorágine de cánticos, bailes, gritos, ruido de cascabeles y varazos. De miradas directas, colores intensos, sonido de cornetines, mugido del ganado, calor y nubes de polvo.
Es imposible comprender todo lo que está pasando, pero al mismo tiempo es necesario entender que cada momento y cada acto tiene un significado. El ukuli bula nos obliga a ver la realidad de los hamer alejándonos de los criterios culturales a los que estamos habituados. Al fin y al cabo, en las sociedades occidentales hemos borrado casi por completo los rituales de paso de la edad. Algo que todavía se mantiene en muchas culturas tribales para la sorpresa de muchos.
Al fin y al cabo, viajar implica abrir la mente a realidades desconocidas. Realidades que en esta parte de África constituyen una forma de vida y de entender el mundo que les rodea.
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