El «cattle camp», base de la cultura ganadera de los surma.

Todavía es de noche cuando el guía surma nos interna por los senderos invisibles de la selva. Las primeras luces del alba apenas consiguen dar vida un cielo grisáceo de tintes plomizos. Vamos en busca de uno de los “cattle camp”, un campamento de ganado de los surma o suri. Allí seremos testigos de algunas de sus costumbres más chocantes e insólitas a ojos de cualquier occidental.

Antes de continuar te informo que en este artículo hay imágenes que tal vez afecten a tu sensibilidad o a tu forma de entender el mundo. Son imágenes que muestran otra cultura y la forma de vida normal entre las etnias ganaderas del valle del Omo.
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Tras más de media hora caminando entre matorrales oímos los mugidos de las vacas. Un cercado de ramas de madera enclavado en un claro de la selva señala el lugar donde se encuentra el “cattle camp”. Los surma, o suri, como pueblo eminentemente ganadero, mantienen una serie de tradiciones y rituales asociados a la vida del pastoreo nómada. Una forma de vida enmarcada dentro de una sociedad donde los roles del hombre y de la mujer están definidos desde la primera infancia. En el caso de los hombres la responsabilidad del cuidado, mantenimiento y vigilancia del ganado recae en ellos desde que son muy pequeños.

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No hay que olvidar que el ganado es la principal riqueza de la mayoría de las etnias del valle del Bajo Omo. Y no precisamente porque su carne les sirva de fuente de alimento, ya que el ganado sólo se sacrifica en ocasiones muy especiales. El ganado es el indicador del estatus social de una familia, además de ser fundamental como dote matrimonial para que un hombre pueda casarse y formar una familia. Históricamente la mayoría de los conflictos entre las etnias del Omo se han originado por el control de los mejores pastos y la posesión del ganado. Pero, además, el ganado les aporta dos elementos fundamentales para su supervivencia: la leche y su sangre.

Es tal su importancia en un entorno donde la supervivencia es una dura lucha diaria, que su obtención y consumo ha llegado a ritualizarse en los “cattle camp”. Lugares que también son una escuela de vida, de trasmisión de conocimientos para los niños y de unas tradiciones cada vez más amenazadas.

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Aunque no es habitual, las mujeres a veces acompañan a los hombres de su familia en estos “cattle camp”. Ellas pueden consumir la leche de las vacas, pero no su sangre. La extracción de la sangre, así como su consumo, está reservado al género masculino. Algo que se ha convertido en una especie de ceremonia que implica una serie de pasos ritualizados. Y que sólo se realiza en estos campamentos ganaderos donde niños y hombres comparten labores, aprenden a cuidar y convivir con sus vacas.

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Visitar un “cattle camp”, o como chapotear entre mierda de vaca

Visitar un “cattle camp” exige dejar atrás cualquier reticencia higiénica porque te vas a sumergir literalmente en la mierda de vaca. Vas a pisar, oler, resbalar y pasar unas horas chapoteando en un barrizal de bostas de ganado. Así que ponte unas buenas botas, remángate los pantalones y prepara tu olfato para una experiencia que va a superar todo lo que hayas visto en tus visitas campestres.

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Al final te acabas acostumbrando. Lo que resulta difícil de asimilar es ver a estos niños y hombres desnudos y descalzos pisando, tocando, decorándose y frotando la mierda por sus cuerpos y el de sus animales. Pero vamos por partes.

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Los “cattle camp”, una experiencia…inolvidable

Apenas ha amanecido cuando conseguimos el permiso para entrar en el “cattle camp” y poder fotografiar. Los hombres se protegen del frío de la mañana con sus típicas mantas mientras se calientan alrededor de las hogueras. Hombres y vacas se acercan al calor del fuego mientras intentamos dar nuestros primeros pasos sin caer en ese lodazal inmundo. A priori es difícil entender lo que está pasando.

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Los hombres armados con sus Kalashnikov y los niños han pasado la noche en un cercado ubicado en el interior del “cattle camp”. Es al amanecer cuando encienden las hogueras y comienzan a ordeñar las vacas. Ante nosotros algunos niños beben directamente la leche de las ubres mientras otros recogen la leche en recipientes para  llevar a la gente de su poblado. Sobra decir que aquí cualquier medida higiénica o sanitaria está fuera de lugar.

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Tras ordeñar las vacas y cuando las hogueras están casi apagadas, los jóvenes recogen la ceniza y se las esparcen por todo el cuerpo. Es una forma de decoración corporal y de protección contra las picaduras de insectos. No hay palabras para definir el shock cultural que estamos viviendo. Por un lado, los surma desnudos y cubiertos de cenizas. Por el otro, nosotros, vestidos de exploradores y cargados de cámaras. Lo único que nos une es el entorno selvático, el mismo cielo gris y el chapoteo en la mierda de vaca.

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La estancia en los “cattle camp” se puede prolongar a lo largo del tiempo. Por eso los hombres se van turnando para que todos puedan regresar con sus familias a su aldea. Al fin y al cabo, el campamento de ganado es una responsabilidad compartida entre todos.

La existencia de estos “cattle camp” es la razón de que al visitar las aldeas solo encuentres mujeres, niños pequeños y ancianos. Ya que los hombres pasan la mayor parte del tiempo cuidando de su ganado, siempre en estos campamentos cercanos a sus aldeas. Campamentos que van cambiando de ubicación según las necesidades de pasto y forraje que necesita el ganado.

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El ritual de la extracción de sangre

Tras ordeñar las vacas, beber su leche y cubrirse de cenizas, llega el momento más importante para los surma del “cattle camp”: el de extraer la sangre de una vaca seleccionada previamente para beberla de inmediato.

Cuando llevas ya un buen rato pisoteando mierda, rodeado de vacas, niños desnudos cubiertos de cenizas que beben leche de las ubres y hombres exhibiendo sus Kalashnikov, crees que lo has visto todo. Pero no. Todavía queda lo más fuerte.

Varios jóvenes separan a una vaca del resto. Uno de ellos la sujeta por los cuernos tras atarle una cuerda al cuello, otro se acerca con un gran cuenco de calabaza y el último se planta a un lado con un arco y una flecha. Son apenas unos niños, pero se ve que ya están acostumbrados a manejar al ganado. El que sujeta los cuernos, le gira la cabeza agarrando el morro del animal de tal forma que la vaca queda totalmente inmovilizada.

El que va a disparar la flecha se acerca y marca con precisión la yugular del animal. Con un certero disparo la punta de la flecha entra con la fuerza exacta para perforar la vena del animal sin hacerle más daño. Entonces la sangre comienza a brotar con fuerza, sangre que es recogida en el gran cuenco hasta llenarlo.

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No sé cuántos litros le sacan al animal, pero la extracción no para hasta que el cuenco está lleno. Rápidamente uno coge un poco de estiércol mezclado con tierra y tapona la herida de la vaca. Al mismo tiempo desata la cuerda del cuello del animal que casi instantáneamente deja de sangrar.

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Tras liberar a la vaca, el más pequeño de los niños se pone a beber la sangre caliente sin apenas respirar. Bebe, bebe y bebe sin parar mientras me pregunto dónde mete toda esa sangre. Cuando ya no puede más le pasa el cuenco al siguiente, y así hasta que beben casi toda la sangre del gran recipiente. La sangre tiene que ser bebida rápidamente, antes de que se coagule y sea imbebible.

Pero falta la “guinda del pastel”. Para terminar, en una bosta de vaca hacen un pequeño agujero con las manos. Allí vierten la sangre restante para que la beban los perros que les ayudan a vigilar el ganado. Los perros lamen y chupetean la mezcla con un deleite inenarrable que pone un final inesperado a esta parte del ritual. La escena apenas dura un par de minutos, pero todo parece trascurrir a cámara lenta. Son momentos en los que cuesta asimilar lo que estás viendo.

El sol está ya alto en el cielo cuando adultos y niños, se juntan para terminar la celebración con unos breves cánticos y bailes animados con el soniquete de un cencerro. Está claro que para ellos la comunión con su ganado es parte esencial de su forma de entender la vida. Algo que en lugares como este maman, literalmente, desde que son niños. Un lugar donde cualquier imagen vale más que mil palabras.  

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