La belleza del Hanami en Japón.
Rodeado de un cielo de miles de flores blancas y violetas. Así me encuentro en un día de finales de marzo, tumbado sobre la hierba del parque Ōhori-kōen de la ciudad de Fukuoka ubicada en la isla Kyushu al sur del Japón.
Estoy disfrutando del impagable espectáculo que supone encontrarme bajo esta bóveda florida. Esto es el Hanami, la observación de esta eclosión de vida en forma de flores que anuncia la llegada de la primavera en Japón.
Este es el motivo de la celebración, de la fiesta organizada casi bajo cada melocotonero, almendro o cerezo en flor. La razón ultima por la cual los japoneses salen en masa a pasear por sus parques y jardines a observar, a mirar este espectáculo desbordante. Y lo hacen en pareja o en grupo, con amigos, con compañeros de estudios o del trabajo, niños y mayores.
El Hanami es uno de los motivos por los que he venido a pasar estos días a Japón. Otro y no menos importante se llama David Esteban, Flapy para los amigos. Para quien no le conozca David es quizás el blogger con más experiencia sobre Japón pues lleva la friolera de 9 años viviendo allí. Su blog «Un español en Japón» ha recibido numerosos premios y es toda una referencia a seguir para cualquier amante de este país. Así que es el guía perfecto para cualquiera que decida pasarse unos días recorriendo el país. Y hasta Fukuoka que me llevó para vivir la floración del sakura, la flor del cerezo, la más admirada por los japoneses.
La expresión Hanami hace referencia al disfrutar del hecho de ver, de mirar y de observar de forma lúdica la floración primaveral, uno de los acontecimientos anuales mas esperados por los japoneses que se lanzan en masa a disfrutar del renacer de la vida. Una celebración que se conmemora cada año por todo Japón desde hace siglos y que es tradición nacional desde el S.XVII.
El Hanami es una celebración que hay que compartir. Por eso y si quieres vivirlo como debe, consigue un mantel o un plástico sobre el que sentarte además de comida y bebida en abundancia para tomar con familiares, compañeros o amigos. Es el picnic a la japonesa por excelencia pero eso si, siempre tiene que ser bajo un árbol en flor. Y ya está. Es la excusa perfecta para romper la monotonía del día a día y disfrutar de la belleza sutil, leve y fugaz de la flor del cerezo.
La fiebre del Hanami se extiende por todo Japón iniciándose en el sur y avanzando hacia el norte a medida que aumentan las temperaturas. En Osaka los jardines que rodean a su castillo, en realidad su reconstruida torre del homenaje, es un desfile de gente ansiosa por ver la floración que este año se esta retrasando. Aquí toca tener paciencia y esperar unos días más.
En Kyoto sus innumerables jardines y templos Patrimonio de la Humanidad se preparan para el aluvión de visitas. Aunque en el famoso Paseo de los Filósofos todavía no han florecido, algunos arboles de los templos de Arashiyama ya están cargados de flores dando las primeras señales de lo que en unos días sera el estallido de blanco y violeta pálido ansiado por todos.
Al este de Kyoto las calles de Higashiyama son un hervidero de gente que viene a pasear y recorrer los templos y santuarios que abundan por aquí. Los pocos árboles florecidos son el lugar elegido por las chicas vestidas a la manera tradicional para retratarse con sus kimonos, algunos decorados con motivos del Hanami. Y también para dejarse fotografiar entre tímidas sonrisas y grititos nerviosos.
Por la noche los restaurantes que bordean los canales cercanos al barrio de Gion abren sus puertas e iluminan a los incipientes cerezos en flor. El espectáculo resulta casi mágico e irreal.
Hasta Nara nos acercamos a ver el gran Templo de Tōdai-ji, la mayor estructura religiosa del mundo construida en madera. Por sus extensos jardines y bosques por donde corretean los ciervos en libertad apenas si había señales del Hanami. Eso sí, la visita mereció la pena ya que es de esos lugares de Japón que no deja indiferente a nadie.
En otro de nuestros viajes nos acercamos a la isla de Miyajima tras visitar Hiroshima en un día en el cayó el diluvio universal sobre nuestras cabezas. En los cerezos que rodean el Santuario de Itsukushima apenas si dejaban ver los capullos que en unos días se convertirían en todo un espectáculo. Sólo algún cerezo adelantado dejaba ver algunas flores mientras los ciervos de la isla comían los pétalos caídos tras el aguacero.
Pocos días después estoy pisando la hierba perfectamente cortada del Shinjuku Goen, uno de los pulmones verdes del centro de Tokio. Desde que abre sus puertas a las 9 de la mañana ya hay gente comprando sus entradas (200 Yenes) para acceder a este cuidada extensión de verde, una gota de color en el monótono gris cemento y asfalto de la capital nipona.
En el Shinjuku Goen los cerezos, muchos de ellos de un porte magnifico, han florecido casi de golpe. Y de una manera tan profusa que las ramas cargadas de flores caen sobre los estanques balanceando al viento sus racimos de color blanco níveo. Nunca había visto unos cerezos tan altos, tan magníficos, con ramilletes de flores brotando directamente de la madera oscura de troncos y ramas.
Este espectáculo que nadie se quiere perder es el de una Naturaleza que revive con fuerza tras uno de los inviernos mas duros vividos en Tokio en los últimos años.
Pintores, fotógrafos, grupos de escolares, jubilados, parejas de enamorados y turistas (la mitad de China debe estar en Japón estos días) acuden en tropel a asombrarse ante la fuerza de una Naturaleza que olvidamos que esta ahí, siempre presente.
Es un martes laboral cualquiera en Tokio. Pero el Parque Ueno debe ser el lugar de la capital con mas densidad de población tras los vagones del metro y de las lineas JR. Miles y miles de personas abarrotan cada rincón de este parque, uno de los mas populares de Tokio por varias razones:
– por albergar algunos de los museos mas importantes de la capital como el Museo Nacional de Japón o el de Ciencia, además del Zoológico.
– por ser uno de los pulmones verdes de una zona muy densamente urbanizada.
– y por ser uno de los lugares preferidos para disfrutar del Hanami del sakura, la flor de cerezo.
La avenida principal del Parque Ueno esta flanqueada por mas de mil cerezos que provocan con su masiva floración un efecto mágico. La admiración y el asombro que provoca caminar bajo un cielo de flores se hace evidente por el numero de cámaras, smartphones y móviles por metro cuadrado. Y es que no hay flor que no quede fotografiada.
Lo mas sorprendente es que es un día de semana cualquiera ¿Que pasa, que hoy no trabaja nadie? Es el Hanami amigos y los oficinistas se turnan para darse un respiro y los estudiantes aprovechan los días libres antes de retomar sus clases a primeros de abril.
Y desde primera hora ya hay gente cogiendo sitio bajo los arboles. Para la hora del almuerzo es casi imposible avanzar por los paseos del parque. Y tampoco por la avenida arbolada que atraviesa el lago partiendo desde el pequeño templo Bentendo. A su alrededor todo está lleno de puestos de comida, de galletas y dulces, de fideos y pinchos de carne que contribuyen a realzar ese ambiente festivo y alegre.
Lo que no deja de sorprenderme es el numero de personas que hoy han decidido no ir a trabajar para venir a pasear o sentarse bajo un árbol. Y su variedad, pues las hay todo tipo: desde jóvenes que vienen a emborracharse, a familias completas, pandillas de universitarios, grupos de hombres impecablemente trajeados que disfrutan como niños, y hasta monjes.
Nadie quiere perderse este espectáculo efímero que apenas dura unos días. Y es tal su fuerza que imprime un carácter especial a los lugares donde se vive. Y como ejemplo basta mirar al suelo y encontrarse con que las tapas de las alcantarillas en el Parque Ueno están decoradas con el Hanami del sakura.
Continúo recorriendo Tokio en busca de esas escenas de belleza única que deja la floración del cerezo. Y las encuentro en el tradicional barrio de Asakusa tras caminar entre miles de turistas por la famosa Nakamise dori, esa calle repleta de pequeñas tiendas de recuerdos y pastelerías. En los alrededores del templo de Senso-ji dedicado a la diosa Kannon también han florecido los cerezos.
El contraste de su color blanco con el bermellón de los templos y de la pagoda Goju-no To de 5 alturas y casi 70 m. de alto, me trasporta a tiempos de un Japón que ya no existe, pero que parece todavía real.
Al fondo y rompiendo con la imagen idílica del japón de templos y samuráis, se eleva la gran torre de la Tokyo Sky Tree. Su estilizada silueta metálica de 634 metros de altura me devuelve irremediablemente al Siglo XXI. Pero los cerezos en flor siguen ahí, ofreciéndome una imagen de los dos japones, el pasado y el actual, que tan bien parecen convivir. Y esta es una armonía que se respira y se vive por todo el país imprimiéndole un carácter muy especial.
Termino este paseo en las orillas del río Sumida donde un manto de flores blancas cubre casi por completo el paseo peatonal de una de las orillas. Sólo me queda cruzar el río y adentrarme en el Parque Sumida donde a pesar de que pronto va a anochecer la gente se resiste a dejar su lugar bajo los cerezos.
Mi tiempo en Japón se estaba acabando. A mi regreso el sol caía ya en el cielo mientras bordeaba el río hacia Asakusa pensando en todo lo que me había quedado por ver: parques en flor, templos y avenidas cubiertos de blanco, rincones que nunca conoceré… Justo entonces un reflejo me hizo levantar la vista hacia un edificio cercano al de la cervecera Asahi con su famosa gota de cerveza en el tejado. Y me encontré con esta imagen que fotografié a modo de despedida.
Las flores blancas del sakura seguían estando ahí junto a la silueta de la Tokyo Sky Tree reflejada al atardecer en la fachada de cristal. Bonita manera de decirme adiós. O hasta pronto, quién sabe…
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