Foto-locura en el sur de Etiopía.
El sur de Etiopía es uno de esos lugares en el que un fotógrafo puede volverse loco. La razón es que el valle del Omo es el hogar de 16 etnias y tribus que mantienen su cultura y sus formas de vida ancestrales a pesar del avance imparable de la globalización. La cantidad de escenas únicas dignas de inmortalizar es tal, que es fácil llegar a sufrir un auténtico síndrome de Stendhal fotográfico.
Tal como está definido, el síndrome de Stendhal causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor y palpitaciones cuando el individuo está expuesto a obras de arte. Todo esto es lo que puedes llegar a sentir cuando día tras día visitas poblados, aldeas y mercados donde cada etnia y cada tribu supera a la anterior. Tanto en la forma de decorar sus cuerpos como en la de pintar sus rostros. Aquí una choza de paja o la pared de un bar perdido en medio de la nada se convierte en un estudio fotográfico. Y ya no te cuento cuando asistes a rituales y ceremonias cuyos orígenes se pierden en los albores del tiempo.
Mantener la mente fría cuando a tu alrededor ves cientos de fotografías en potencia se convierte en todo un reto. Sobre todo, a la hora de hacer retratos. Porque no hay que olvidarlo, estamos tratando con personas que nos ven como extraños. Personas a los que visitamos en sus poblados, en sus chozas, en la intimidad de sus hogares.
Más allá de los aspectos técnicos, os voy a hablar aquí de todo esto. De cómo enfrentarse con éxito a un viaje que exige lo mejor de ti como persona y como fotógrafo. Sobre todo, si lo que te gusta son los retratos. También te voy a contar cómo el mal hacer de anteriores fotógrafos ha alterado la dinámica de las relaciones con todas estas etnias. Hasta tal punto de crearse unos acuerdos tácitos para poder fotografiar.
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Si viajas al sur de Etiopía, hazlo con los mejores profesionales
Llegar hasta el sur de Etiopía es toda una aventura para la que hay que ir bien preparado. Sin duda la clave del éxito es viajar con los mejores profesionales. Y esto no es negociable. O viajas con los mejores guías, lo mejores conductores y la mejor infraestructura técnica y humana, o este viaje puede resultar en un fracaso total. La recompensa es poder fotografiar la forma de vida de algunas de las etnias del valle del Omo antes de que desaparezcan barridas por el avance imparable de la globalización. Y por las urgentes necesidades económicas de un país en vías de desarrollo.
Este es un viaje que tiene sus riesgos, así que no lo dudes y viaja con el mejor seguro de viaje. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro especializado en viajes que cubre todo tipo de contingencias, aventuras, incidencias, incluyendo las provocadas por el Covid19. Además, contratando tu seguro desde aquí, obtendrás un 5% de descuento.
El objetivo de este viaje era fotografiar e intentar convivir durante 2 semanas con etnias de los parques nacionales de Mago y el del valle del Omo, y de sus alrededores. Una zona en la que Etiopía linda con Kenia y Sudán del Sur. Un lugar donde la geografía está marcada por los meandros del río Omo que recorre la reseca llanura africana, y las húmedas montañas selváticas que los rodean. El río Omo avanza hacia el sur hasta desaguar en el lago Turkana ya en la frontera con Kenia. Este es el hogar de muchas de las tribus que todavía hoy viven de forma semi-nómada en el este del continente africano.
En este espacio relativamente pequeño conviven entre otros los dorze, los konso, los arbore, los bodi y los mursi. Más al sur, en las llanuras más resecas, viven los dasanes, los karo, los hamer, los banna y los nyangatom. Algunos como los dasanes o los karo están a punto de desaparecer ya que apenas quedan unos centenares. Mientras, los dorze o los konso viven en aldeas ya asentadas ligadas a la agricultura.
Pero el sur de Etiopía también es verde y montañoso. Tan verde que cualquier idea preconcebida sobre este país desaparece entre palmeras, bosques tropicales húmedos y praderas de hierba donde pasta el ganado. Moverse por estas montañas es una auténtica aventura que exige moverse con toda la infraestructura necesaria: vehículos 4×4, guías, conductores, cocineros, tiendas de campaña, agua, comida y todo lo que se pueda necesitar. Este es el territorio de los surma, la etnia más aislada e indómita de todo este territorio.
Sea como sea, recorrer estas tierras es hacerlo disfrutando de una sucesión de escenas únicas e inolvidables en las que a veces el tiempo parece detenido. Y, además, teniendo el privilegio de descubrir cómo es el día a día de unos pueblos que apenas ha evolucionado su forma de vida en los últimos milenios. Eso no quita que nos sintamos tan perdidos como Nigel Barley en su magnífico libro ¨El antropólogo inocente¨.
Fotografiar aquí se convierte en un deseo impulsivo, continuo e irrefrenable. A cada paso del camino surge una fotografía. O varias. Cada visita a un poblado se convierte en un frenesí de imágenes y retratos únicos. Y cada rostro es una historia que contar. Enfrentarse a esta avalancha de momentos, escenas, colores, luces, retratos y texturas se convierte en todo un reto. Un desafío para el que hay que estar preparado y mantener la cabeza fría. Y os aseguro que no resulta fácil.
En la mayor parte de los casos, pensar en los parámetros correctos de la cámara resulta realmente complicado. O en los fondos o la luz adecuados para hacer un retrato mientras a tu alrededor decenas de personas te rodean pidiendo que les hagas una foto. Los niños corretean alrededor de tus piernas, la gente toca la cámara para ver la pantalla, las mujeres decoran su cuerpo con sus mejores galas y todo se convierte en un totum revolutum que puede resultar un tanto agobiante. Pero bendito agobio.
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Este paraíso del retrato tiene su precio
En el sur de Etiopía apenas encontrarás rastro de esa vida salvaje que puedes encontrar en los parques de Kenia, Tanzania, Zimbabue, Botsuana o Sudáfrica. Por lo tanto, aquí no existe el turismo de safari que tantos beneficios trae a otros países del continente africano. Por otro lado, la idea de llegar en pleno S.XXI a una sociedad indígena inocente es tan bucólica como irreal. Además del ganado y la agricultura, toda esta gente vive de los ingresos que reciben de los turistas. Sobre todo, de los fotógrafos que vienen a retratarles. Y para ello exigen un pago por permitirles fotografiar en sus poblados. Y esto es sólo el comienzo.
Toda la gente que se te acerque en las montañas, en un poblado, en las polvorientas calles de un mercado tienen un solo objetivo: exprimir tu cartera hasta el último billete mientras gritan o te susurran: «you, you, you… farangi, foto, foto, foto… birr, birr, birr«. Es decir: “tú, extranjero, si quieres hacerme una foto, págame unos cuantos birr”. Este mantra se repetirá durante tu visita a cualquier aldea o poblado del sur de Etiopía como un cántico sagrado. Como una verdad inmutable. Como un mandamiento divino.
El adiós a la inocencia de estas etnias se produjo hace ya muchos años. Cuando los primeros fotógrafos de viajes y de revistas especializadas empezaron a ofrecer regalos y a pagar por las fotos que hacían a una gente que no pedía nada a cambio. Desde aquellos tiempos ha llovido mucho. Hoy, hasta el más tierno bebe capaz de pronunciar unas palabras, te pedirá dinero por hacerle una foto.
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La fotografía étnica y los dilemas morales
Esto es lo que hay. O pagas, o te quedas sin retratos. Lo mejor es aceptarlo como un acuerdo que beneficia a ambas partes con unas normas que vienen ya impuestas. Y te lo dice alguien que nunca ha pagado por hacer un retrato hasta realizar este viaje a Etiopía. Tú haces tus retratos pagando y ellos posan para ti. Algo que está muy cerca del mundo actual plagado de modelos e influencers que cobran por dejarse fotografiar. Y que aceptamos como un intercambio comercial normal. ¿Por qué ellos iban a ser menos? Lo más curioso es que casi nadie te va a dar detalles sobre esta cuestión. Parece ser una especie de tema tabú entre los fotógrafos y viajeros que han visitado el sur de Etiopía.
Pero hay otros factores en juego. Por ejemplo, nuestra visión del mundo y de las normas morales de nuestra sociedad. Nuestra manera de respetar a las personas y a las diferentes culturas. O la forma de entender realidades ajenas sin tener por qué juzgarlas. ¿Cómo fotografiar este mundo sin hacerlo desde nuestra visión moral occidental cada vez más habituada a la autocensura?
Y esto es lo que marca la diferencia entre la ética de unos retratos y la de otros. Porque no hay que olvidar que estamos ante pueblos en los que la desnudez parcial o total es algo habitual. En los que hay rituales donde los hombres se abren la cabeza a golpes o donde las mujeres se dejan fustigar las espaldas. Y donde las escarificaciones corporales y los discos labiales son símbolo de belleza. Donde se portan armas sin reparo y se bebe la sangre de los animales. ¿Cómo fotografiar todo esto?
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La negociación y sus detalles
Cuando vas a fotografiar pueblos que viven de forma nómada o semi-nómada, encontrarlos puede ser un problema. Afortunadamente muchas aldeas se asientan en los mismos lugares de años anteriores y los guías locales conocen su ubicación. Antes de llegar a un poblado o cuando llegas a él, hay que hablar con un guía, representante o jefe del poblado. Es el llamado fixer, con el que se pacta un precio por acceder al pueblo y poder tomar fotografías a la comunidad.
Siempre se intenta que con ese precio pactado se pueda fotografiar sin restricciones. Pero hay una norma tácita por la cual esa cantidad se ve incrementada si quieres fotografiar a alguien en especial. Y te aseguro que aquí cada persona es muy especial. Aun así, a veces se consigue fotografiar a la gente de un poblado por el precio pactado inicialmente.
En otros, es imposible contener el entusiasmo de sus habitantes por ser el o la más fotografiada. A veces todo se vuelve un poco caótico. Lo mejor es buscar a alguien que te interese y llevarlo aparte para fotografiarlo a la sombra de una choza o de unos árboles. Mientras fotografías a alguien, el resto de personas suele mantener cierta distancia a la espera de que también les fotografíes.
Prepara mínimo 10 birr por cada persona que quieras fotografiar, unos 20 céntimos de Euro. Si quieres tomar más fotos o fotografiar a varias personas, prepara un buen fajo de billetes de 10 y de 50 birr. Lo mejor es pactar el pago desde el principio. Si preguntas a alguien ofreciendo una cantidad y mira un instante hacia arriba, la respuesta es afirmativa. Tras realizar tus fotos, no está de más dar las gracias y enseñar las fotos en la pantalla de tu cámara antes de hacer el pago correspondiente.
Una vez que entiendes el procedimiento, todo es mucho más fácil. La mecánica es siempre la misma. Se llega a una aldea y se negocia. Mientras tanto sus habitantes se pintan y se decoran con todo lo que encuentran a mano: frutas, plantas, hojas, pinturas, abalorios…Una vez pactado un precio, podremos fotografiar. Al principio casi siempre respetando el acuerdo inicial. Pero pronto cada persona pide un extra por ser fotografiado.
Por el contrario, en los «cattle camp«, o en celebraciones y rituales como el ukuli bula, el salto del toro, o una lucha de donga, se respeta el precio pactado por poder asistir. Puede dar la sensación de que algunas tribus solo ven al extranjero como una billetera andante. Y eso, a pesar de todos los esfuerzos que puedas hacer por intentar conocer su realidad, ser amable, reírte con ellos o entablar una conversación por gestos. Tampoco hay que enfadarse. Si estás aquí se sobreentiende que ya sabes lo que te vas a encontrar.
Lo mejor es aceptar la situación y admirarte ante la picaresca y la creatividad que despliegan niños, jóvenes y mujeres para ser los más fotografiados. Aquí no se decoran las casas. Son los cuerpos los que se convierten en lienzos donde se improvisan auténticas obras de arte.
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A tener en cuenta
La llegada de los fotógrafos a las aldeas es todo un acontecimiento ya que supone un aporte de dinero para sus habitantes. Pero esto puede provocar algunos problemas para las comunidades más visitadas. Por ejemplo, que algunos padres decidan no llevar a sus hijos a la escuela para que puedan ser fotografiados. Por eso soy partidario de no fotografiar a los niños pequeños, y menos pagándoles por ello. Y si lo hago, les doy el dinero a sus madres. Ellas lo aprovecharán mucho mejor. Si se les acostumbra a todo esto, muchos niños dejarán los estudios o las labores que les asigna la familia.
También sucede que los motivos decorativos y vestimentas con los que se acicalan se alteran con añadidos que no tienen nada que ver con sus tradiciones. Es cierto que pueden aportar un plus estético. Pero roban autenticidad a las personas y al significado de lo que pueden representar. Esta es una práctica promovida por algunos fotógrafos que buscan dar más espectacularidad a sus imágenes. Pero que se ha vuelto tan rebuscada que a veces roza la exageración.
Esta búsqueda de la fotografía colorida y espectacular hace olvidar a muchos fotógrafos la autenticidad que mantienen sobre todo los más ancianos. No te olvides que en sus rostros surcados de arrugas se oculta el implacable paso del tiempo y de la experiencia. Cualquier persona que haya llegado a anciano en estas condiciones de vida es un auténtico superviviente, una fuerza de la Naturaleza. Además, son los ancianos los más necesitados de ayuda económica.
También hay que saber que el dinero negociado por la obtención del permiso para fotografiar en las aldeas se lo reparten los hombres. Y su objetivo suele ser emborracharse o comprar armas. Esta es la razón por la que todos los guías aconsejan visitar las tribus más problemáticas por la mañana, antes de que el alcohol pueda provocar situaciones desagradables.
Si queremos que nuestra presencia no afecte más de lo que ya lo hace a estos pueblos, debes tener en cuenta todo esto. Y algunas cosas más que te iré contando.
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Con la cámara a cuestas por el sur de Etiopía
El objetivo principal de un viaje como este es retratar a la gente local. La fotografía puede ser la excusa perfecta para acercarnos a las personas que nos encontramos e interactuar con ellas. Y de paso, mejorar de forma increíble la experiencia del viaje en sí misma.
Hacer retratos durante los viajes es apasionante, pero al mismo tiempo supone enfrentarse a todo tipo de retos. Fotografiar a gente que no conoces supone un desafío no sólo a nivel técnico sino, sobre todo, personal. Al fin y al cabo, la fotografía de retrato es la fotografía más humana que existe. Retratar a una persona significa contar parte de su historia. Ya sea a través de su mirada, de las arrugas que la vida ha ido cincelando en su rostro, de sus tatuajes, su vestimenta o sus cicatrices.
Los retratos tienen alma, cuentan cosas, trasmiten sentimientos y hacen volar nuestra imaginación. Porque en realidad, no sabemos quién está detrás de ese rostro. Somos los fotógrafos quienes elegimos reflejar un estado de ánimo o un rasgo determinado de la personalidad del retratado. Puede ser a través de un gesto, de una mirada, del lenguaje corporal o de la forma de vestir.
Esto es lo realmente importante y lo que va a marcar la diferencia. Hagas el tipo de retratos que hagas que tus fotos digan algo, que no sean planas, sin vida. Que despierten la curiosidad o el asombro. En definitiva, que inciten a mirarlas, que despierten la imaginación y provoquen sensaciones. Y os aseguro que en el sur de Etiopía se pueden hacer unos retratos capaces de despertar todo tipo de emociones.
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¿Qué equipo me llevo?
Soy de los que piensan que en la fotografía de retratos tiene más importancia la mirada del fotógrafo que el equipo que puedes llevar. Pero cuando te vas a lugares remotos a fotografiar en condiciones extremas, es cuando de verdad aprecias llevar una cámara y unos objetivos de calidad. Y cuando digo calidad no quiero decir cantidad. Como ya he dicho, el sur de Kenia no es lugar para safaris. Al sur de Etiopía se viene a hacer fotografía de retratos y algo de paisajes. Por eso ya puedes ir dejando tus teleobjetivos de mayor alcance en casa.
En este tipo de viajes me gusta que mi equipo sea lo más ligero posible, fácil de trasportar y polivalente. Tanto el cuerpo como los objetivos deben ser resistentes al polvo y la humedad. Y que las baterías de la cámara ofrezcan una autonomía más allá de lo esperado.
Muchas de las fotografías se hacen en interiores. Por eso es más que recomendable usar una cámara con un buen sistema de estabilización (en su defecto objetivos estabilizados). Y un alto rango de ISO que permita tomar fotografías con poca luz. Si además contamos un sistema de auto enfoque al ojo, obtendremos fotos nítidas en condiciones de baja luminosidad. Todo esto te ahorrará cargar con un trípode pues vistos los lugares donde vas a fotografiar, no es lo más práctico ni lo más cómodo.
Como explico en mi Guía de fotografía para llevar tus retratos de viaje a otro nivel, las mejores distancias focales para retratos oscilan entre los 70 y 135 mm. Aunque para fotografías de medio cuerpo o de cuerpo entero, tendrás que usar distancias focales menores. Hay fotógrafos que prefieren las focales fijas para realizar sus retratos. Pero en este tipo de viaje es mucho más práctico recurrir a lentes de focal variable. Además, vas a tener que realizar muchos de estos retratos desde distancias cortas por la falta de espacio en el interior de chozas y locales cerrados. Con una lente fija el que se mueve es el fotógrafo. Y si no hay espacio por el que moverte, te quedas sin foto.
La calidad de las lentes adquiere más importancia al hablar de la apertura del diafragma. A mayores aperturas tendremos más luminosidad y podremos disparar a mayor velocidad evitando fotos movidas o borrosas. Además, obtendremos un mayor desenfoque (el efecto bokeh) para aislar al retratado del fondo que lo rodea consiguiendo esa sensación de profundidad en nuestras imágenes. En todo caso busca fondos uniformes que ayuden a resaltar la imagen del fotografiado.
Cuida la composición cuando fotografíes de cuerpo entero o hagas retratos de grupo. En este caso no te olvides de cerrar el diafragma para que todos los retratados salgan enfocados.
En mi caso en este viaje he usado sólo con una cámara Sony α7 III y un par de objetivos:
– un FE 24-105mm F4 G OSS con una distancia de enfoque mínima de 0,38 metros, estabilización de imagen óptica y apertura máxima F4 constante. Con este objetivo he realizado el 95% de las fotografías.
– un FE 4.5-5.6 70-300 G OSS también estabilizado, que he usado sólo para fotografiar muy puntualmente desde lejos.
La Sony α7 III es una cámara de formato completo de 35 mm estabilizada, un autofoco rápido y muy preciso con Eye AF. Además soporta ISOs muy altos. La combinación de estas características con la estabilización óptica de los objetivos me ha permitido tomar retratos nítidos y muy detallados sin trípode en entornos de muy poca luz.
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Las condiciones ambientales
En el sur de Etiopía vamos a encontrarnos con diferentes entornos geográficos y condiciones de luminosidad extremas. En las zonas llanas del valle del Omo se pueden alcanzar temperaturas que rozan los 40ºC a mediodía. Lo más habitual es llegar a un poblado donde sólo hay chozas de madera y paja como única sombra disponible. Sí, ya sabemos que la mejor luz es la de la mañana y la de la tarde al caer el sol. Pero muy pocas veces te vas a encontrar a esas horas visitando un poblado. O fotografiando una festividad o un acontecimiento social.
En la medida de lo posible evita fotografiar a pleno sol ya que la luz es durísima y los cielos no tienen contraste. Aparte de que lo más seguro es que te acabes desmayando con una insolación. La opción que tenemos es fotografiar a la gente pidiéndoles que se sitúen en la entrada y el interior de sus chozas. Además, en las zonas de montaña, también podemos fotografiar bajo la sombra de los árboles.
Si fotografías en zonas sombrías, que la luz sea uniforme e indirecta. No olvides que la piel oscura adquiere unos brillos muy marcados en cuanto les da algo de luz. Para evitarlos hay que enfocar al rostro y subexponer 2/3 o un punto. Aparte de esto, pon el ISO en automático para no volverte loco y abre el diafragma al máximo para conseguir el desenfoque del fondo. Intenta evitar velocidades muy lentas para evitar que la foto salga borrosa, o velocidades muy altas para evitar que salgan demasiado oscuras. En todo caso, en la edición posterior, siempre es más fácil recuperar las luces en una foto oscura que las sombras en una foto sobre expuesta.
En mercados al aire libre, celebraciones y festividades a plena luz del día, utiliza ISOs bajos, aumenta la velocidad de disparo, utiliza focales medias y no te olvides que siempre puedes subexponer directamente desde la cámara.
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Algunos errores a evitar
Se supone que cualquier persona que haga un viaje de estas características tiene ya conocimientos del uso de las técnicas y reglas de la fotografía. Pero todos podemos caer en ciertos errores o despistes que nos pueden arruinar el día. Los más comunes son:
– Cargar con un equipo excesivo o sobre dimensionado que no vas a utilizar. Tu espalda te lo agradecerá.
– No llevar tarjetas de memoria de reserva en la mochila. Vas a hacer muchas más fotos de las que esperabas, así que no seas rácano.
– No llevar las baterías siempre cargadas o baterías de repuesto. Por el camino no vas a encontrar muchos enchufes, porque sencillamente no los hay.
– Olvidarte de tu kit de limpieza y de limpiar tu equipo cada día. Aquí el polvo es tan fino que entra por cualquier resquicio.
– Usar el flash. A no ser que consigas una luz indirecta, suave y muy difuminada, los brillos en la piel oscura van a «matar» tus retratos.
– Olvidarnos de fotografiar los detalles.
– Prepara los ajustes de tu cámara antes de empezar a fotografiar. Si trabajas con modos personalizados se te puede olvidar cambiar el que tenías puesto de la anterior sesión. Así que evita sorpresas desagradables y mira tus ajustes con frecuencia.
Pero más que los aspectos técnicos, quiero incidir sobre todo en los errores que podemos cometer en la interacción con la gente local:
– No ver a los habitantes de estas tribus y etnias como lo que son: seres humanos con sus vidas, sus familias y sus formas de vida. Tan respetables como la tuya.
– Recuerda que sólo eres un invitado (aunque pagues por serlo). No hay que olvidar que estás entrando a sus poblados e invadiendo en cierto modo su intimidad y sus quehaceres diarios.
– Pagar por hacer retratos no te da derecho a menospreciar, maltratar, exigir de malos modos, humillar o no respetar a las personas que fotografías.
– Tómate tu tiempo para interactuar con la gente. Evitarás que tus retratos sean simples posados fruto de una transacción comercial.
– No regales camisetas de fútbol ni cualquier tipo de ropa que no se corresponde con la tradición cultural de estos pueblos. Vestir de Messi o de Ronaldo a un joven para fotografiarle entre sus vacas me parece humillante (¡Cuánto daño ha hecho el fútbol a la antropología y a la riqueza cultural!) Recuerda que en muchas sociedades la forma de vestir indica un estatus social, el origen étnico o la situación familiar ¿Quién eres tú para cambiar todo esto?
– Si estás en una celebración tribal, ensaya el noble arte de la invisibilidad. Es decir, sé un mero testigo. No interfieras con la tradición ni con los rituales establecidos. Mantente al margen y no interactúes con la gente cuando están en pleno ritual. Ni para selfies, ni para ubicar mejor a los participantes y que tu foto salga encuadrada como tú quieres.
– Y para terminar, si viajas con otros fotógrafos, respétalos también. Reprime tus ansias y no corras a ponerte delante de sus narices para ser el primero en fotografiar o para ocupar el mejor sitio. Tampoco hace falta que les empujes, ni que les apartes. Puedes esperar tu turno o buscar otras personas y ubicaciones para fotografiar. Y por favor, ponte fuera de plano que luego siempre sales de coprotagonista en las fotografías de los demás.
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Fotografiar en el sur de Etiopía: una experiencia inolvidable
Sea cual sea tu objetivo, fotografiar en el valle del Omo es una experiencia única e inolvidable. Todo contribuye a ello: la sensación de lejanía y aventura, los paisajes cambiantes, las formas de vida todavía primitivas, la estética tan especial de estas etnias… Y sobrevolando sobre todo ello, la omnipresente sensación de estar fotografiando un mundo que se acaba.
Como ya he dicho al principio, un viaje a este rincón del este África es una aventura para la que hay que venir preparado. Llegar hasta aquí y poder fotografiar todo esto es un auténtico privilegio y una lección de vida. Algo de lo que hay que ser consciente a cada minuto para poder saborearlo y apreciarlo como se merece: algo único e irrepetible.
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