Historia, cultura, playas y gente simpática…Cartagena de Indias lo tiene todo.
Una hora de vuelo separan el cielo gris y el frío de Bogotá de la radiante luminosidad y el calor tropical de Cartagena de Indias. Del aeropuerto al centro apenas hay 15 minutos de trayecto en taxi decorado con el azul del mar Caribe. Al fondo se divisan los grandes edificios de la nueva zona de Bocagrande.
Pero lo que más impresiona llega cuando bordeamos las viejas murallas de roca coralina gris que se prolongan a lo largo de una considerable extensión.
Tras el hundimiento económico que supuso para la ciudad el proceso de independencia que la arrastró al olvido hasta la segunda mitad del S.XX, Cartagena ha entrado con fuerzas renovadas en el Siglo XXI. Porque Cartagena de Indias tiene mucho que ofrecer: Historia e historias, un centro colonial estupendamente conservado, una de las mayores fortalezas españolas de América, una animada vida urbana y un entorno caribeño digno de ser disfrutado.
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Un poco de Historia
Fundada por el duro conquistador español Pedro de Heredia en 1533, Cartagena pronto se convirtió en una de los puntos clave de las comunicaciones y el comercio entre la América Hispana y la metrópoli. Como La Habana y San Juan de Puerto Rico, Cartagena comenzó a adquirir importancia por su situación estratégica para el llamado Comercio de Indias tras la instauración del sistema de flotas durante el reinado de Felipe II. Cartagena se convirtió en puerto de intercambio de las flotas de galeones que, provenientes de España, descargaban sus mercancías para regresar cargadas de metales preciosos, tintes y especias. Hasta aquí llegaba la plata del Virreinato del Perú. Primero era trasportado en barco hasta la ciudad de Panamá. Luego acarreado por mulas a través de la selva por el llamado Camino Real hasta la ciudad de Portobelo en la costa caribeña. Y una vez allí, embarcado hasta Cartagena y La Habana en su largo camino hacia Europa.
La rápida expansión de Cartagena gracias a su ubicación estratégica llamó la atención de las potencias europeas enemigas de España. Una y otra vez ingleses y holandeses intentaron durante 3 siglos conquistar, asaltar y destruir la ciudad. Francis Drake lo consiguió en 1586 tomando la ciudad por sorpresa y pidiendo a sus habitantes un elevadísimo precio de rescate. Desde ese momento la administración española se dio cuenta de la necesidad de fortificar convenientemente la ciudad. Se bloqueó el acceso por el Canal de Bocagrande y se fortificó la entrada por el canal de Bocachica. Además se prolongaron las murallas y baluartes y se construyeron varias fortalezas, entre ellas el impresionante Castillo de San Felipe.
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Blas de Lezo y el mayor desastre naval inglés de su historia
De nuevo y por última vez los ingleses al mando del almirante Edward Vernon intentaron asaltar Cartagena en 1741 con una flota de 180 barcos y más de 23.000 soldados. Era la mayor armada jamás vista desde la Gran Armada de Felipe II, y no se volvió a ver nada igual hasta el desembarco del Día D en Normandía en 1944. Las batallas se prolongaron durante varios días mientras los defensores al mando del Comandante General Blas de Lezo, con apenas 3.000 hombres, retrocedían hacia las posiciones fortificadas.
El almirante inglés, pensando que la batalla estaba ganada, mando un barco a Inglaterra para dar aviso de la «gran victoria». En Inglaterra se declararon días de fiesta y se acuñaron monedas conmemorativas. Mientras tanto Blas de Lezo, que tras muchas batallas estaba tuerto, manco y además le faltaba una pierna, consiguió repeler el ataque. «Medio hombre«, así se le conocía, se convirtió en el militar y marino más destacado de la época. Finalmente la feroz resistencia española consiguió ralentizar el avance inglés. La intención del Comandante era dejar literalmente empantanados a los ingleses en las marismas que rodeaban la ciudad. En unas semanas las tropas de Vernon empezaron a verse afectadas por las enfermedades tropicales y el hostigamiento de los españoles. Finalmente, tras perder gran parte de sus barcos y a miles de hombres, la gran armada de Vernon se batió en retirada tras haber dado por ganada la batalla por adelantado.
Todavía se recuerda este hecho con una estatua a Blas de Lezo a los pies del Castillo de San Felipe. Las autoridades inglesas retiraron las medallas conmemorativas y los historiadores ingleses se afanaron en minimizar o borrar de sus libros la mayor derrota naval de su Historia siguiendo la máxima de que «lo que no está escrito, no existe«. Blas de Lezo, gravemente herido durante los ataques ingleses, falleció poco después de la retirada inglesa. Y fue enterrado, no se sabe exactamente, en algún lugar de Cartagena de Indias.
Tras la debacle inglesa se sucedió un periodo de calma hasta que se inició el proceso de independencia de las colonias españolas en América. Este fue especialmente duro y sangriento en Cartagena entre 1811 y 1815. A partir de la independencia sobrevino un largo período de decadencia y abandono de la ciudad por muchos de sus habitantes y del propio estado colombiano. Sin embargo hoy Cartagena aparece renacida como uno de los principales puntos turísticos, culturales y comerciales de Colombia. Y con todo merecimiento.
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La Ciudad Antigua
Pues ya estoy en Cartagena. Acabo de dejar el taxi en la puerta del Baluarte de San Francisco que atraviesa la muralla y permite acceder a la Plaza de Santa Teresa. Son casi las 9 de la mañana de un día que amanece soleado, sin viento y con un cielo de azul intenso. Las calles adoquinadas, por las que no se permite el paso del tráfico, todavía están vacías de gente. Esto me permite admirar con más tranquilidad el conjunto arquitectónico que voy encontrando a cada paso.
El sol, asomando entre los tejados y las balconadas de madera, comienza a intensificar los colores pastel de las fachadas inundando de color la mañana. En la Plaza de Santa Teresa se encuentra el hotel que ocupa lo que en su día fue convento dedicado a dicha santa. Es uno de los mejores hoteles de la ciudad y aquí hay que hacer una parada para recorrer el claustro de este antiguo convento.
Ya en la calle de nuevo me encuentro con el Museo Naval del Caribe. Aquí, con planos, maquetas y gráficos, se explica el proceso de crecimiento urbano y fortificación de Cartagena y alrededores en paralelo a los sucesivos ataques sufridos por la ciudad. Justo a la derecha del Museo Naval sobresale un enorme edificio que en el período colonial fue sede de la Aduana. Aquí se almacenaban los productos procedentes de Europa, América y Asia a través del comercio con Filipinas, y también los esclavos procedentes de África. Cartagena fue uno de los principales puertos de América donde se comerció con esclavos destinados a los trabajos más duros en las grandes haciendas.
Apenas si he recorrido 100 metros y todavía queda mucha ciudad por ver. Cartagena empieza a despertar, los negocios abren sus puertas, los restaurantes empiezan a colocar sillas y mesas en terrazas y plazas. Los albañiles, pintores, escayolistas y demás trabajadores de la construcción continúan el proceso de reconstrucción de los viejos edificios cartageneros. Se ven obras por todas partes lo que quiere decir que hay dinero e inversiones. Las fachadas se repintan de vivos colores, las magníficas balconadas de madera se barnizan, y los habitantes colocan macetas con flores y plantas tropicales en cualquier rincón. Me resulta inevitable encontrar el parecido con el centro de algunas ciudades de las Islas Canarias.
La mezcla de estilos, tamaños, colores, arquitecturas, ventanales, puertas y vegetación son las que hacen de Cartagena un lugar único en el mundo. Y por supuesto la gente que llena sus calles y que asalta al visitante a cada paso que da vendiendo cualquier producto imaginable y “servicios” de todo tipo. Blancos, morenos y negros comparten plazas, aceras, terrazas y, sobre todo, largas colas delante de los distintos edificios de la Administración. Y también, ya está dicho, un interés realmente obsesivo por el visitante extranjero. Aunque eso sí, siempre con una educación y una corrección que ya quisieran muchos de esos turistas.
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El sol comienza a caer a plomo y todo el mundo busca la sombra en las estrechas calles. No dejo de mirar hacia las filas de balconadas decoradas con macetas y parterres de flores. Ni las coloridas fachadas de viejas casonas coloniales. En algunas se adivinan los amplios patios interiores ajardinados tras altos muros. Por aquí pasearon algún día caballeros, soldados, comerciantes y aventureros. Son las huellas del pasado que se descubren a cada paso que doy por esta calles adoquinadas.
De pronto se abre una plaza y aparece una iglesia de gruesos muros rodeada de altos y nobles edificios. Más adelante aparece un pequeño parque donde suena la música afrocaribeña de contundentes sonidos. Y por aquí y por allá surgen pequeñas tiendas y comercios, restaurantes y hoteles al servicio de todo aquel que visite la ciudad.
Poco a poco Cartagena se despereza desplegando sus encantos. De inmediato quedo prendado de los aromas a Caribe que flota en sus calles. A estas horas de la mañana estoy empapado de sudor por el calor. Busco todas las sombras huyendo de un sol implacable que torra la piel. Mientras deambulo por las calles voy encontrando los hitos urbanos de la ciudad como la Plaza Bolívar. Aquí al atardecer se reúne la gente para bailar al ritmo de la percusión. En la Plaza se encuentra el Museo Histórico y de la Inquisición, institución religiosa que en 3 siglos de permanencia en Cartagena sólo ejecutó a 6 personas, y una delegación del Museo del Oro de Bogotá.
En otra plaza encontramos la iglesia de San Pedro Claver, el santo local por excelencia. Luego aparece la espaciosa Plaza de la Aduana ideal para las grandes celebraciones. Más adelante se abre la Plaza de los Coches donde encontramos el Portal de los Dulces. Su nombre se debe a que bajo los soportales de esta animada plaza presidida por la estatua del fundador de la ciudad, están siempre presentes los puestos de dulces. Las especialidades locales van de los pastelillos de coco, de piña o de guayaba a las bolitas de tamarindo o los plátanos fritos.
En la plaza de Santo Domingo me encuentro con “la Gorda Gertrudis”. Es una de las esculturas de Botero que tendida y desnuda muestra sus redondeces de metal a propios y extraños. A su alrededor una muchedumbre de vendedores ofrece sus variadas mercancías a todo turista que se asoma a la plaza: abalorios, bisutería, cigarros, juguetes, esmeraldas, Cd´s y DVD, sombreros, gorras, toallas, camisetas, loterías varias… Parar a tomar algo en alguna de sus terrazas puede suponer una auténtica tortura, peor que algunas de las aplicadas por la Santa Inquisición.
También pasan las “palenqueras”, esas mujeres negras o mulatas siempre cargadas con sus cestas llenas de frutas tropicales y vestidas con sus coloridos trajes. En principio venden fruta y zumos, pero también se dejan fotografiar por una buena propina. Mientras tanto el constante “ring-ring” de los carritos de helados se superpone como fondo sonoro a las animadas charlas callejeras y al ruido de las obras en calles y edificios.
Después de comer en uno de los muchos restaurantes que ofrecen especialidades locales como el pargo, los camarones, el arroz con coco y los patacones, salgo de la ciudad fortificada por la Torre del Reloj hacia la Avenida Blas de Lezo. Enfrente está el muelle turístico o de “Los Pegasos” y desde aquí inicio un largo paseo por los baluartes de la vieja Cartagena. Hoy día quedan 16 en pié aunque llegó a tener 21 que cerraban la ciudad.
Desde el Baluarte de San Ignacio camino hacia el de San Francisco y desde aquí accedo al paseo situado sobre las fortificaciones y que permite ver la ciudad a un lado y el Caribe al otro. Estos baluartes y paseos son aprovechados por más vendedores de souvenirs, ropa, e incluso ostras vivas. También se ofrece al viajero solitario todo tipo de servicios sexuales complementados con un amplio surtido de drogas naturales o sintéticas.
El paseo por los baluartes, donde los fines de semana se celebran numerosas bodas y otros acontecimientos sociales, me lleva hasta “Las Bóvedas”. Esta es una hermosa y alargada edificación de color amarillo con multitud de arcos que esconden a su sombra un auténtico mercado de artesanías. El Museo de las Fortificaciones situado allí mismo en el Baluarte de Santa Catalina, ofrece un recorrido por el interior de las murallas bastante decepcionante. Sin duda la animación está en el exterior. Así que sigo caminando adentrándome por las calles del popular barrio de San Diego.
Cuando llego al Mercado de La Matuna descubro otra Cartagena en un lugar lleno de puestos donde se exponen productos imposibles entre la suciedad que bordea la Laguna del Cabrero. Mi destino aparece ya cercano y veo la impresionante mole de piedra que se alza entre la gente, el tráfico, las edificaciones y la vegetación. Coronado por una enorme bandera colombiana nos dirigimos hacia la que fue mayor fortaleza de la América Hispana, el Castillo de San Felipe de Barajas. Todavía hoy sus dimensiones dejan con la boca abierta a los visitantes.
Construido entre los S. XVI y XVII en una ubicación estratégica y constantemente ampliado y reforzado, el castillo se convirtió en una mole pétrea casi inexpugnable. A sus pies la estatua de Blas de Lezo, manco, con una espada en alto y con una pata de palo conmemora la victoria sobre los ingleses de Vernon que fracasaron en la toma de Cartagena. El almirante inglés Vernon comunicó la conquista de la ciudad a Inglaterra antes de haberlo conseguido y rápidamente se acuñaron medallas conmemorativas de la rendición de Blas de Lezo y de Cartagena. Una copia de estas medallas, que se retiraron tras la debacle inglesa, se puede ver en el pedestal de la estatua.
En la entrada de la rampa que sube al castillo me veo asaltado de nuevo por las palenqueras, vendedores de sombreros, gorras, bebidas, helados… El sol cae implacable sobre las piedras coralinas y sobre nuestras cabezas. Los vendedores de bebidas y sombreros tenían razón, porque el calor llega a ser realmente agobiante.
Las gotas de sudor corren por todo mi cuerpo y tengo que refugiarme en los túneles que llevan hacia lo más profundo del castillo. Estos túneles laberínticos estaban pensados como escondite, vía de escape y también lugar donde colocar explosivos para volar el castillo en caso de que fuera tomado por los enemigos. La visita se puede hacer con guía, porque entre lo laberíntico del lugar, la falta de luz, la humedad y la estrechez de los pasadizos. Aunque la verdad es que no está mal descubrir estos túneles solo en plan aventurero.
De nuevo en el soleado exterior voy subiendo por las rampas, escaleras y desniveles que conforman las diferentes ampliaciones. Desde lo más alto, en la Plaza de Armas, se domina toda Cartagena con el Centro Histórico enfrente y la prolongación de Bocagrande. Allí, hacia la izquierda, se ubica la ciudad moderna con sus grandes hoteles y zonas de ocio. Y de fondo, por un lado el Caribe azulado y por el otro las colinas y planicies vestidas de verde.
Una vez terminada la visita atravieso caminando el barrio de Getsemaní hacia el Parque del Centenario y de vuelta al Centro Histórico. Comienza a atardecer y la luz del trópico extrae diferentes tonalidades a los colores pasteles de las fachadas. La gente pasea, compra o descansa en una terraza a tomar algo. Os aconsejo acercaros hasta El Café del Mar ubicado en lo alto del Baluarte de Santo Domingo para disfrutar con la puesta de sol mientras refrescáis el organismo con una copa en sus terrazas. También ofrecen de cenar mientras de fondo suena música chill-out, lounge o ambient. Realmente es un lugar muy aconsejable donde charlar, relajarse y disfrutar de las vistas. Eso sí, los precios son un tanto desorbitados.
Llega la noche. Si todavía quedan fuerzas después de la paliza que nos hemos dado, es la hora en la que Cartagena se anima con músicos callejeros, grupos de baile afrocaribeño y terrazas con música de variadas tendencias. Es la hora de moverse hacia el barrio de Getsemaní con lugares donde bailar los ritmos tropicales. También a la calle del Arsenal o directamente a Bocagrande donde están los bares, casinos y discotecas de moda para acabar la noche. Por el camino las chivas pasan haciendo sonar su música fiestera.
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¿Dormir en el Centro Histórico o en Bocagrande?
Se hace de noche en el Centro Histórico de Cartagena de Indias y descubro nuevos rincones que hacen que esta ciudad me guste más a cada minuto que pasa. Y hablando de noche, cuando uno planea el viaje a Cartagena surge la duda de si escoger un hotel en el Centro Histórico o en la zona de Bocagrande. Esta es el área de expansión de la ciudad moderna donde crecen como hongos los grandes hoteles y los edificios residenciales. Una y otra tienen ventajas e inconvenientes. La verdad es que el Centro ofrece un encanto que no existe ni de lejos en Bocagrande.
Es cierto que en el Centro los hoteles suelen ser más caros y con un tipo de cliente más selecto. El turista juerguista, pachanguero, rumbero, salsero y playero se contentará con un hotel en Bocagrande frente a la playa y con vistas a la ciudad. Aunque tengo que decir que las playas aquí están bastante sucias, así que no las recomiendo. Por otra parte en Bocagrande la animación nocturna está asegurada. Constantemente pasan coloridas chivas, esos autobuses tan típicos en Colombia, llenas de gente bailando y bebiendo al son de la música que atruena por sus altavoces.
Las calles están llenas de pequeños restaurantes y bares con terrazas en la calle y abundan los casinos y clubs de baile. Nuestra decisión dependerá de lo que estemos buscando: si una escapada romántica o unos días de fiesta desenfrenada. De todas formas, tomemos la decisión que tomemos, entre una y otra zona apenas hay 10 minutos de taxi. Así que aunque nos equivoquemos en nuestra elección las consecuencias tampoco serán muy importantes.
La ciudad de Cartagena de Indias me pareció maravillosa con su bullicio callejero, su sol abrasador, sus noches locas llenas de ritmos, sus olores a fruta, dulces, especias y fritanga, sus calles sucias y sus preciosos rincones coloniales. Es una ciudad a la que hay que dedicar unos 3 días. Lo que sí te aseguro es que después de tanto recorrido histórico y tanta fiesta te apetecerá relajarte en alguna playa caribeña.
Como ya he dicho las playas de Bocagrande no me gustaron. Así que decidí embarcarme hacia las Islas del Rosario. Unas islas que aquí venden como el auténtico paraíso caribeño ¿Será verdad? Si así fuera podría ser la guinda del pastel de cualquier visita a Cartagena.
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