Al encuentro del gran tiburón blanco.
Estoy parcialmente sumergido en las frías aguas del océano Índico. Hoy tengo suerte. Las aguas no están muy turbias ya que hay unos 10 m. de visibilidad y la temperatura en el exterior supera ya los 15ºC. De pronto la gran mole de un escualo aparece surgiendo de la nada.
Avanza sigilosamente de izquierda a derecha. Súbitamente hace un giro suave y pasa majestuoso ante mi rostro. Por fin veo con claridad la impresionante imagen del gran tiburón blanco con sus 5 metros de largo y más de una tonelada de peso. Y con una gran boca plagada de enormes dientes que asoman entre las mandíbulas entrecerradas. Se me ponen los ojos como platos dentro de las gafas de buceo y lo primero que me pregunto es cómo es posible que esa mole ha llegado hasta pocos centímetros de mi cara en un silencio tan absoluto.
Estoy en el extremo sur de África, en un pueblo costero llamado Gansbaai cercano a Ciudad del Cabo y al Cabo de Buena Esperanza. Y hasta aquí he llegado buscando uno de los pocos lugares del mundo donde uno puede encontrarse de forma casi segura con el cacharodon carcharias, el gran tiburón blanco.
Y os preguntaréis ¿cómo se mete uno en el mar sin que el tiburón se lo tome de aperitivo? Pues dentro de una jaula metálica reforzada que se sitúa en un lateral del barco que nos lleva a la zona de encuentro. A partir de aquí te cuento cómo lo hice.
Para esta aventura necesitas dedicar por lo menos un día entero de tu vida, unos 125€ para la empresa que organiza el viaje, madrugar mucho y poco más. La cámara de fotos o de vídeo sumergible es opcional, aunque recomendable para inmortalizar el encuentro con el gran predador. Hay varias empresas especializadas en lo que se llama el Cage Diving, o en otras palabras, sumergirte en una jaula para ver tiburones, y casi todas ellas tienen base en el puerto del pequeño pueblo de Gaansbai situado a unas dos horas y media de Ciudad del Cabo.
¿Y por qué aquí? Pues porque enfrente se encuentran un par de islotes con una gran colonia de leones marinos –entre 50 y 60 mil- que constituyen la principal presa y alimento del tiburón blanco. Entre ambos islotes hay un canal, el Shark Alley, por donde merodean tranquilamente los tiburones blancos a la espera de abatirse sobre un posible bocado. Y aquí es donde se dirigen las lanchas de los operadores de este viaje con sus jaulas de acero y con todos aquellos que hemos pagado por vivir una experiencia tan especial.
Decidí hacer esta excursión con “Shark Cage Diving” porque tenía recomendaciones fiables que me decían que era la mejor, aunque hay otras empresas como “African Shark”. La verdad es que los que fuimos ese día vimos tiburones, la tripulación fue siempre muy amable y simpática, la profesionalidad era evidente y los barrotes de la jaula eran lo bastante gruesos como para meternos en el agua sin ningún temor. El patrón del barco es Brian McFarlane, todo un mito local, reconocido submarinista y en sus tiempos cazador de tiburones reconvertido en defensor de estas magníficas criaturas. Y es que mantener vivos a los tiburones y llevar a turistas ávidos de un subidón de adrenalina le está resultando mucho más rentable que su captura.
El día empieza pronto con la recogida en el hotel en Ciudad del Cabo a las 6 de la mañana junto con otros aventureros. El viaje hacia Gaansbai se hace largo mientras ascendemos por carreteras de montañas, recorremos zonas de viñedos y atravesamos pueblos costeros entre la neblina de la mañana y las brumas del sueño. Al llegar nos esperan los trámites burocráticos de la firma de la exención de absolutamente todas las responsabilidades imaginables e inimaginables a la empresa, jefes, empleados y hasta al perro de la oficina en cuestión. Esto es ya algo habitual en las empresas que organizan actividades de riesgo y lo mejor es firmar y punto. Total, he venido hasta aquí para esto ¿no?
A continuación me tomo varios cafés para despertarme mientras pruebo algo del pequeño bufete de desayuno que nos tienen preparado. A continuación viene un pequeño briefing o lectura de recomendaciones para la excursión y nos dan un chubasquero amarillo para protegernos del frío y de las salpicaduras del oleaje. El día es fresco pero soleado, el mar está como un plato y nosotros estamos listos para subirnos en la lancha que tiene capacidad para 40 personas. Hoy somos una veintena, así que tendremos la oportunidad de pasar más tiempo metidos en la jaula, sí, esa jaula que se mantiene ahora enganchada a la popa del barco y que es nuestro salvavidas en esta aventura.
Tras subir a la lancha y después de unos diez minutos de viaje llegamos al Shark Alley. El capitán busca un buen lugar para fondear y echar el ancla. La tripulación se pone a trabajar y mientras empiezan a mover la jaula de su lugar de anclaje hacia un lateral del barco donde permanecerá asegurada. A continuación abren los grandes bidones donde guardan la carnaza, grandes trozos de pescado, que empiezan a mezclar con agua haciendo una especie de sopa apestosa que van arrojando al mar.
El capitán nos informa que nos lo tomemos con calma ya que los tiburones suelen tardar unos 45 min. en detectar el «perfumado» caldo y acercarse. Los minutos pasan mientras todos observamos la superficie para intentar localizar alguna sombra que nos indique la presencia de escualos. Pero no pasa nada.
Por la mente de casi todos los embarcados pasa la idea de que el día es estupendo, la visibilidad del agua es de unos 10 m., algo excepcional en estas aguas, y de que hemos recorrido medio mundo para llegar hasta aquí. Y todo para que al final no aparezcan los dichosos tiburones. A lo lejos divisamos otra lancha llena de gente con atrevidos bañistas que ya están en la jaula. ¡Sí, hay tiburones cerca!
.
¡Ya están aquí!
Los minutos siguen pasando mientras la tripulación sigue preparando el brebaje y echándolo regularmente al mar. También echan un largo cabo con un gran pescado atado en un extremo y otro cabo con un flotador de goma maciza negra recortada en forma rudimentaria simulando la silueta de un león marino. De pronto aparece una sombra.. ¡ya está aquí el primer tiburón! Todos nos asomamos impacientes. No es muy grande, mide menos de 3 metros y nada tranquilo olisqueando el pescado.
De pronto todo el mundo se pone en marcha y alguien de la tripulación hace la tan esperada pregunta: ¿Quién quiere meterse en la jaula? Y allá vamos disparados hacia la cabina los primeros voluntarios a ponernos el correspondiente traje de neopreno de 7 mm. con su capucha, los escarpines para los pies y las gafas correspondientes, y un cinturón de plomos para facilitarnos la inmersión en el agua y evitar flotar demasiado.
El agua está realmente fría, a unos 14º C., pero eso apenas importa cuando toca meterse en la jaula con capacidad para 7 personas y hay tiburones blancos a un palmo de tus narices. Accedo al interior de la jaula por su parte superior y una vez dentro –joder, qué fría está el agua-, me acomodo buscando las barras metálicas para apoyar los pies y agarrarnos con las manos. El suave oleaje nos mece tranquilamente y una vez que encuentro la posición no se está mal. Desde arriba el capitán Brian McFarlane nos avisa de por dónde llegan los tiburones porque efectivamente, llegan más y más grandes.
“Down, down, down…” nos gritan para que metamos la cabeza bajo el agua mientras al instante vemos aparecer de frente la imponente figura de un enorme tiburón blanco con sus mandíbulas semiabiertas en las que se ven esos puntiagudos dientes triangulares. Silenciosamente y de forma majestuosa y tranquila, el tiburón gira a apenas un metro de nosotros y se aleja hacia la derecha.
Sacamos la cabeza para respirar porque estamos en apnea y de nuevo los gritos “down to the left”, y allá vamos de nuevo a ver al gran tiburón blanco acercándose desde la derecha para en un veloz ascenso intentar atrapar desde abajo al muñeco en forma de león marino. Rápidamente desde el barco tiran del cabo para simular que el muñeco escapa y el tiburón se lanza con un rápido giro del cuerpo y la boca abierta hacia la superficie del agua tras lo que cree un apetitoso bocado.
La mañana transcurre entre gritos, más tiburones, alguno realmente enorme de unos 5 metros, amagos de ataque de los tiburones y voluntarios entrando y saliendo de la jaula ateridos de frío y con las impresiones del momento grabadas en la retina para siempre. Los de la tripulación se lo pasan genial tirando de las cuerdas y amagando el ataque de los tiburones que tampoco se muestran muy agresivos. Esto no es un reportaje de la National Geographic, es la vida misma, y los tiburones tampoco deben ser tontos para saber que esa cosa negra que flota no es una apetitosa foca. Sobre todo cuando esta especie de juego se hace todos los días y desde varios barcos anclados en la misma zona.
Es cierto que a los tiburones no se les alimenta porque el pescado se utiliza exclusivamente como cebo que poco a poco es devorado por una infinidad de peces que acuden al festín de la sopa que flota a nuestro alrededor. Y es que entre la sopa, los trozos de pescado flotando, los peces nadando, el oleaje y el meneo que de vez en cuando nos pega un tiburón cuando nos golpea violentamente con su cola, estamos perdiendo la visibilidad inicial. Y es que en apenas una hora apenas si se distinguen de forma borrosa a los tiburones que son como camionetas de grandes a apenas unos metros.
La potencia y majestuosidad de estos animales sólo se aprecia cuando alguno se acerca y nos pasa rozando con ese enorme cuerpo gris y blanco fijando sus vacuos ojos negros y redondos en nosotros. Y con esas filas de dientes como sierras asomando entre las mandíbulas. Es entonces cuando se me ponen los pelos de punta. Y así transcurre la mañana. Pero llega la hora de volver a tierra no sin antes pasar por delante de los islotes donde vive una enorme colonia de leones marinos y que son el principal alimento de los tiburones.
El olor hediondo se percibe a cientos de metros y a medida que nos acercamos se va acentuando. Entre las rocas distinguimos miles de cuerpos que dormitan, se retuercen, luchan o nos observan con atención.
Los más jóvenes saltan al agua y se acercan curiosos hasta el barco mientras los grandes machos se quedan sobre grandes rocas elevadas vigilando su harén y su territorio. Viendo tal cantidad de animales, no nos extraña que los tiburones no se hayan mostrado agresivos porque realmente tienen que estar saciados de tanto comer por aquí.
Regresamos al puerto de Gaansbai mientras aprovecho para comer algo de fruta y bocadillos hasta hartarme. Las emociones de la mañana y el frío del agua me han despertado el apetito. Una vez de vuelta al local donde desayunamos por la mañana me tomo otro café mientras nos ponen en una pantalla el video que han grabado de nuestra excursión. El precio es un poco caro pues ahora mismo, a principios del 2014, la excursión completa con traslados está rondando los 1.500 Rand, que son unos 103€. Pero cada Rand gastado de verdad que merece la pena. Al fin y al cabo bañarse con uno de los mayores depredadores que existen en este planeta y que lleva sobreviviendo millones de años no es algo que se haga todos los días. Y desde aquí te lo digo ya: una experiencia totalmente recomendable, segura y repleta de sensaciones que no olvidarás jamás y que dejará a amigos y conocidos con la boca abierta cuando se la contemos. Brutal.
Aquí os dejo un vídeo con la inevitable música de «Jaws» de fondo. Perdonad la calidad pero al mismo tiempo estaba haciendo fotos, agarrándome a la jaula, evitando que quedara fuera algún brazo o pierna, aguantando la respiración y sobre todo estaba atento a los tiburones y a disfrutar de la experiencia.
Y aunque en principio «todo está bajo control», recuerda que un buen Seguro de Viajes te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje inteligente para viajeros inteligentes.
.
Artículos relacionados:
Ciudad del Cabo: cómo disfrutar a tope de la ciudad más visitada de Sudáfrica
Ciudad del Cabo o Capetown vista desde sus mejores miradores
Ruta al Cabo de Buena Esperanza buscando el extremo sur de África
Dejar un comentario