Perdido por Higashiyama.
Voy caminando y de pronto me veo rodeado de maikos, tiendas artesanales de alfarería y puestos de comida. Esquivo veloces ricksaws con chicas vestidas de coloridos yukatas que me saludan sonrientes.
Me compro galletas recién hechas, una a una, por el pastelero de turno. Y termino sucumbiendo al ritual de las abluciones y al humo del incienso ante cualquiera de los templos de madera que aparecen a mi paso.
Estoy en Japón y esto es real. Como los cientos de farolillos de papel que se iluminan al atardecer en muchos santuarios. Estoy en el barrio de Higashiyama ubicado al este de Kioto y que linda al norte con el de Gion, quizás los más tradicionales de la antigua capital imperial. Desde luego el contraste con la modernidad de muchas zonas de Osaka o Tokio no puede ser mayor. Porque es en Kioto donde viviremos con más intensidad los intensos contrastes y la dicotomía del carácter japonés. Un lugar donde modernidad y tradición van de la mano de forma sorprendente.
Kioto fue capital y residencia del emperador desde el 794 hasta 1868. Hoy día parece una ciudad moderna más del Japón del S.XXI, pero a pesar de los avatares de la Historia, incendios, terremotos y guerras, todavía escode detrás de puertas y muros muchos de los rincones más hermosos que se pueden visitar en Japón. Aquí he encontrado las huellas de un pasado que se hace presente entre empinadas y estrechas calles bordeadas por casitas bajas de madera.
Sinceramente creo que si sólo tuviéramos la oportunidad de visitar un sitio en Japón, éste debería ser Kioto. Y no sólo porque guarda el 20% de los tesoros históricos del país, sino también por las escenas del día a día que la convierten en una ciudad única e inolvidable, dejando imágenes que permanecerán de forma imborrable en nuestra memoria viajera. Por eso os quiero llevar hasta Higashiyama con los ojos del que llega aquí por primera vez y se deja llevar por callejuelas y escalinatas entre casas de té y tiendas de recuerdos.
Es en estas colinas del este de Kioto donde se concentran en abrumadora cantidad antiquísimos templos budistas y santuarios sintoístas, además de cuidados jardines entre frondosos bosques de arces, pinos, cipreses y cerezos. Pero no voy aquí a describiros templos y santuarios, ni os voy a contar la historia de Kioto. Simplemente voy a caminar para hacer algo que cualquier viajero debe hacer en lugares como este: perderse sin rumbo, dar vueltas, subir y bajar…y dejarse llevar.
Este va a ser un viaje visual. Empecemos. Mi punto de partida es la Gojo-dori, una de las principales avenidas de Kioto y me dirijo hacia el este, hacia el puente que cruza el río Kamo. Entre los modernos edificios veo elegantes tiendas de ropa tradicional de la que salen japoneses vestidos con coloridos kimonos.
El objetivo final de muchos de la mayoría de los visitantes es el Kiyomizu-dera, uno de los templos más importantes de Kioto y que se encuentra en lo alto de la colina que se encuentra justo enfrente. Pero antes de seguir hasta allí por el camino que asciende por la Goyo-zaka, decido perderme y dejar que mis pies me lleven.
Pronto me veo rodeado de casas bajas de madera, tiendas de recuerdos plagadas de máscaras ceremoniales, juegos de té y muñecas de porcelana, yukatas, vajillas y platos lacados, abanicos y toda una infinita variedad de productos típicos. Si queréis comprar recuerdos de calidad para amigos y familiares, este es el lugar. Y encontrarás muchas cajas de coloridos pastelitos de múltiples formas y sabores: rakugan, kusa mochi y mis preferidos, los yatsuhashi de mochi rellenos de anko (pasta de judía dulce) y de forma triangular.
Lo de los dulces en Japón es puro vicio. Por eso entre las tiendas se alternan puestos de comida, sobre todo de dulces gawashi, daifukus de mochi a base de pasta de arroz al vapor, pegajosos dankos en sus palitos cual brochetas de dulce y galletas que se elaboran una a una delante de los viandantes. Es inevitable detenerse casi en cada puesto para ver cómo se preparan y, por supuesto, probarlos todos.
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Sigo caminando y casi en cada callejuela me encuentro un santuario o pequeños templos budistas como los de Saikoji, Nittaiji o Shinkakuji. Casi oculta por los tejados aparece tras una esquina la solitaria pagoda de madera oscura de Yasaka-no-To ya que el templo a la que pertenecía, el Hokan-ji, desapareció tras un incendio. La pagoda está tan encajonada que sólo se puede ver en su totalidad desde la estrecha y animada Yasaka Dori. Estas son calles donde te puedes cruzar fácilmente con las maiko, las aprendices de geisha, vestidas y maquilladas de manera casi pluscuamperfecta.
Sus movimientos elegantes, sus gestos comedidos, sus discretas miradas y sonrisas son todo un espectáculo visual. Y para mí uno de los mayores atractivos de Higashiyama y Gion. Si se lo pides educadamente dejarán que las fotografíes en toda su belleza antigua. Y una y otra vez me tengo que repetir que esto es real, que no es un decorado. Lo que no sé hasta ahora es que hacen paseándose, perfectamente arregladas, impecables, entre la marea de visitantes y turistas que no dejan de mirarlas y admirarlas.
Llego a otro de los grandes templos de la zona, el Kodaiji, que guarda en su interior varios jardines de estilo Zen, uno de ellos de grava blanca representando el mar. También hay casas de té, elegantes decoraciones lacadas en el interior de los edificios y un pequeño bosque de bambú.
En el exterior me encuentro con una vaca sagrada de mármol negro pulido junto a un pequeña estructura donde hacer girar las ruedas de plegaria que lo rodean. Según la tradición budista hacer girar estas ruedas tiene el mismo efecto que recitar las plegarias que están grabadas en ellas, así que toca darse una vuelta completa.
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Hacia el Kiyomizu-dera
Giro de nuevo hacia el sur y me dirijo ya hacia el Kiyomizu-dera, el «templo de agua pura», una de las joyas de Kioto y símbolo de la ciudad, infinidad de veces fotografiado y visitado cada año por millones de personas. Si queréis saberlo todo acerca de este templo, en este enlace de Japonismo encontraréis la información más exhaustiva que podáis encontrar en español. Tras enfilar la Matsubara Dori comienzo el ascenso por esta calle peatonal cada vez más animada. Las tiendas de recuerdos y los puestos de comida están llenos de gente y la marea de visitantes es constante.
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Hasta que de pronto se abre la explanada sobre la que se levanta la escalinata que conduce a la puerta Deva o Niomon. Es inconfundible con su color bermellón y sus dos leones-perro de piedra flanqueando el acceso. Este es el lugar preferido por muchas chicas vestidas con el tradicional kimono para fotografiarse. No las confundáis con las maiko. Su forma de moverse, vestir y sobre todo, su ausencia de maquillaje y su desenfadada alegría marcan las diferencias.
Pasada la puerta oeste me encuentro con la pagoda Sanjunodo de tres pisos y de intenso color rojo. El efecto escénico de las diferentes puertas de entrada y la pagoda es soberbio. Poco después me encuentro asomado a la terraza del salón principal o Hondo. Desde este mirador privilegiado la vista se pierde entre los bosques de las colinas circundantes sobre los que sobresale la pagoda Koyasu de intenso rojo rodeada de verdes y ocres.
A lo lejos la moderna ciudad de Kioto queda allí abajo, casi oculta por una neblina irreal. Aquí el Siglo XXI parece haber quedado atrás y sólo los teléfonos móviles y las cámaras de la multitud de visitantes me recuerda en qué época estoy. Todas las construcciones del Kiyomizu-dera son de madera de ciprés. Madera que aguanta el paso de los siglos gracias a las numerosas reconstrucciones que han sufrido, al igual que la mayoría de los templos, palacios y castillos de Japón.
Toda la colina está cubierta de pequeños templos y santuarios adyacentes. Algunos muy curiosos como el Jishu Jinja a cuya entrada encontraréis la escultura de un conejo. Hasta aquí se acercan aquellos que quieren encontrar el amor y que tienen que recorrer a ciegas un trayecto entre dos piedras separadas varios metros. Porque ya sabéis, el amor es ciego. Si lo consiguen…quién sabe si encontrarán lo que desean.
Me dirijo hacia el centro neurálgico del «templo de agua pura», la cascada Otowa donde siempre hay una larga fila de gente que espera pacientemente su turno para lavarse las manos y beber de los tres chorrros que caen de la cascada en busca de amor, larga vida y fortuna en los estudios.
Curiosamente veréis que las cazoletas son las mismas para todos, pero se depositan en un lugar donde se higienizan con luz ultravioleta. La modernidad también ha llegado hasta aquí. Cae la tarde sobre el Kiyomizu-dera.
Las nubes altas impiden un atardecer que yo deseaba de intensos colores y me tengo que conformar con un atardecer de suaves colores anaranjados sobre los tejados oscuros.
No todo va a ser fotografía, así que disfruto del momento, de la gente que me rodea, del bosque de columnas de madera de 13 metros que soporta la gran balconada del Hondo y del perfil de las pagodas recortadas sobre el cielo.
Inicio el descenso entre las callejuelas iluminadas con farolillos de papel, esquivando de nuevo a los ricksaw, curioseando en casas de té y adentrándome en santuarios iluminados de forma casi irreal y mágica.
Las calles estrechas, los pequeños jardines, y las escalinatas terminan por conducirme hasta el santuario sintoísta de Yasaka Jinja. Por su recinto, uno de los más populares de Kioto, se reparten entradas ceremoniales, santuarios, y edificaciones centenarias iluminadas por los típicos farolillos.
Apenas quedan ya visitantes en el templo sintoista, así que tras cruzar la gran puerta Minami-romon me dedico a recorrer lo pequeños santuarios para terminar paseando alrededor del salón Buden totalmente rodeado de farolillos iluminados. Cuando ya de noche salgo por su puerta color bermellón confirmo que días como este son los que hacen que un viaje a Japón sea algo tan especial e inolvidable.
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Información práctica:
– Podéis tomar algún autobús nº 100, 202 o 206 en la Kyoto Station para bajaros en Kiyomizu-Michi, Gojo-Dori o Shijo Dori. Y luego caminar colina arriba por las animadas y turísticas calles del distrito de Higashiyama. También podéis acercaros en metro bajando en la Shijo St. o Gojo St.
– Os aconsejo ir en un fin de semana ya que encontraréis mucha más animación. Si hay algún festival o festividad prevista, mucho mejor. Os aseguráis el ambientazo. Entre el 6 y el 15 de marzo más de 2.500 lámparas iluminan todo Higashiyama por la noche en el llamado Hanatouro. Y si estáis en julio no os podéis perder el Gion Matsuri, uno de los mayores festivales tradicionales de Japón cuyo punto de partida está precisamente en el santuario Yasaka Jinja.
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– Necesitaréis por lo menos un día entero para recorrer los principales puntos de Higashiyama.
– Y una vez terminada la visita podéis acercaros al vecino distrito de Gion en busca de la geisha perdida. O mejor, iros a cenar a Ponto-chō la zona con más ambiente del centro y con más restaurantes típicos japoneses. Será el remate para un día perfecto. Mirad que contento terminé yo…
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