Un día en Arashiyama.
Japón es una continua sorpresa, un país que nunca se acaba de conocer. Tras unos días buscando el hanami primaveral del cerezo, de estremecerme en el Memorial de la Paz de Hiroshima y de recorrer la isla de Miyajima bajo la lluvia, llegó la hora de visitar Osaka y Kioto.
Lo malo de un viaje organizado es la falta de tiempo para ver las cosas con otro ritmo, o para hacer lo que a uno le de la real gana. Lo bueno de viajar por Japón con un guía excepcional como David Esteban es que siempre alterna días libres en el programa pre-establecido para que cada viajero pueda planificar visitas a su manera. O descansar, ir de compras o seguir visitando lugares increíbles.
En uno de esos días libres en Kioto me planteé la idea de acercarme a la montaña sagrada de Koya San. Hace años viajé a este lugar de belleza mágica salpicado de viejos templos sintoistas entre bosques centenarios. Allí disfruté de la experiencia de dormir en uno de sus templos y de perderme en sus bosques y recorrer entre la niebla y los faroles de piedra el cementerio más reputado de todo Japón. El problema de Koya San es su complicado acceso y que merece una visita con el tiempo necesario para disfrutar del lugar lo que implica pasar noche allí. Porque dormir en un viejo templo atendido por monjes que sólo hablan japonés, bañarte en sus onsen y asistir a ceremonias sintoístas son experiencias que recomiendo a todo el que viaje a Japón.
La otra opción más cercana y de mucho más fácil acceso se llamaba Arashiyama, una población lindante con Kioto rodeada de montañas pobladas con densos bosques. Entre sus tesoros se encuentra el famoso bosque de bambú, templos seculares como el Tenryuji, sus vistas escénicas…y una montaña por donde campan a sus anchas familias de macacos japoneses y otros extraños seres como este Tanuki, un ser mitológico mitad mapache-mitad testículos presente en muchos lugares de Japón.
Tras comprobar que se podía llegar a Arashiyama desde el centro de Kioto en tren de la línea JR desde la Kyoto Station o en autobús del trasporte público, la elección quedó clara. El autobús nº 11 nos dejó en el centro de Arashiyama tras media hora de trayecto junto al mismísmo puente Togetsukyo o «puente que cruza la luna«, aunque lo que cruza es el río Hozu. Este es el lugar preferido de muchos visitantes para disfrutar de los colores del otoño en los bosques circundantes.
A partir de aquí decidimos cruzar el famoso puente y dirigirnos a ver a los macacos japoneses que se encuentran en la reserva de Iwatayama. En el mismo puente nos cruzamos con una jovencísima maiko que estaba por allí haciendo vete a saber qué. Amablemente se dejó hacer unas fotos antes de que la invasión china en forma de horda turística la asaltara para fotografiarse con ella mientras sonreía con paciencia infinita. Allí la dejamos temiendo por su integridad física y su perfecto maquillaje. Mientras tanto unos barqueros se acercaban remando por el río al embarcadero del pueblo. Más adelante me enteré de que unos se dedicaban a la pesca con cormoranes y otros a pasear turistas por el río.
La entrada a la reserva de Iwatayama está a la derecha nada más cruzar el puente junto a un pequeño templo. Después de pagar la entrada (550 yenes) un camino en ascenso nos dirige hacia lo alto de la montaña. Tras 20 minutos de caminata sin ver ni un macaco me encuentro de pronto con una familia cómodamente instalada bajo un árbol viendo pasar la vida. A partir de aquí se llega a una explanada donde decenas de macacos de rostro coloradísimo campan a sus anchas trepando por los árboles de la montaña o descansan en el suelo rodeados de visitantes.
Es curioso observar a estos macacos japoneses, la única especie de estos primates que vive en Japón. Aunque son más conocidos los del parque Jigokudani en Nagano, esos que siempre aparecen en reportajes y fotografías disfrutando en las piscinas termales naturales, estos son de la misma especie. La primera norma fundamental es no acercarse demasiado y lo más importante es no mirarles directamente a los ojos.
Los macacos esquivan la mirada en cuanto notan una presencia cercana. Si insistes y te ven mirándoles directamente a los ojos lo tomarán como un reto y eso provocará un amenazante aviso en el que te enseñarán su dentadura entre gritos y aspavientos. Desde luego no parecen animales muy pacíficos visto cómo se pelean entre ellos y las cicatrices que decoran el rostro de algunos de ellos. Porque de su cuerpo no se ve nada al estar cubierto por una espesa capa de pelo marrón-ocre-gris claro.
Desde lo alto también se puede disfrutar de la vista del río y del valle rodeado de montañas boscosas con las edificaciones de Kyoto de fondo. Tras observar durante un buen rato las «monadas» de estos macacos descendemos y nos dirigimos de nuevo hacia la otra orilla del río. Tras cruzar el puente nos adentramos en la zona urbana por la Arashiyama Shôten-gai, la calle principal.
Cada rincón está ocupado por tiendas de recuerdos, de artesanías, de puestos de comida y restaurantes. Turistas y visitantes llenan las aceras y por las calles corretean entre el tráfico los rickshaw tirados por sonrientes jóvenes japoneses que hacen las delicias de las jovencitas. Por si no lo sabéis la palabra inglesa rickshaw es una derivación de la palabra japonesa jinrikisha (人力車 – Hombre, Fuerza, Vehículo).
Nuestro destino es el más importante de los cinco templos budistas con jardín Zen más afamados de Kyoto, el templo Tenryu ji (500 yenes) y quizás el más interesante de Arashiyama. Como no podía ser de otra manera la UNESCO lo ha catalogado en la larga lista de lugares Patrimonio de la Humanidad con los que cuenta Kioto. Fundado en el S.XIV sus diferentes edificios han sido destruidos por incendios y guerras y reconstruidos una y otra vez a lo largo de los siglos. Esto es un hecho que en Japón es de lo más normal, por eso los edificios con suelos de tatami y puertas correderas decoradas que podemos admirar hoy son del S.XIX. Pero lo más destacado de este templo está en el exterior, en su jardín Zen, proyectado por un famoso jardinero llamado Muso Soseki. Lo más sorprendente es que ha perdurado en su estado original a lo largo de los siglos.
El jardín es una pequeña joya creada alrededor de un estanque rodeado de rocas y de árboles cuidados con una estética exquisita. Las pequeñas colinas circundantes estaban cubiertas de suave musgo y de las primeras flores caídas de la primavera. Para mi desilusión a la floración de los cerezos todavía le quedaban unos días para estallar en todo su esplendor y a los árboles del jardín se les veía todavía un poco desnudos.
Pronto esa desilusión desapareció por completo. Rodeando el jardín del Tenryu ji se encuentra el famoso bosque de bambú de Arashiyama y desde una de las salidas del templo accedemos directamente al camino que lo atraviesa. Sólo por recorrer esta maravilla merece la pena llegar hasta aquí. Los altísimos y flexibles troncos de bambú de un verde apagado se mecían por el efecto de una suave brisa originando un relajante murmullo de suaves crujidos y roces de hojas. Este sonido, curiosamente, ha sido declarado por el Gobierno japonés como uno de los «100 sonidos a preservar en Japón». De pronto la belleza y los murmullos de este bosque por el que caminamos entre la penumbra verde se vio roto por varias hordas sucesivas de turistas chinos con sus vociferantes guías al frente.
Mientras caminábamos de vuelta hacia la salida nos cruzamos con dos maiko que se detuvieron para admirar la belleza del bosque de bambú. La estampa que ofrecían las dos aprendices de geisha con sus espléndidas vestimentas tradicionales rodeadas de estilizados troncos verdes parecía sacada de los viejos grabados japoneses.
Fue sólo un instante, un momento que pude fotografiar durante unos segundos antes de que todo un ejército de chinos las viera y corriera hacia ellas rodeándolas entre gritos, flashes y banderitas. Todavía me pregunto qué hacían estas maiko maravillosamente maquilladas y peinadas, impecablemente vestidas, sutilmente elegantes y de paciencia infinita, paseando por uno de los lugares más turísticos de Japón. ¿Es una de las pruebas a las que se tienen que someter? ¿Es para ejercitar su paciencia, su sonrisa, sus dotes de escapatoria quizás?
Pocos minutos después vería a unas chicas con kimono comprando dulces en uno de los numerosos puestos de comida y a más maiko caminando tranquilamente entre el tráfico de las calles de Arashiyama. Estos son los contrastes que hacen de Japón un destino tan especial. Tan pronto te parece haber viajado en el tiempo a la época del shogunato o del Periodo Edo, como de repente esas escenas del pasado se insertan entre la modernidad del Siglo XXI.
Estamos de nuevo en la calle principal para ir en busca de más templos como el Seiryo ji que se construyó allá por el año 895 basándose en los antiguos templos budistas chinos. Por el camino cruzamos la vía férrea del tren de la Sagano Kanko Line que hace una ruta escénica por las montañas de la región. Esta es otra de las atracciones que atrae a Arashiyama a miles de visitantes cada año. La Sagano Torokko hace su recorrido de media hora a lo largo del río Hozu (Hozugawa) entre Arashiyama y la población rural de Kameoka en unos trenes de época. Durante el otoño este es un trayecto muy popular que hay que reservar con antelación ya que su recorrido es una sucesión de bosques de colores ocres y rojizos entre las montañas y el río.
Un poco más adelante llegamos a la entrada del templo Seiryo ji donde se guarda y se venera una estatua de buda llamada Shakyamuni hecha en madera de sándalo. Esta imagen es la única copia que queda de la legendaria del Udayana Buda que se veneraba en China y sólo se muestra los días 8 y 19 de cada mes. Por lo visto es todo un tesoro nacional. La entrada al recinto está enmarcada por una gran puerta de madera con dos tejados. Una vez dentro se abre una explanada con el Shakado, el edificio que guarda la imagen de buda, ubicado justo enfrente. Hay árboles y algunos cerezos en flor repartidos entre los jardines de musgo por todo el recinto aportando un toque de color y belleza al conjunto.
Aunque en Arashiyama hay otros templos como el Gio ji con sus jardines de musgo o los de Adashino Nenbutsu ji y Otagi Nenbutsu ji cubiertos de cientos de pequeñas estatuas de piedra representando el alma de los difuntos, optamos por dirigirnos al templo Daikaku ji. Este será el último de nuestro recorrido en Arashiyama. Daikaku ji fue residencia imperial hasta el año 876 cuando fue convertido en templo de la secta budista Shingon. Aún así, a lo largo de su historia, muchos emperadores lo siguieron utilizando como residencia dada su proximidad a Kioto y a la tranquilidad de su entorno natural.
Para acceder a su interior hay que pagar entrada, pero desde luego merece la pena. No os olvidéis descalzaros antes de entrar. Sus diferentes edificios y templos están decorados con pinturas de la escuela Kano en sus puertas correderas. Además muchos de sus pasillos y puertas resaltan con su vivo color bermellón creando unos intensos contrates con el verde circundante.
Otro detalle curioso es que las construcciones están interconectadas por largos corredores elevados sobre el suelo y cubiertos de techos de madera. Caminar por estos pasillos al aire libre disfrutando de la vista de los jardines nos ofrece la experiencia más cercana a lo que debía ser un recinto palaciego imperial japonés del S.IX.
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Es tal su autenticidad que ha sido el escenario donde se han grabado muchas películas y series japonesas de época. Y precisamente en el exterior nos encontramos con todo un equipo de filmación que rodeaba a esta actriz ¿será famosa? Y además no es raro encontrarse a los monjes paseando o realizando alguna ceremonia religiosa en alguna capilla profusamente decorada en tonos dorados.
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En el exterior del templo y junto a una pagoda color bermelllón se encuentra el estanque Osawa. Con sus 1.200 años de antigüedad se considera el último ejemplo de jardín estilo Shinden. Aparte de sus funciones recreativas, era el lugar donde los emperadores venían a disfrutar del reflejo de la luna. Qué curioso…
Os aconsejo visitar este lugar durante el hanami en la primavera o con los colores del otoño recorriendo el paseo que circunvala todo el estanque para descubrir su bosquecillo de bambú y su plantación de cerezos. O simplemente para disfrutar del paisaje, de los reflejos en el agua o del vuelo de una garza blanca.
Regresamos al centro de Arashiyama bien entrada la tarde y sin comer. Menos mal que en Japón esto no supone ningún problema, así que entre la multitud de tiendas de recuerdos, de puestos de pastelitos y dulces (mochis) y aperitivos nos decantamos por un restaurante de precios asequibles con vistas al río.
Mientras caía la tarde devoramos nuestros tonkatsu con un toque de mostaza japonesa y soja, arroz y sopa miso, comentando las anécdotas del día. Repasando de nuevo las fotografías de los macacos, del bosque de bambú y de los templos, nos congratulamos por haber elegido Arashiyama como destino elegido para pasar este día.
¡Tadakimasu amigos! Que aproveche y no os olvidéis de venir hasta este lugar, todo un descubrimiento muy cerquita de Kioto que merece la pena visitar con tranquilidad y tiempo. Y eso a pesar de las vociferantes hordas de turistas chinos. Si viajáis en grupo podéis contratar una excursión organizada que además de Arashiyama os llevará hasta la Villa Imperial de Uji.
Y aunque en principio Japón es un país muy tranquilo, recuerda que un buen Seguro de Viajes te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje inteligente para viajeros inteligentes. Si lo contratas desde aquí tendrás además un 5% de descuento.
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