El Central Park: una paleta de colores impresionista.
En otoño Central Park se convierte en un oasis de paz en el centro de la ciudad salpicado de tonalidades ocres, naranjas, verdes y amarillas. Un parque único por el que caminar, perderse por sus veredas y asomarse a sus miradores. El lugar donde admirar la belleza de una Naturaleza muy viva enjaulada entre rascacielos.
Desde que se inauguró en 1873 Central Park sobrevive casi milagrosamente al paso del tiempo, a la especulación inmobiliaria, al abandono y al deterioro sufrido por todo tipo de vándalos. Un rectángulo de 340 hectáreas poblado de colinas arboladas, verdes praderas y pequeños lagos que ha llegado casi intacto hasta nuestros días. Central Park es el pulmón de Nueva York, el oasis de paz y de contacto con la Naturaleza que de vez en cuando precisa todo urbanita. Eso sí, una naturaleza domesticada y cuidada poblada por más de 25.000 árboles que cada otoño se visten de una intensa coloración. Entre las muchas especies que pueblan el Central Park encontrarás viejos olmos, tilos, hayas, cedros, arces, robles, magnolios, pinos, piceas…
Hoy es un día maravilloso de mediados de noviembre. Luce el sol en Nueva York y la temperatura sube por encima de los 15ºC. El cambio climático tiene estas cosas. Hoy es el día perfecto para recorrer Central Park. Y de paso cruzarse con alguna de las miles de ardillas que buscan comida frenéticamente entre la hojarasca antes de la llegada del invierno.
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Recomendaciones prácticas si viajas a Nueva York:
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–Entrada al Empire State sin colas
–Entrada al One World Observatory sin colas
–Misa Gospel y recorrido por Harlem
–Tour a la estatua de la Libertad y Ellis Island
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Central Park, un paseo de colores
Me subo a la línea A del metro (también valen la D, la 2 y la 3) que me lleva hasta la parada de la 110 St, justo en la esquina norte del parque. Desde allí inicio este recorrido a pié por senderos, paseos, praderas y pequeñas colinas que me llevará unas 4 horas. Hoy descubro el esplendor otoñal en Central Park. En esta zona del parque llamada North Woods uno casi puede hacerse la ilusión de que no está en una gran ciudad. Apenas si llega el rumor de los vehículos y sólo se escucha el canto de los pájaros. Y a veces, el silencio. Por aquí todavía se encuentran los restos de antiguas fortificaciones de piedra levantadas en 1814 para defenderse de los ataques ingleses posteriores a la independencia de los Estados Unidos.
Tras dejar atrás el lago del Harlem Meer, me pierdo por los caminos entre árboles de gran porte que lucen su coloración otoñal. Aunque todo lleva a pensar que este lugar estaba ocupado por bosques desde hace siglos, la realidad es bastante diferente. A mediados del S.XIX toda esta zona era pantanosa, casi un yermo plagado de hierbas, rocas y barro. Cuando se decidió crear un gran parque en 1858 fue necesario traer desde la cercana Nueva Jersey millones de metros cúbicos de suelo para rellenar los pantanos y así poder plantar árboles. Se drenaron canales, se crearon depósitos de agua, se volaron toneladas de rocas y se habilitaron unos 90 km. de viales, senderos y caminos. Viendo el resultado el esfuerzo de los 20.000 trabajadores que habilitaron el parque durante 15 años debió ser titánico.
Hay zonas donde veréis grandes afloramientos rocosos. Hace unos 12.000 años los glaciares retrocedieron hasta desaparecer dejando tras de sí un rastro de rocas diseminadas. Y también bloques de roca con profundas marcas por donde avanzaba el hielo arrastrando un reguero de piedras y arena.
Central Park. La zona central
A medida que desciendo hacia las grandes praderas de césped de North Meadow me voy cruzando con más y más gente. Corredores, ciclistas, paseantes y turistas nos cruzamos bajo la sombra dorada de los árboles. Llego al Puente 28, también llamado el «Puente Gótico», y me encuentro ante el mayor lago del parque: la reserva de agua que lleva el nombre de The Reservoir.
Rodeo el lago por el lado oeste y enfrente, sobresaliendo entre los árboles, asoma la estructura superior del Guggenheim Museum. En el lado donde me encuentro las torres gemelas del 350 Central Park West Apartments sobresalen sobre el resto de edificios.
Ya estoy en la sección central del parque. Aquí se encuentra el Great Lawn, una inmensa pradera donde se celebra los conciertos de música y otras actividades culturales en verano. En el lado este y dentro del parque está el MET, Metropolitan Museum of Art. Enfrente, en el lado oeste y fuera del parque, está el American Museum of Natural History.
En los días grises y fríos de invierno estos museos son la mejor opción para pasar unas horas educando nuestras mentes. Pocos museos hay en el mundo comparables en su género a estos dos mastodónticos centros del saber. Es hora de subir hasta el Belvedere Castle. Esta construcción se alza sobre Vista Rock, el punto más alto del Parque y desde su torreón se puede disfrutar de unas bonitas vistas.
Desde aquí os aconsejo acercaros a The Lake por el camino que lleva al Oak Bridge. Desde el cercano embarcadero y por los caminos que lo rodean, podréis obtener algunas de las mejores imágenes de todo Central Park.
Siguiendo el sendero llegaréis al Loeb Boathouse. Aquí se puede alquilar un bote por 15$/hora para dar la vuelta al lago, o comer algo en la terraza del restaurante. No os perdáis las fotos de época que decoran el interior del restaurante. Y las vistas del lago desde aquí son de las que merecen la pena.
Llegados a este punto se acabó la tranquilidad. El ruido de la ciudad con sus sirenas, tráfico y todo tipo de maquinaria se hace de nuevo omnipresente. Cada vez hay más gente y cuando llego a la famosa Fuente Bethseda, hasta me encuentro con la grabación de una película. Y hablando de películas ¿en cuántas habéis visto que aparezca Central Park? Incontables ¿verdad?
Esta fuente y su entorno es uno de los lugares más fotografiados de Nueva York. Los fines de semana es un hervidero de gente, músicos, artistas, familias con niños y parejas de enamorados. Bajo las arcadas de la Terraza Bethseda creada en 1860 os encontraréis un paso subterráneo. Su techo está decorado con los llamados azulejos de Minton. Hay más de 15.000 y aunque inicialmente fueron hechos para cubrir suelos, aquí se usaron para cubrir el techo del pasadizo.
Al salir del pasadizo te encontrarás con el elegante paseo llamado The Mall. Pintores, músicos y artesanos, además de grandes jarrones abarrotados de flores, le dan a este lugar un ambiente especial. A la derecha quedan Strawberry Fiels y el memorial a John Lennon justo frente al edificio Dakota donde vivía y fue asesinado. El extremo del Mall está flanqueado por algunos bustos y estatuas de músicos y escritores que aportan un toque de elegancia
Los campos de hierba del Sheep Meadow corren paralelos a The Mall. Hasta 1934 pastaron por aquí rebaños de ovejas, de ahí su nombre. En verano se llena de gente que viene a tomar el sol y de familias con niños que vienen a jugar. Hoy está vacío. Finalmente llego al Wollman Rink, la famosa pista de hielo que ya está en funcionamiento. Las torres de los rascacielos de la W59St enmarcan el anillo de hielo donde ya hay algunos aficionados patinando. Este es otro de esos rincones únicos de Manhattan, y si os gusta deslizaros sobre el hielo este lugar os va a encantar.
Del otro lado queda el pequeño e histórico Zoo, sí, el que sale en la película Madagascar. Y caminando hacia la esquina con la 5ª Avenida os encontraréis con otro pequeño e idílico lago: The Pond. Cada año visitan el Central Park unos 37 millones de personas y casi todas en algún momento se dan una vuelta por el paseo que lo rodea.
Finalmente salgo a la ruidosa realidad de Manhattan en la Gran Army Plaza presidida por una estatua dorada del General Sherman. Aquí luce Nueva York en toda su gloria y frenesí. El tráfico de vehículos se mezcla con las sirenas de los coches de policía y las calesas de caballos que dan paseos a los turistas por el Parque. Aquí se encuentra el lujoso hotel The Plaza y la gran tienda de Bergdorf Goodman, además de restaurantes de alto nivel, muchas tiendas de lujo y apartamentos exclusivos.
El caos de Nueva York enseguida se apodera de cualquiera que se adentre en su riada de gente. Apenas unos metros separan el frenesí de la ciudad que nunca duerme de los parterres de flores y senderos arbolados de Central Park. Para traspasar esa frontera del mundo urbano al natural sólo hay que proponérselo. Es muy fácil, sobre todo cuando en Nueva York luce un esplendoroso y soleado día de otoño.
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