Sí, vikingos en Galicia.
Galicia es uno de esos lugares que sorprende por la cantidad de sus fiestas populares, la mayoría relacionada con la comida que es un elemento imprescindible y omnipresente en todas ellas. Las fiestas de la empanada, del mejillón, del pulpo, de la ostra, de la almeja, de la lamprea, del marisco, de la sardina, del lacón o del Albariño son sólo una pequeña muestra.
Luego están las procesiones de muertos vivientes, los Entroidos, las fiestas locales, la Reconquista, la Independencia, las procesiones, el 25 de Julio, la fiesta del agua, el Día del Carmen, el Festival Celta de Ortigueira, el Magosto, a Rapa das Bestas…
Y luego está la Romería Vikinga de Catoira que se celebra cada primer domingo de agosto, una de esas fiestas que deja huella imborrable en la memoria.
Esta es una desenfrenada fiesta donde se mezclan la cultura, la historia, la comida y la bebida con invasiones vikingas, drakkar navegando por la apacible Ría de Arousa y hermanamientos con ciudades del norte de Europa.
Todo en un apasionante clima festivo donde el mar, el colorido de la vestimenta, la animación de los participantes, la música de gaitas y tambores, el buen humor, el pulpo y la empanada se conjugan de forma inolvidable. Señoras y señores, esto es la FIESTA con mayúsculas.
Todo empezó en julio de 1961 cuando el Ateneo do Ullán organizó entre sus miembros la primer Romería Vikinga. El fin era conmemorar y recordar los ataques e invasiones normandas, vikingas y sarracenas a tierras gallegas durante la Edad Media. Desde el Siglo IX y hasta el Siglo XII se sucedieron diversos ataques que arrasaron el entorno de la Ría de Arousa con el fin de llegar a Santiago por el río Ulla y hacerse con los tesoros de la Catedral. Para proteger esta vía de acceso marítima a Santiago se levantó un sistema de fortalezas y torres defensivas de los que hoy sólo quedan los restos de las llamadas Torres del Oeste, lugar donde se escenifica el desembarco de la Romería Vikinga y donde hoy se arremolinan miles de personas.
Tras varias ediciones a principios de los noventa el Ayuntamiento de Catoira se implica en la organización de la Romería Vikinga y comienza su periodo de proyección internacional. Llegaron así los primeros intercambios culturales con la localidad danesa de Frederikssund. Buscando la perfección de la recreación histórica un grupo de artesanos de Catoira viajó en 1993 hasta Dinamarca para estudiar los métodos vikingos de construcción de barcos de ribera. Es entonces cuando en Catoira deciden construir su propio drakkar copia de uno del S.XI hallado en el fondo del fiordo de Roskilde (Dinamarca) y que hoy se expone en el Museo de Barcos Vikingos de Roskilde.
Este drakkar de 17,5 metros de eslora que llamaron «Torres del Oeste» se ha convertido en el principal protagonista del Desembarco Vikingo desde su primera aparición en 1994. Y ahí está desde entonces, trayendo hasta las orillas llenas de limo y algas a los pies de la Torres del Oeste a su tripulación de una treintena de aguerridos invasores.
Es casi la una de la tarde y entre el tumulto que cubre la explanada donde se encuentran las Torres del Oeste es difícil avanzar y hacerse un hueco para ver algo. El humo de los churrascos y espetos se mezcla con el aroma que ascienden de los caldeiros donde se hierven pulpos y mejillones.
La música de gaitas y tambores resuena en las riberas del río atrayendo a decenas de vecinos vestidos de vikingo pertrechados con abundantes reservas de vino y a miles de visitantes que este año supera con creces el de ediciones anteriores.
Desde que se declaró Fiesta de Interés Turístico Internacional en el 2002 la Romería Vikinga ha ido creciendo de manera imparable. Por eso acercarme hasta los muretes de piedra de las Torres junto a la Ermita del Apóstol Santiago y saltar hacia la orilla donde de lleva a cabo el desembarco es de por sí toda una proeza. Cada centímetro de piedra, roca o muro está ocupado por decenas de personas que forman una barrera casi impenetrable.
Cuando estoy a punto de conseguirlo, me invade una cohorte romana impecablemente uniformada acompañada de una compañía de tambores. Me siento en uno de los campamentos romanos de Lucus Augusta… pero algo no me cuadra. ¿Qué hacen los romanos en una invasión vikinga de la Edad Media? Si alguien me lo puede explicar, estaré agradecido.
Por fin puedo saltar los muros. Ahí está la ría de Arousa ante mí con el drakkar «Torres del Oeste» avanzando con las velas desplegadas junto a otras dos naves, la «Frederikssund» y la «Concello de Catoira«. Los puentes que se están construyendo sobre la ría destrozan la escena y nos recuerdan a todos que no estamos en la Alta Edad media sino en el S.XXI. El cielo aparece despejado con unas pocas nubes que luego dejarán caer algunas gotas.
La fiesta ya ha empezado la noche anterior con la celebración de la Cena Vikinga donde se comen mejillones, pulpo y carnero y se bebe hasta que el cuerpo aguante. Los requisitos son pagar los 20€ que cuesta el ticket de acceso que se vende en la Biblioteca Municipal hasta unos días antes. Y sobre todo ir vestidos para la ocasión, o sea, como se supone que vestía en la época medieval.
Pero el gran momento está a punto de llegar: el desembarco y la batalla simulada entre los participantes empapados de agua, vino, algas y barro de la orilla. Pero no estoy solo: en la orilla y chapoteando entre las algas y las piedras resbaladizas nos encontramos decenas de fotógrafos, cámaras y presentadores de diferentes canales de radio y TV. Este año la Romería Vikinga de Catoira es más mediática que nunca.
Y por fin la primera de las naves cargada de feroces vikingos vociferantes se acerca enfilando directamente hacia mí.
Al instante una avalancha de cámaras me rodea mientras los primeros invasores se tiran valientes al agua con mazas, cornamenta y espadas. Apenas me puedo mover entre el barro que vuela por los aires, el agua que nos salpica y los amigables empujones y golpes de los demás colegas amantes del noble arte de la fotografía.
En un instante todo es un caos. Llega otro barco y nuevos rostros desencajados bajo sus cascos, aullando y chorreantes de mar y vino se abalanzan sobre nosotros.
Chapuzones, salpicaduras, caídas y gritos de «¡¡Ursula, Ursula…!! invaden el resbaladizo espacio en el que nos mezclamos en batalla infernal vikingos y reporteros gráficos. Esto es una locura genial pienso mientras mi cámara chorrea agua salada y los lamparones de barro me impiden mover el objetivo…La verdad no sé ni cómo he conseguido tomar más de un par de fotografías decentes.
Una vez llevada a cabo la conquista del territorio la acción se traslada hacia las explanadas donde el grupo Troula Animación hace de las suyas. Ya los había visto hace unos años y la verdad es que esta gente mueve las masas a su gusto. Entre gritos, tambores, percusiones, llamaradas y un ritmo infernal este grupo hace mover el esqueleto a los miles de personas que se arremolinan a su alrededor.
Me doy cuenta de que estoy en el lugar equivocado. La gente me da la espalda y es que todos miran hacia donde están las cámaras que también pelean a brazo partido por mantenerse a flote entre el tumulto.
Así que me lanzo hacia la masa en una especie de avance suicida. Los figurantes que lanzan llamas como dragones poseídos me salpican de gasolina, me empapan de vino, me roza el fuego de las antorchas, se me caen unas vikingas encima abrazadas en una borrachera épica…Y acabo a los pies de los percusionistas que sudan la gota gorda apretujados por una masa que se mueve como el oleaje en una tormenta al ritmo de su música.
Esto es una locura, pero en mi memoria revuelan las palabras de Robert Capa «Si tu foto no es lo suficientemente buena, es porque no estabas lo suficientemente cerca«
Tras la heroica lucha salgo como puedo del tumulto para iniciar una nueva batalla: la caza del pulpo en uno de los puestos de comida del «mercado medieval» rodeados por una masa impenetrable de hambrientos visitantes. Los precios están disparatados: churrasco a 12€, plato pequeño de pulpo a 9€ y el «grande» por llamarlo de alguna manera, a 18€, un cuarto de pan de maíz 7€, la «larpeira» ni me acuerdo… Pero la verdad es que todo está riquísimo, recién hecho, recién cocinado, en su punto.
Y repito el ritual que vengo celebrando cada vez que vengo aquí: degustar frente al mar ese manjar exquisito de sabores intensos que es un pulpo estilo «a Feira» recién cocido con su pimentón, su sal gorda y su aceite de oliva.
Entonces pienso que hay cosas en la vida que no deberían cambiar y que es imperdonable perderse. Y la Romería Vikinga de Catoira es una de ellas, una fiesta donde la sangre es del color del vino, los olores y los sabores son auténticos, las sonrisas francas y la alegría verdadera.
Porque «Os Resentidos» tenían razón: para lo bueno y para lo malo Galicia sigue siendo un sitio distinto.
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