La Isla de Pascua, la isla más isla.
Por fin he llegado. Camino ansioso por la estrecha vereda que asciende suavemente por la colina cubierta de hierba. Y ahí están por fin. Ante mis ojos aparecen las enormes moles de piedra de los moái tallados en la roca volcánica. Imponentes, hieráticos, inmóviles desde que hace siglos fueran abandonados a su suerte. Tengo que detenerme para creer que lo que estoy viendo es real. Que estoy en Isla de Pascua.
El sol juega con las nubes creando un viene y va de luces y sombras. Miles de kilómetros me separan de cualquier otro lugar en el Mundo. Pero aquí estoy, en Te Pito o Te Henua, “el Ombligo del Mundo”. Ante esas magníficas esculturas pétreas que parecen brotar de la misma tierra. El vestigio más impresionante de una cultura perdida, misteriosa, desconocida y casi olvidada. Delante de mí decenas de moáis parecen mirar hacia ninguna parte, indiferentes al paso del tiempo y de los hombres. Sí amig@s, estoy en Rapa Nui.
Tras 5 horas de vuelo desde Santiago de Chile aterrizo en el pequeño aeropuerto de Mataveri. El tremendo aislamiento de esta isla de 24 kilómetros de largo por 12 de ancho es más que evidente. Más de 3.700 km. de océano nos separan de las costas chilenas y otros 4.000 de Tahití, en la Polinesia Francesa.
Estamos lejos de todo y de todos perdidos en la inmensidad oceánica. Estamos en una pequeña masa de rocas volcánicas que surgieron del mar. Y que permanece “como un portaaviones varado en medio de la nada” como me comentó uno de sus apenas 5.000 habitantes. Parece que no existe en nuestro planeta ningún otro punto habitado más lejano de todo ni más aislado. Ni en las estepas siberianas, ni en las selvas amazónicas.
Isla de Pascua es la isla más isla del Mundo
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Un poco de Historia para comprender
La isla de Pascua esconde todavía ciertas incógnitas no resueltas acerca de su poblamiento inicial. Tampoco se sabe mucho del desarrollo de una cultura propia y sobre todo, acerca de su decadencia y casi desaparición. El debate acerca del origen de los habitantes de la isla está casi cerrado. Parece claro que los primeros habitantes llegaron desde la Polinesia navegando en uno o varios viajes que debieron ser realmente épicos. Miles y miles de kilómetros de océano sobreviviendo en piraguas dobles cargadas de provisiones. Aquellos navegantes se guiaban por las estrellas en un periplo sin rumbo señalado, tal como habían hecho sus antepasados a lo largo de los siglos. A pesar de las evidencias genéticas todavía hay quienes defienden el origen americano de su población basándose en ciertos rasgos técnicos del tallado de la piedra de la plataforma del Ahu Vinapu semejantes a los de la cultura inca.
Los primeros europeos de los que se tiene noticia llegaron aquí en el día de Pascua de 1722 y eran holandeses que iban de camino hacia las Indias Orientales. Cuando llegaron los moáis todavía estaban en pie. Unas décadas más tarde, cuando los españoles llegaron a la isla para reclamarla como parte de sus posesiones americanas, todas las estatuas yacían derribadas. Hoy se sabe que los moais eran la representación de ancestros importantes que, dando la espalda al mar y mirando siempre hacia las estrellas, ofrecían protección a su pueblo. ¿Qué sucesos dramáticos sucedieron en esas décadas en las que la población pasó de varios miles a unos centenares y en la que se derribaron todos los moáis? La superpoblación, la lucha por los escasos recursos disponibles, la brutal deforestación y las guerras internas por el poder entre los distintos clanes parecen ser la respuesta. Una perfecta crisis malthusiana.
Los moais derribados del Ahu Hanga Te´e con sus tocados rojizos desparramados por el suelo
A la debacle medioambiental y a las consiguientes luchas civiles, se sumó a lo largo del XIX un goteo constante de visitas de barcos procedentes de Perú. Iban a la busca y captura de esclavos que esquilmaron todavía más a la población. A finales del XIX apenas quedaban unos centenares de pascuenses que sobrevivían escondidos en cuevas, acosados por las enfermedades y la anarquía. Muchos decidieron emigrar a Tahití en la Polinesia Francesa con la que todavía hoy los pascuenses actuales mantienen un elevado nivel de contacto. En 1888 Chile anexionó la isla a su territorio. La llegada de misioneros acabó con las redadas esclavistas y lentamente muchos de los pascuenses regresaron a su tierra. En 1953 Chile declaró a toda la isla parque nacional y monumento histórico. Y en 1995 la UNESCO la declaró “Patrimonio de la Humanidad”.
Pero hoy los problemas son otros. En los últimos años la llegada masiva de habitantes del continente americano está acabando con las costumbres, las tradiciones y la tranquilidad de los isleños. La tensión va en aumento por el aumento de la delincuencia y de nuevo, por el escaso espacio y recursos de la isla. A todo esto se suma el interés creciente del turismo. Más de cien mil personas llegan anualmente para recorrer este auténtico museo a cielo abierto con la presión ambiental que esto conlleva. En Pascua no hay depuradoras de aguas sucias, hay que importar casi todo desde el Continente, y el tratamiento de la basura es un problema importante. Además el debate está abierto con la construcción de nuevos hoteles cada vez más grandes y lujosos. Cada vez hay más coches cuando hace unos años apenas si se veían –en toda la isla apenas hay 2 carreteras asfaltadas- y muchos turistas no han dudado al tratar de llevarse trozos de los moáis como recuerdo.
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Los trámites de entrada
Todo esto está acabando con la paciencia de los pascuenses. El estado chileno se comprometió a instaurar controles de entrada para todos aquellos que se quieran instalar en la isla y para los turistas. Por eso desde agosto del 2018 una nueva normativa indica el tiempo de permanencia máxima a los no residentes en la isla: 30 días. Así mismo todos los turistas deben contar con billete de ida y vuelta, y tener reservado alojamiento en establecimientos autorizados por Sernatur. O invitación de alguna persona residente perteneciente a los Rapa Nui. Además se ha de rellenar un formulario de entrada llamado FUI. Lo puedes rellenar vía web a tu llegada al aeropuerto. Si optas por el formulario digital recibirás un correo de confirmación que deberás presentar junto a tu pasaporte en el aeropuerto de Santiago de Chile antes de tu partida.
Por ahora sólo Latam tiene vuelos a Isla de Pascua partiendo desde la capital del país. En el aeropuerto de Santiago el personal de Latam te pedirá que rellenes un formulario cuando hagas la facturación indicando los datos personales y nombre del alojamiento reservado. Con toda la documentación, incluido el FUI, hay que dirigirse al control de Policía donde comprobarán que todo es correcto. Si te falta algún requisito te denegarán el acceso al avión.
Consejos prácticos:
- Has de tener en cuenta que no es lo mismo visitar Isla de Pascua en temporada alta, entre diciembre y marzo, que en época de lluvias, de abril a junio. Durante las dos primeras semanas de febrero se celebra el festival del Tapati. Para esas fechas todos los precios se disparan y las reservas de vuelos y hoteles han de hacerse con meses de antelación. La temporada baja se extiende hasta noviembre. Y para mí esos son los mejores meses. Hay menos gente, la temperatura es agradable alternándose los días soleados con algún chubasco y los precios son más económicos. Sobre todo los del billete de avión.
- Vas a tener que andar por caminos empedrados. Trae ropa cómoda y calzado con suela resistente que sujete bien los tobillos. Entre noviembre y marzo no te olvides que hará bastante calor. Y en época de lluvias que no te falte un buen chubasquero.
- Si conduces no excedas la velocidad límite de 80 km/h. Y mucho cuidado con los caballos.
- Nunca olvides que estás en una isla muy pequeña alejada del resto del mundo. La gestión de residuos es un grave problema así que evita traer plásticos y productos con envoltorios inútiles. Por cierto, no te darán bolsas de plástico cuando compres algo. Yo siempre viajo con una botella metálica hermética que relleno en cuanto puedo. Y si tienes que tirar algo, hazlo en los basureros que encontrarás por todas partes.
- El patrimonio natural y cultural de la Isla de Pascua es extremadamente frágil. Nunca, repito NUNCA, te subas a un moái. Tampoco las toques ni te salgas de los caminos señalados. Y por supuesto no intentes llevarte trozos de piedras y rocas de recuerdo. Toda medida es poca para evitar en lo posible el deterioro del patrimonio artístico y cultural de la isla.
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Del aeropuerto a Hanga Roa en 2 minutos
La recepción de bienvenida en el aeropuerto incluye un collar de flores entregado por el personal del hotel. Y nada más salir del aeropuerto ya estamos en Hanga Roa. Es la capital y única población importante de la isla y está pegada al aeropuerto de Mataveri. Literalmente. La verdad es que en Hanga Roa no hay mucho que ver a no ser algunas tiendas de recuerdos y artesanías, además de los bares y restaurantes de la Avda. Atamu Tekena.
El puertecito en la Plaza Hotumatua donde hay un par de moáis es visita obligada si quieres hacer submarinismo. Aquí se encuentra el centro de buceo Orca Diving Center. Cerca encontré los restaurante donde disfruté lo mejor de la gastronomía local: el Te Moana con unos ceviches estupendos. O la Taverne du Pecheur, restaurante dirigido por un orondo francés mezcla de vikingo y Obelix. Los platos de pescado son sencillamente exuberantes y la carta de vinos podría ser la envidia de muchos restaurantes del continente. No es barato pero es uno de los mejores restaurante de la isla. Y para algo más informal está el Hani-Hani con buena música, pizzas y cervezas.
El resto de Hanga Roa está formada por casas bajas, hotelillos, negocios y locales de alimentación sin nada reseñable. Eso sí, todo está inmerso en una frondosa vegetación semi tropical donde abundan todo tipo de flores. La gente camina por los aceras o por el borde de los caminos llenos de baches, va en bicicleta o a caballo esquivando los cada vez los más numerosos vehículos 4×4 que se alquilan a los turistas. Y aunque el ambiente es relajado, los pascuenses-rapa nui no dejan de mirar con cierto recelo a tanto foráneo. Hanga Roa es un lugar tranquilo a pesar de las tensiones cada vez mayores entre los habitantes de origen polinesio y los nuevos inmigrantes procedentes del Continente.
El único momento del año en que Hanga Roa pierde su tranquilidad es durante las fiestas de la Tapati Rapa Nui que se celebran entre finales de enero y principios de febrero. Es entonces cuando la isla se llena de turistas. Desde hace algunos décadas los pascuenses intentan recuperar parte de sus tradiciones. Incluyendo una competencia festiva entre dos equipos que pugnan por obtener el título de “reina de la isla” para sus respectivas bellezas locales. La gente pinta su cuerpo con motivos ancestrales y lucen entonces los tatuajes que muchos llevan de forma permanente. Y tod@s visten en plan polinesio tahitiano-hawaiano. Como ya he dicho encontrar habitación de hotel y plaza en algún vuelo en estas fechas es cuestión de reservar con mucha anticipación.
Pero ahora es temporada baja. Durante mi visita de 4 días se alternarán el sol y las lluvias de la tarde. Las laderas de los apagados volcanes lucen una alfombra de hierba intensamente verde y el ambiente en Hanga Roa es muy relajado. Aún así no ha sido fácil encontrar alojamiento. Los precios de los mejores hoteles como el Explora Rapa Nui (600$/noche) o el Altiplánico (250$/noche) no son aptos para todos los bolsillos. En el resto no podemos esperar lujos o comodidades excesivas ya que la mayoría los establecimientos de Hanga Roa cuentan con lo básico y punto. De todas formas no he venido tan lejos para estar metido en la habitación del hotel.
Y como no puede ser de otra manera el mar es omnipresente en la vida de los isleños. Así como sus tradiciones más ancestrales. El pequeño cementerio está ubicado frente al mar con sus tumbas mirando tierra adentro, al igual que los viejos moáis.
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Cómo recorrer la isla y por qué alquilé un 4×4
A no ser que dispongas de al menos de una semana para recorrer la isla en bicicleta, la mejor forma de visitarla por tu cuenta es alquilando un auto. Y en época de lluvias un 4×4 se vuelve imprescindible si no queréis quedaros atascados en el primer bache de la carretera o en el barrizal de cualquier camino. Si antes de venir os habéis informado de lo que vais a ver, tenéis un buen mapa y los ojos bien abiertos, podréis recorrer los lugares más importantes de la isla sin problemas.
Por otro lado es cierto que existen numerosas excursiones organizadas con guías que os contarán la historia de cada lugar, anécdotas y curiosidades que facilitan mucho todas las visitas. Si crees que ir saltando por los caminos de la isla conduciendo un 4×4 no es lo tuyo, no lo dudes.
Alquilar un 4×4 no es muy caro, unos 80€ al día. Y compensa claramente si sois varios viajando. Cuando os entreguen el vehículo comprobad el estado de las ruedas y si la de repuesto está bien. Queda dicho que apenas hay un par de carreteras. El resto de la isla se recorre por caminos llenos de piedras y enormes agujeros, así que mejor ir bien preparados. Salir de Hanga Roa significa que no encontraréis bares, restaurantes o tiendas en el resto de la isla. Así que ir preparados con comida y bebida. La única excepción es la playa de Anakena donde se pueden encontrar 3 o 4 chiringuitos playeros que preparan pescado fresco del día.
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Hacia el volcán Rano Kau
Tras dar un par de vueltas por Hanga Roa para ubicarme tomo la carretera que corre paralela al aeropuerto. Me dirijo hacia el yacimiento de Vinapu, al que se llega tomando un camino que se encuentra al final de la pista y cerca de unos depósitos de combustible. Lo que encontraremos aquí puede decepcionarnos: un muro de piedras perfectamente encajadas que hace de base para unos cuantos moais derribados, el mar al fondo y poco más. Pero ha sido precisamente la perfección técnica del labrado de las piedras de esta plataforma ahu la que ha originado las especulaciones acerca del origen americano de la población de la isla. O al menos una supuesta influencia incaica en su arquitectura. La verdad es que el parecido con los grandes bloques tallados por los incas en Cuzco y sus alrededores es sorprendente. Pero ya sabemos que a parecidos retos, diferentes culturas pueden aportar soluciones semejantes sin haber tenido contacto.
Vaya, espero que el resto de la isla no sea como Vinapu porque si no… Me subo al 4×4 y me voy hacia el otro extremo de la pista del aeropuerto que se corresponde con la zona de Mataveri. Allí empieza la subida al cráter del volcán Rano Kau donde se encuentra la aldea ceremonial de Orongo. Poco después de dejar atrás el aeropuerto la carretera pasa por una zona con vistas espectaculares a unos acantilados. La luz de la tarde empieza a caer y el mar bate con fuerza contra las rocas basálticas abriéndose paso hacia una enorme gruta que se adentra bajo tierra. Dejo el coche en una pequeña pradera donde indica que estoy en Ana Kai Tangata. Tras caminar unos pasos hay una escalinata que conduce hasta una cueva ceremonial donde todavía se pueden ver algunas pinturas rupestres. Pero lo más impresionante de esta zona es el paisaje de una costa recortada, plagada de rocas, abrupta, que resiste los fieros embates de un océano inabarcable.
Empieza a llover y el camino hacia el Rano Kau se convierte en un barrizal. Muchas vacas pastan en los laterales del camino y lo cruzan haciendo más peligrosa la conducción. Pero todavía peor son los caballos que campan a sus anchas por la isla y que han provocado numerosos accidentes. A la izquierda del camino veo un mirador y aparco. Cuando cesa la lluvia me asomo a uno de los bordes del cráter del Rano Kau quedándome sin palabras. Un abismo de 300 m. se abre ante mis pies en una circunferencia casi perfecta de casi 1,5 km de diámetro. El fondo del cráter del volcán, ahora extinto, está cubierto de lagunas con vegetación de cañizos que conforman la principal reserva de agua dulce de la isla. Mientras al fondo se adivina el mar omnipresente. El espectáculo, aún bajo un cielo encapotado, es grandioso y por fin empiezo a disfrutar de este viaje.
La lluvia se hace más intensa y regreso al 4×4 para llegar hasta la aldea de Orongo. Al final del camino un muro y un estacionamiento delante de una caseta de control me indican que ya he llegado. De pronto para de llover. Sale el sol y un enorme arco iris surge de las profundidades del cráter del Rano Kau. Y ahí mismo me enamoré de esta isla, hipnotizado frente a este magnífico espectáculo natural del que disfruté en completa soledad durante un buen rato. Fue el mejor regalo de mi primer día en Rapa Nui.
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El ritual del Hombre-Pájaro
Apenas me queda tiempo para hacer una incursión rápida en la aldea ceremonial de Orongo ubicada en una de las laderas del cráter frente al mar. Justo enfrente están los islotes Motu-Kao-Kao, Motu Iu y Motu Nui. Iniciada la decadencia del culto a los moáis el culto del hombre-pájaro, el “tangata manu”, fue ganando en importancia para los isleños. Para resumir, cada año los distintos clanes de la isla se reunían en Orongo para enviar al islote Motu Nui a un joven elegido de cada clan. Allí debía permanecer hasta conseguir el primer huevo del pájaro manutara, una especie de pequeña gaviota que anida en los roquedales costeros de Pascua. En la película “Rapa-Nui” se ve este ceremonial.
Total, que los jóvenes elegidos por cada clan se tiraban por las paredes de los precipicios que rodean Orongo. Si os asomáis al abismo se os pondrán los pelos de punta solo de imaginarlo. Desde ahí se tiraban al agua y tras esquivar el ataque de los tiburones y escapar a la fuerza de las corrientes, debían trepar por las escarpadas rocas del Motu Nui. Allí buscaban un agujero entre las rocas donde refugiarse y pasar los días buscando entre los nidos para encontrar el famoso huevo. El primero que lo encontraba debía regresar con el huevo intacto a la aldea de Orongo nadando y trepando de nuevo por los acantilados para entregárselo al jefe de su clan. Este se llevaba todo el mérito y era nombrado jefe de todos los clanes durante un año. La historia de la Humanidad está repleta de rituales absurdos y este es uno más. El caso es que muchas veces los otros clanes no aceptaban al nuevo jefe, se rebelaban, y seguían peleándose y tirando los moáis de sus enemigos. En fin, un auténtico desastre.
Al atardecer el sol se abre paso entre las nubes en la aldea de Orongo, uno de los centros ceremoniales más importantes de la isla. Como casi no me queda tiempo para visitar la aldea dejo la visita para el día siguiente. Es hora de regresar a Hanga Roa para intentar ver el atardecer en el área ceremonial de Tahai. Muy cerca se encuentra el cementerio de Hanga Roa ubicado frente al mar. Las tumbas están cubiertas con losas basálticas pintadas de blanco con los nombres de los fallecidos grabados en la roca. Cruces, flores y nombres polinesios junto a otros en español se mezclan en este pequeño rincón, realmente hermoso. Tras aparcar el coche en una pequeña pradera a la derecha del cementerio camino hacia el Tahai, un área restaurada entre 1968 y 1970.
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En el Ahu Tahai
Se denominan «Ahu» a las plataformas hechas de piedra y sujetas con muros que soportan el peso de los moáis. Hay unos 350 en la isla, casi todos en la costa. Tahai es el primer conjunto de moáis colocados sobre sus plataformas, las ahu, que veo en la isla. Y la impresión es inolvidable a pesar del estado de deterioro de las estatuas. Son casi las 7 de la tarde y el sol se está ocultando tras un horizonte lleno de nubes azuladas. Dicen que este es uno de los mejores lugares de la isla para ver el atardecer y algunos grupos de turistas comienzan a llegar para contemplarlo. La ladera que lleva a los moáis está cubierta de hierba verde. Aquí y allá aparecen los cimientos de piedra volcánica de las antiguas vivienda en forma de barca invertida.
Más allá aparece un moái abandonado, derribado y roto entre la hierba. Y junto al mar, entre los moáis todavía en pié, aparece un pequeño embarcadero con un moái solitario frente a él, el Ahu Tai. Más a la derecha se encuentra un moái muy especial ya que conserva su sombrero de piedra rojiza, el pukao, y sus ojos blancos mirando hacia el cielo: el Ko Te Riku. Los ojos hechos a base de coral y piedra volcánica rojiza se colocaban cuando el moái ya estaba instalado en su sitio. En cierto modo era la forma de darles vida y que se convirtieran definitivamente en la imagen del ancestro al que estaban dedicados.
La verdad es que la visión del conjunto es magnífica, con las olas rompiendo justo detrás, las casas de Hanga Roa a la izquierda y el cielo que se tiñe de colores. Rápidamente los moáis se van convirtiendo en sombras a medida que cae la noche. Regreso a las tranquilas calles de Hanga Roa y busco un restaurante para cenar la especialidad local, el atún. De nuevo empieza a diluviar y tras la cena el cansancio hace su aparición. Mañana será otro día.
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Rano Kau y el poblado ceremonial de Orongo
Toda la noche ha estado lloviendo y tronando con fuerza. Pero a las 7 de la mañana los primeros y tímidos rayos de sol se abren paso con fuerza. Tras un desayuno rápido regreso a Tahai para sacar unas fotos con luz diurna. Efectivamente el contraste del azul intenso del mar con el gris de la roca volcánica de las esculturas, junto a unos caballos que pastaban libres la hierba fresca de la mañana, me ofrecen un cuadro único y peculiar.
El único moai que conserva sus ojos y su característico tocado está en Ahu Tahai. Esa mirada melancólica que parece perderse en el horizonte nos habla de un pasado convulso
El aire es fresco y limpio. Aquí el olor a mar lo inunda todo. A pesar del tamaño de las estatuas su fragilidad es evidente así como su estado de deterioro. Me pregunto durante cuánto tiempo más podremos disfrutar de la imagen que ofrecen ahí enclavadas, con sus rasgos severos y sus cuencas vacías. El paso de los caballos es uno más de los factores que ayudan al deterioro de los ahu ya que con sus cascos van rompiendo la piedra volcánica y removiendo las piedras que lo forman. Y efectivamente, al rato aparece uno de los vigilantes del yacimiento que a gritos echa a los caballos. Es la señal para subir de nuevo al 4×4 e iniciar de nuevo la ascensión hasta la aldea ceremonial de Orongo.
De nuevo asciendo por la carretera sin asfaltar que bordea el cráter del volcán Rano Kau en una mañana llena de luz. Y de nuevo me paro en los miradores que permiten disfrutar de una vista única al cráter casi perfecto del volcán. Bajo la luz diurna las pequeñas lagunas del fondo brillan como espejos y en las laderas aparecen manchas de color violeta de las buganvillas.
Por la mañana el cráter del Rano Kau se muestra en todo su esplendor. La aldea ceremonial de Orongo se encuentra a la derecha, entre el borde del cráter y los acantilados que caen al mar
Como ya comenté antes la aldea ceremonial de Orongo sólo se ocupaba unas pocas semanas al año mientras se celebraba la ceremonia del “tangata manu”. Una vez que entro en el yacimiento arqueológico voy bordeando el acantilado de 300 metros por donde se tiraban los elegidos para conseguir el primer huevo del manutara, la gaviota de mar. Los islotes que veo allá abajo parecen sencillamente imposibles de alcanzar desde donde me encuentro. Pero el caso es que sí llegaban. Hoy todavía se conservan las casas de piedra donde residían temporalmente los jefes de los clanes esperando el ansiado regreso de sus enviados.
Apenas si hay visitantes a estas horas. Me detengo a observar las tareas de reconstrucción de las casas ceremoniales construidas a base de apilar lajas de piedra rematadas con un techo abovedado. La entrada a estas casas no es sino un estrecho agujero y su interior se encontraba decorado con pinturas ceremoniales. Por desgracia el paso del tiempo y los continuos saqueos casi han acabado con estas pinturas.
Pero lo más destacado de Orongo, aparte de la belleza del paisaje donde está enclavada la aldea, es la gran cantidad de petroglifos con dibujos que simbolizan a hombres-pájaro, al dios Make-Make o sexos femeninos. Se han contado casi 500 petroglifos en Rapa Nui, y la mayoría de ellos están aquí en Orongo. Esta profusión ornamental se hace especialmente intensa en el punto más simbólico de Orongo: una especie de estrecho mirador desde donde se ven los islotes a un lado y la caldera del Rano Kau a otro, el llamado Mata Ngarau.
En realidad estoy caminando sobre el filo de ambas laderas. Los carteles anunciando la inestabilidad del suelo empapado y el peligro de acercarse a los bordes no son ninguna broma. La verdad es que las vistas son maravillosas así que continúo el paseo bordeando la aldea por la parte más cercana al cráter volcánico. Al finalizar el recorrido no puedo dejar de pensar en lo absurdo de la ceremonia del hombre-pájaro. Y en la cantidad de hombres valientes que debieron dejarse aquí la vida para que fuera otro el que se llevara la gloria.
Me despido de este lugar con una última ojeada al increíble paisaje. Me quedo con las ganas de recorrer los 3 km. del trekking Vai Atare que conduce al otro lado del volcán. Pero tras las lluvias de la noche el personal del parque me lo ha desaconsejado completamente.
Este viaje a Rapa Nui todavía me depara lo mejor. Para empezar la cantera de Rano Raraku donde se labraron a mano, piedra contra piedra, los casi 900 moáis de la isla de Pascua. Después el conjunto monumental más grande del Pacífico Sur, el de los moáis del Ahu Tongariki. Más adelante está la playa de Anakena donde se encuentra el que quizás sea el «ahu» más antiguo de la isla. Pero todo esto te lo cuento en la segunda parte de este viaje a esta pequeña isla perdida en medio del océano:
Rapa Nui, la fascinante isla de los moáis olvidados
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