Regreso a Ait Ben Haddou.
El Ksar de Ait Ben Haddou era una visita irrenunciable. Aunque reventara el motor del Renault Clío que había alquilado unos días antes al aterrizar en el moderno aeropuerto de Marrakesh. Las luces de averías en el motor se iban encendiendo en el panel del cuentakilómetros desde que había salido de Risani.
Atrás quedaban el desierto del Sahara, las grandes dunas del erg de Merzouga, los bereberes, sus camellos y las noches estrelladas a la luz de las fogatas. El trayecto por la N12 hasta Zagora atraviesa llanuras inmensas de un desierto ocre de piedras resecas, cuarteadas por el sol. Un desierto donde la única señal de vida que encontré fueron algunos camellos buscando algo que mordisquear. A casi 40º de temperatura en el exterior no encontré un pueblo donde parar a reparar el coche en caso de que el motor dijera: «hasta aquí». Mi única opción era seguir adelante.
En Zagora tampoco había servicio técnico que arreglara el auto. Debía continuar hasta Uarzazate. En ese momento decidí que lo mejor era parar y pasar la noche en alguno de los riad de Zagora. Una decisión de la que no me arrepiento. Pasé la tarde recorriendo a pié los estrechos caminos que atraviesan el gran palmeral a orillas del Draa. Este es un lugar mágico que te hace retroceder en el tiempo. Las pequeñas huertas están separadas por muretes de adobe, y las acequias alimentan de agua una tierra húmeda por la proximidad del río. Una decenas de metros más lejos, donde termina el palmeral, la tierra está yerma y seca. Por el contrario si miras hacia el río te acompaña la silueta de las palmeras, un regalo de verde y de sombra que alimenta la vida de estas tierras.
Zagora, como el resto de poblaciones del sur de Marruecos, ha cambiado desde mi última visita hace algunos años. Las viejas kasbash cercanas, las tradicionales ciudades de adobe, se están abandonando. Poco a poco su historia desvanece a medida que el adobe se convierte en polvo arrastrado por el viento seco del desierto. Los feos bloques de ladrillo y cemento sustituyen las construcciones típicas. Y poco a poco el arte de sus filigranas, decoraciones geométricas, enrejados y torreones almenados se pierde en el olvido.
Al día siguiente recorro la N9 que corre paralela al río Draa y al inmenso, verde y fecundo palmeral que alberga toda la vida que se puede ver en kilómetros a la redonda. Ya cerca de Uarzazate el cuadro de instrumentos del Renault Clío parece una nave espacial iluminada de luces de colores. Pero mi objetivo es irrenunciable: llegar como sea al Ksar de Ait Ben Haddou, quizás el más conocido y mejor conservado de todo Marruecos.
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El fascinante Ksar de Ait Ben Haddou آيت بن حدّو
Al día siguiente y con el coche ya reparado salgo de Uarzazate, la conocida como Puerta del Desierto. En realidad Uarzazate es famosa sobre todo por sus estudios de cine, algunos visitables como los Atlas Studios. Pero además de su relación con el cine, a mí me gusta especialmente su Medina. Y sobre todo el ambiente que se respira al atardecer en su Plaza Al-Mouahidine y en los mercadillos llenos de animación instalados en las calles que la rodean.
Apenas 30 Km. me separan de mi objetivo. Unos cuantos coches parados en una explanada a la derecha de la carretera son la señal. Desde las alturas de esta pequeña colina se tiene una de las mejores vistas del Ksar y de la Kasbah de Ait Ben Haddou. Porque es desde la distancia desde donde se aprecia mejor el punto estratégico elegido para levantar esta ciudad fortificada. Se dice que por el 757 su fundador Ben Haddou eligió este lugar junto al ancho cauce del río Ounila y sobre una elevación que domina toda la llanura. El Ksar es la fortaleza (¿os suena la palabra «alcázar»?) que se eleva sobre las Kasbash, el conjunto de viviendas de adobe fortificadas que se extienden a sus pies.
En la otra orilla del río, lo que antaño eran unas cuantas casas, se ha convertido en un pueblo repleto de tiendas, restaurantes y hoteles. Al fondo y estropeando el idílico paisaje, veo el nuevo puente de acero y hormigón que comunica ambas orillas. Viendo esta inigualable panorámica desde lo lejos me digo que ya es hora de volver a perderme por las callejuelas de Ait Ben Haddou.
Tras dejar el coche frente a una tienda de souvenirs recorro a pie el tramo que lleva hasta la orilla del Ounila. Afortunadamente se han mantenido las piedras y sacos terreros que facilitan el cruce del río a pié, tal como se ha hecho siempre. Justo enfrente el conjunto de torres, murallas y casas de adobe rodeadas de palmeras y olivos ofrece una visión de otro tiempo. Esta estampa única y evocadora es el motivo de que esta Kashba haya servido de decorado para multitud de películas. Y la lista es bien larga: Lawrence de Arabia, la Joya del Nilo, Indiana Jones, Cleopatra, Gladiator, El Reino de los Cielos, Juego de Tronos…
Hoy lo único que recuerda que estamos en el Siglo XXI es ese horroroso puente y los turistas que recorren las callejuelas de la Kashbah. Aún así voy a intentar recorrer Ait Ben Haddou como si estuviera solo, tal como lo hice la primera vez que me adentré tras sus murallas de adobe.
En las últimas décadas la población de Ait Ben Haddou fue abandonando la Kashba para trasladarse a la otra orillas del río. El abandono y la ruina se apoderaron lentamente de este lugar nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987. Lo que me encuentro hoy es un loable esfuerzo renovador que intenta reconstruir las viejas edificaciones a la manera tradicional. Casi todo es iniciativa privada. Antiguos moradores que abren tiendas para turistas en sus viejas casas o que adecuan los pasajes interiores olvidados hace tiempo; artesanos que abren sus talleres para seguir elaborando artesanía de forma tradicional. Y también riads que abren sus puertas para que puedas hospedarte en este mágico lugar.
Aún así Ait Ben Haddou parece renacer del polvo y en forma de bloques de adobe vuelve a levantarse intentando recuperar su magnífico esplendor. Todo esto tiene un precio: el de pagar unos pocos dirhams por acceder al interior de patios, casas y terrazas; o el de tener que esquivar la avalancha de visitantes que se apelotonan durante las vacaciones en sus callejuelas llenas de tiendas. Si ese es el precio a pagar por mantener Ait Ben Haddou en pié, bienvenido sea.
Me adentro por callejuelas olvidadas y accedo los viejos almacenes donde se guardaban las mercancías de las antiguas caravanas de camellos procedentes de centro y este de África con destino Marrakesh. Atravieso las puertas de la casa de huéspedes Dar el Haja y subo a su terraza para disfrutar de las vistas del río mientras tomo un té de menta. Los ladrillos de adobe seco de las casas cercanas muestran los trabajos de reconstrucción de esta parte de Ait Ben Haddou. La parte más degradada es la antigua judería que muestra evidentes signos de abandono en forma de casas derruidas y techos hundidos.
Es hora de ascender por las callejuelas y escalinatas que trepan por el promontorio sobre el que se eleva el Ksar, la fortaleza. Desde este enclave privilegiado la vista se pierde en la llanura semi desértica y sigue el trazado del río hasta perderse en el horizonte. A lo lejos un grupo de mujeres lava la ropa en el río, tal como se ha hecho durante siglos. La monotonía del paisaje cubierto de color ocre no es tal, ya que adquiere diferentes tonalidades a lo largo del día. Sólo es cuestión de esperar y observar.
A medida que desciendo voy recorriendo tiendas, hablando con la gente y preguntando por la forma en la que se está volviendo a dar vida a Ait Ben Haddou. Entro en una cooperativa de alfombras donde todos los productos se fabrican en telares tradicionales, hablo con pintores y artesanos y curioseo en las tiendas de recuerdos. A veces el turismo avasalla con los lugares robándoles su esencia, pero en el caso de Ait Ben Haddou es el motor que mueve su reconstrucción ayudando a preservar su patrimonio histórico y cultural.
Mientras cruzo el río me resulta inevitable mirar atrás una y otra vez. ¡Quién sabe cuándo volveré a disfrutar de esta panorámica única en el mundo! Ait Ben Haddou, si alguna vez regreso espero volver a encontrarte más esplendorosa que ahora. Qué tus torreones y murallas sigan guardando los secretos de tus siglos de historia.
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Recomendaciones prácticas:
- Desde Marrakech a Ait Ben Haddou hay unos 200 km. por la carretera N9 que tiene un tráfico y tramos de curvas casi infernales. Si solo vas a visitar Uarzazate y Ait Ben Haddou te recomiendo usar el transporte público. Aunque está en obras de mejora nadie te va a quitar las casi 4 horas de viaje que lleva realizar este trayecto. Por otra parte si lo que quieres es hacer una ruta de varios días por el sur de Marruecos, como fue mi caso, la opción más práctica es el automóvil. Si no quieres complicarte la vida puedes contratar una excursión organizada con guía desde Marrakech.
- En cuestión de hospedaje tienes la opción tranquila en alguno de los hospedajes de Ait Ben Haddou, o la opción más urbana con bastante animación callejera en la cercana (30 Km.) Uarzazate. Los precios son en general más económicos que en la muy turística Marrakech. Si llegas desde el sur o vas hacia allí para recorrer el valle del Draa te recomiendo hospedarte en alguno de los riad de Zagora. El Dar Sofian es de lo mejorcito que podrás encontrar. La atención de su personal es exquisita y disfrutarás de unas instalaciones que te harán sentir de lujo a un precio asequible. Por cierto, su menú de especialidades marroquíes es exquisito.
- Para visitar Ait Ben Haddou te recomiendo calzado cómodo, gorra o sombrero y protector solar. Además de agua, mucha agua.
- En Ait Ben Haddou puedes encontrar que los precios de los souvenirs son un poco más elevados que en otros lugares de Marruecos. Si lo que te interesa es la artesanía local, encontrarás que regatear a veces no tiene mucho sentido. Cuando ves las horas de trabajo que lleva alguna pieza específica comprenderás que unos dirham más o menos no te van a arruinar ni a hacer millonario. Sin embargo para un artesano sus productos son la fuente de ingresos con la que alimenta a su familia. Además su trabajo contribuye a que Ait Ben Haddou siga su reconstrucción y por lo tanto, viva.
- Por último, el mejor momento para visitar Ait Ben Haddou es por la tarde antes de la puesta del sol. Hay menos visitantes y si tienes suerte podrás disfrutar de uno de esos atardeceres inolvidables en el desierto.
- Y recuerda que en cualquier viaje un buen Seguro te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro con el que viajo siempre. Además si lo contratas desde aquí tendrás un 5% de descuento.
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