Cuando un lugar no se corresponde con las expectativas.
Tras visitar y recorrer Washington DC, la capital de los USA empapándome de Historia, museos y memoriales, decidí seguir el rastro del primer presidente de la Nación, el archiconocido, respetado, glorificado y casi divinizado George Washington.
Siempre he pensado que conocer la casa donde vivió una persona, los paisajes que recorrió o los lugares que marcaron su vida, supone una estupenda manera de acercarse a personajes históricos. Y también una manera de viajar en el tiempo a un pasado que ya no existe, pero cuyas huellas permanecen.
Así fue como decidí acercarme hasta Mount Vernon en Virginia, la vieja residencia de George Washington, prohombre de la patria de las barras y las estrellas, héroe nacional, adalid de las libertades, firmante de la Declaración de Independencia, etc., etc. A priori, y por lo que está escrito en multitud de libros, tuvo que ser un hombre interesante y la intimidad del que fue su hogar durante décadas debería guardar rasgos, indicios y recuerdos de un hombre tan destacado. Al fin y al cabo Mount Vernon fue la residencia del primer presidente norteamericano desde que se casó en 1759 hasta su muerte en 1799, nada más y nada menos que 40 años en los que expandió su propiedad desde los 2.000 hasta los 8.000 acres y amplió el viejo caserón familiar hasta que tuvo 21 habitaciones.
Además, como se indica en todas las guías al uso, Mount Vernon es el lugar histórico más visitado de los USA con más de 80 millones de visitantes desde que la Mount Vernon Ladies´Association compró la propiedad a los herederos de la familia en el año 1858.
Una de las damas de la Mount Vernon Ladies´Association poniendo orden entre los visitantes que pacientemente hacen cola para entrar en la casa de George Washington.
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Cómo llegar a Mount Vernon, Virginia
Desde Washington DC es relativamente sencillo acercarse en coche ya que Mt. Vernon se encuentra a poco más de sólo hay 25 km. Pero el de hoy es un maravilloso día veraniego, así que decido tomar uno de los barcos que surcan el río Potomac en viajes de ida y vuelta y que en una hora y media llegan hasta el atracadero de Mount Vernon.
Toca madrugar y a primera hora ya estoy en el Pier 4 del puerto fluvial de Washington DC. La salida del barco, por cierto enorme y llamado Spirit of Mount Vernon, es a las 8:30 pero aconsejan estar antes por si acaso. El billete de regreso lo cojo para a las 15:00 y el precio de la excursión es de unos 59$ con la entrada a Mount Vernon incluida.
Subido en la cubierta más alta disfruto de las vistas mientras el barco recorre lentamente el ancho río Potomac. Dejamos atrás el aeropuerto R. Reagan, edificios gubernamentales, instalaciones militares, la sede de la CIA y la pequeña ciudad de Alexandria.
A medida que avanzábamos hacia el sur el paisaje se va volviendo cada vez más boscoso y menos humanizado con la excepción de las grandes mansiones que salpican las orillas del río. En ese momento pienso que desde luego no hay nada como ser rico en el país más rico del planeta.
Tras dejar a estribor una fortaleza de la Guerra Civil norteamericana, el Fort Washington, diviso a lo lejos, en lo alto de una colina rodeada de césped y bosques, un gran caserón de estilo sureño colonial pintado de blanco y con techos rojizos. Ahí está, he llegado a Mount Vernon.
Recorriendo Mount Vernon
Nada más desembarcar en el pequeño muelle hay un camino que se interna en el bosque y que conduce hasta la tumba de G.Washington y de su esposa Marta. El paisaje es hermoso y los árboles que me rodean son de gran porte, majestuosos algunos de ellos.
Tras una breve caminata aparece un sencillo edificio de ladrillo en el que lo único que destaca es la tumba del presidente construida en mármol blanco y una sencilla inscripción con su nombre.
Siguiendo las indicaciones del camino llego en unos minutos hasta la entrada a un complejo de construcciones bajas de madera blanca y con techumbre pintada de un intenso color rojizo. Son los edificios auxiliares de lavandería, almacenes, y caballerizas que bordean el camino de acceso a la residencia principal y que aparece frente a una rotonda ajardinada. Todo parece perfecto, limpio, aséptico…
Es aquí por donde se accede a las visitas guiadas a la casa y ya se está formando un larga fila de visitantes impacientes que se intentan ocultar del sol bajo las frondosas copas de los árboles que rodean la casa.
Si has llegado hasta aquí en coche te tocará pagar la entrada antes de ponerte a la cola y cargarte de paciencia. Y eso que parece que ha habido suerte ya que por lo que oigo, hoy no hay mucha gente. Poco a poco la cola avanza lentamente hacia la puerta de entrada mientras las Ladies de Mount Vernon va dando información mientras avanzamos pasito a pasito bajo los rayos del sol mañanero.
La casa de G. Washington
Ya estoy en la puerta. Por fin accedo a la casa del padre de la patria norteamericana, al hogar del héroe de la Independencia. Y nada más entrar un sentimiento me asaltapor completo: ¡Decepción! No sé por dónde empezar a describir esta especie de decorado de cartón-piedra. Desde el principio todo es un cúmulo de despropósitos.
Puedo pasar por alto que no dejen hacer fotos en el interior de la casa; que tengamos que ir en fila india como borregos amontonados entre otros cientos de visitantes. Pero lo que colma mi paciencia es la presencia de las Ladies ubicadas en todas y cada una de las estancias soltando cual autómatas un discurso explicativo de lo que estamos viendo. Repitiéndose una y otra vez, y otra vez, y otra vez… ¿Son humanas? ¿Son robots muy perfeccionados? ¿Animatronics de algún parque Disney?
La gente, mientras tanto, hace que oye la charla mientras busca algo interesante a lo que mirar mientras avanzamos lentamente. Porque la verdad es que no hay mucho interesante que ver en esta casa. Aparte de los chirriantes colores en los que están pintadas las paredes, nos acompaña el vacío, la nada material. Cuatro muebles, cuatro pinturas repartidas aquí y allá, comida de plástico sobre las mesas… Y las Ladies dale que dale al soniquete monótono, a la aburrida cantinela.
Cada vez que entramos en una estancia, la gente abre la boca en un gesto de sorpresa. Y a continuación se frota los ojos ante esos azules celestes de manicomio, o con esos verdes pastel en el salón que son como una patada al buen gusto.
Y la decoración, para qué hablar de la decoración. A excepción de un par de saloncitos, la casa es espartana, minimalista, vacía. Quiero salir de aquí, pero estamos atascados en las escaleras mientras la Lady de turno habla y habla sin parar mirando a ninguna parte. Nos han dicho que son voluntarias que dedican su tiempo libre a esto. Y que la casa, pero sobre todo la elección de los colores y la decoración de las habitaciones, fue obra del propio G. Washington… Sin comentarios.
El colmo de la decepción se produce al entrar en el despacho particular del Primer Presidente. La habitación más privada de la casa, el sancta sanctórum de la «Mansión«, como la llaman las Ladies. Para justificar la pobreza de libros, objetos y recuerdos, la Lady de turno relata que George Washington era sobre todo un granjero y que así se describía a sí mismo. La espartana habitación apenas posee un pequeño escritorio con un artilugio que abanicaba al presidente en los calurosos veranos, unas estanterías vacías con 4 libros solitarios y poco más.
Ahora ya sé por qué no se pueden hacer fotos del interior: sencillamente porque si se hicieran públicas las imágenes no vendría casi nadie. Y el caso que la casa está situada en un lugar precioso, en una suave elevación con vistas al Potomac y a los bosques que rodean la plantación.
Porque no tenemos que olvidarnos que Mount Vernon era una plantación colonial virginiana, primero de tabaco y más tarde de cereales. Cuando G. Washington murió tenía nada más y nada menos que 316 esclavos negros. El hecho de haber firmado la “Carta de Libertades” (Todos los hombres son iguales ante la Ley y bla, bla, bla…) no le impidió ser poseedor, al igual que a otros insignes firmantes como Thomas Jefferson, de tan impresionante número de esclavos.
Por fin consigo salir de la casa ansioso por respirar un poco de aire puro y escapar de la multitud. Me dirijo hacia el invernadero lleno de flores. Luego me doy una vuelta por los jardines, y me acerco al granero ideado por Washington con un ingenioso sistema de separación del grano.
Por supuesto no podía faltar la faceta comercial. Por aquí hay un moderno edificio repleto de tiendas de merchandising y unos cuantos puestos de comida rápida. También hay un restaurante más fino, el Mount Vernon Inn, con velas en las mesas, chimeneas en los salones y con los camareros vestidos en plan colonial. Y para completar la visita se pueden ver algunas películas que recrean la vida de G. Washington.
En una zona llana cercana al río hay una recreación de lo que debía ser la granja en su época de esplendor. No faltan sus vallados, sus cultivos, sus almacenes de paja y grano y sus casitas para los esclavos. Pero sin esclavos, menos mal. Por las distintas secciones de la granja veremos a figurantes vestidos como granjeros de la época que hablan por el móvil mientras aparentan acarrear grano o hacer alguna cosa. Evidentemente no encontraréis a figurantes negros que hagan de esclavos.
Más allá un camino se adentra en el bosque. Pero la hora de regresar al barco se acerca y me dirijo hacia el embarcadero porque aquí parece que no hay mucho más que ver. Vuelvo a Washington DC reflexionando acerca de las contradicciones del ser humano y de cómo no ser muy cruel en la descripción de lo visto en Mount Vernon. La palabra decepción vuelve a mi mente una y otra vez.
Sin duda George Washington fue un hombre de su tiempo, un militar y político sobresaliente. Pero era un hombre intelectualmente sencillo y, sobre todo, era un rico hacendado interesado en aumentar su patrimonio y rentabilizar al máximo sus tierras. Las circunstancias históricas, políticas y militares le auparon a la presidencia. Y le reservaron un lugar de preferencia en la historia de los USA. Por eso el interés de visitar Mount Vernon estriba en conocer el lugar donde vivió la mayor parte de su vida. Descubrimos así un G. Washington más humano, con sus virtudes y también con sus defectos.
En definitiva, podéis ahorraros la visita si no tenéis un interés especial en su figura. Porque en este caso la leyenda y la figura histórica están muy por encima de lo que parece ser que fue el hombre de carne y hueso. El de un hombre dedicado durante gran parte de su vida a su plantación esclavista de Virginia.
Personalmente os recomiendo dedicar vuestro tiempo para acercaros hasta Monticello, también en Virginia. Allí se encuentra la mucho más interesante casa de Thomas Jefferson, otro de los padres de los Estados Unidos y también ex presidente. Jefferson sí que fue todo un personaje interesante, un hombre lleno de inquietudes intelectuales que vivió siempre al límite. Y su casa es un magnífico ejemplo de todo ello.
Por otra parte, recuerda que si viajas a los USA, además de obtener la ESTA, necesitarás un buen Seguro de Viajes. Te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje para viajeros inteligentes.
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