Habana Centro: del Capitolio al Museo de la Revolución
Estamos en una zona de transición urbana. Las estrechas calles de la Habana Vieja se abren al Parque Central y sobre todo al Paseo Martí o Paseo del Prado. A la izquierda del parque aparece otro de los edificios más destacados de La Habana: el Capitolio.
Está claro que han quedado atrás las calles de la Habana Vieja mientras me adentro en la parte más moderna de la ciudad. Frente a mí se alza la elegante mole de El Capitolio, que en realidad es una copia en pequeño del Capitolio de Washington. El edificio fue inaugurado en 1929 y hasta la revolución castrista fue sede del Congreso y el Senado. Hasta que empezaron sus obras de remodelación hace algunos años se podía visitar pagando una pequeña entrada. Esta visita merecía la pena porque su interior resulta ser majestuoso. Nada más entrar se alza una estatua de bronce de 17 m. de alto que simboliza a la República ubicada bajo la enorme cúpula de 90 m. de altura. La gran sala central de 120 m. de largo se llama el “Salón de los pasos perdidos”. Está decorado de mármoles pulidos con diferentes tonalidades que le dan una ostentosidad y magnificencia digna de ser contemplada. El resto del edificio está lleno de oficinas administrativas y de organismos estatales, fotografías sobre la construcción del edificio y poco más. Supongo que cuando acaben las obras se podrá volver a visitar.
Al salir de nuevo al exterior os aconsejo sentaros en las escalinatas para contemplar la vida que transcurre a los pies de este mirador de excepción. El animado Paseo del Prado, a la izquierda el antiguo Centro Gallego y hoy Gran Teatro de La Habana. Enfrente, el teatro Payret, que fue uno de los cines más populares de la ciudad. Y enfrente los edificios levantados sobre columnas para dejar a la sombra unos soportales donde hay algunas tiendas para los habaneros y edificios administrativos. Entre el intenso tráfico empiezan a abundar los automóviles nuevos mientras las viejas joyas de los 50 van desapareciendo lentamente. Mucha animación, autobuses también nuevos, bullicio y sobre todo un paisaje humano que no puede dejarnos indiferentes: repartidores del Gramma, periódico oficial del Partido Comunista, taxistas de viejos coches totalmente tuneados para el turista, policías, pedigüeños, fotógrafos con cámaras de varias décadas… un mundo que se niega a desaparecer.
Si salimos del Capitolio hacia la derecha tomaremos la calle Dragones que nos llevará hacia la entrada al Barrio Chino hoy muy deteriorado y con apenas unos pocos edificios donde se puede ver algún cartel de sociedades chinas. Hasta hace unos años, en la esquina de la calle Industria, existía una especie de cementerio de viejas locomotoras en un descampado. Siempre me pregunté qué hacían esas viejas máquinas de carbón de finales del S.XIX y principios del XX semi abandonadas entre óxido y ferralla en todo el centro de La Habana. Un día traspasé la puerta del vallado y pregunté. La respuesta me la dio uno de los hombres que parecen dormitar allí al igual que las locomotoras: hasta hace unas décadas eran utilizadas en los ingenios azucareros para transportar la caña de azúcar desde el campo hasta las factorías azucareras. El hombre me contó que él nació en uno de esos ingenios y que cada uno de ellos tenía sus propias locomotoras y vagones, y que fue allí donde aprendió acerca de su mantenimiento. Precisamente en el lugar se dedicaban a intentar repararlas para instalarlas en un futuro museo. Me habló de la época de esplendor de los ingenios azucareros y de su lenta decadencia, de tiempos mejores y de esperanzas perdidas. Un lugar extraño este cementerio de gigantes de hierro. Un lugar que ya no existe. Tendré que preguntar dónde han ido a parar aquellas locomotoras.
Justo al lado estaba el elegante edificio de la Real Fábrica de Tabacos Partagás construido en 1845 y que hasta hace bien poco mantenía su actividad con más de 400 trabajadores. Entre ellos se encontraban las famosas “cigarreras”. Aquí liaban a mano la hoja de tabaco proveniente de las plantaciones de la provincia de Pinar del Río para convertirlas en algunos de los mejores habanos del mundo. Tras convertirse en una de las industrias más importantes de La Habana, en 1959 fue traspasada al sector estatal hasta hoy. Hoy día la fábrica Partagás también ha cerrado.
Volviendo al Paseo del Prado, aunque oficialmente se llama Paseo Martí, y justo enfrente del Parque Central encontramos un gran edificio de estilo neobarroco rematado con 4 pequeñas torres y profusa decoración. Es el antiguo Centro Gallego reconvertido en Gran Teatro de La Habana tras la Revolución y sede del Ballet Nacional de Cuba y de la Ópera Nacional. Su interior bien merece una visita y más si tenemos la suerte de poder disfrutar de alguna actuación. Un poco más adelante y en la misma acera se encuentra el Hotel Inglaterra con su gran café terraza abierta al Paseo desde donde observar el ritmo de la ciudad. Es una pena que las habitaciones del hotel estén tan descuidadas. Y que los precios no se correspondan con lo que ofrece ya que todo el lujo se queda en la fachada y en la recepción. Aunque eso sí, su ubicación es inmejorable.
El Paseo del Prado fue iniciado extramuros de la ciudad a finales del S. XVIII. Se prolonga desde la zona del Capitolio hasta el Castillo de San Salvador de la Punta en la entrada por mar a la bahía de La Habana. El paseo está flanqueado por viejas casas coloniales cuyas fachadas se sostienen sobre columnas porticadas que protegen del sol y de la lluvia al paseante. Su parte central se puede recorrer en un agradable paseo bajo la sombra de grandes árboles. En los laterales las famosas estatuas de los leones rugientes del Prado vigilan nuestros pasos entre escalinatas y viejas farolas de hierro forjado. Tomando la calle Colón hacia la derecha llegaremos al antiguo Palacio Presidencial y hoy Museo de la Revolución, otro de los lugares emblemáticos de La Habana.
Tanque ruso SAU-100 utilizado por Fidel Castro en bahía Cochinos ubicado frente al Museo de la Revolución. Abajo restos de un avión espía norteamericano derribado.
Abierto de martes a domingo merece una visita si realmente sentís mucha curiosidad acerca de cómo se desarrolló la revolución castrista en Cuba. Por supuesto es de pago y los extranjeros pagamos más que los cubanos. Las distintas salas están repletas de paneles, fotografías, mapas y gráficos acerca de cómo se produjeron los enfrentamientos con el ejército de Batista con un planteamiento museístico totalmente obsoleto. Está lleno de objetos del estilo “las alpargatas que utilizó fulanito para atravesar Sierra Maestra” o “la bala que acabó con menganito en el asalto al cuartel de Moncada”, y cosas así. Lo curioso es que el museo está instalado en lo que fue el Palacio Presidencial. Palacio que fue tomado al asalto por las tropas castristas en los últimos momentos de la lucha armada contra el gobierno de Batista a finales de 1958. En los patios todavía se pueden ver los agujeros dejados por las balas de los contendientes.
En un edificio anexo está guardado como oro en paño el Granma, el barco utilizado en 1956 por Castro y 80 de sus revolucionarios para llegar a Cuba desde México e iniciar la Revolución. También tanques, vehículos diversos y los restos de un avión espía norteamericano derribado gracias a los misiles cedidos por la URSS. Supongo que en cuanto caiga el régimen castrista, este museo será una de las primeras cosas en desaparecer así que no dejéis de visitarlo. No deja de ser un gigantesco panegírico a la revolución castrista y sus protagonistas el Ché, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos. Es una pena que una revolución que defendía planteamientos de justicia social en sus inicios se haya convertido con el paso de los años en un monstruo que se retroalimenta a sí mismo a base de demagogia y culto personalista. Sólo hay que ver los pelos de la barba del Ché expuestos como si fueran la reliquia más sagrada de una iglesia. O las decenas de fotografías donde Fidel Castro es la figura omnipresente.
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Las Fortalezas coloniales de La Habana
Después de este baño revolucionario salgo al exterior atravesando la Plaza del 13 de Marzo para llegar a la glorieta de los Mártires del 71. Aquí veremos otro gran edificio con mucha gente haciendo largas colas a sus puertas. Es la Embajada de España ubicada en el antiguo Palacio Velasco. Por aquí está la que fue la Real Cárcel de La Habana, un pequeño edificio donde Martí, el héroe de la independencia cubana, pasó encerrado algunos meses.
Mirando hacia el mar descubriremos la silueta de piedra blanca y gris del Castillo de San Salvador de la Punta construido para impedir el acceso de buque enemigos a la bahía habanera. Para ello se tendía entre esta fortaleza y la de El Morro una gran cadena que cerraba la bocana del puerto al anochecer. Exactamente un cañonazo a las 21 horas anunciaba el momento de echar la cadena. Hoy todavía se mantiene la ceremonia del «cañonazo de las nueve». El castillo merece una visita ya que alberga un interesante museo donde se exponen las colecciones de joyas y monedas recuperadas de los pecios españoles hundidos en aguas cubanas durante la época de la colonia.
Justo enfrente, al otro lado del canal de acceso al puerto, está el Castillo de los Tres Reyes del Morro con su inconfundible silueta remarcada por el faro que se eleva en su extremo. Se puede llegar hasta aquí en taxi atravesando el túnel de la Bahía. Este es uno de los lugares más visitados de La Habana porque desde sus terrazas se tienen unas vistas inmejorables del Malecón. El castillo se construyó tras el ataque a la ciudad de Francis Drake. Se terminó en 1610 bajo la dirección de uno de los ingenieros militares más destacados de la época, Battista Antonelli, a cuyo espíritu renacentista se debe la elegancia de esta pequeña ciudadela militar. Debe su nombre a que está levantado sobre un farallón rocoso llamado El Morro y por ello tiene una forma irregular con terrazas a distintos niveles. Está abierto desde las 9 de la mañana y hasta el atardecer para disfrutar de las puestas de sol sobre la ciudad. En su interior se puede visitar el faro y un pequeño museo. También hay un restaurante y a veces se organizan espectáculos folklóricos y musicales.
La siguiente fortaleza, la de San Carlos de la Cabaña, es de unas dimensiones realmente espectaculares. Con sus cañones cubría los casi 700 metros de este lateral de acceso al puerto de La Habana. Su colección de armas antiguas y sus largas hileras de cañones colocados en batería apuntando a la ciudad hacen de este lugar una visita obligada por su valor histórico y por sus vistas a la Habana Vieja. Además es aquí donde se celebra todos los días la ceremonia del «cañonazo de las nueve». En ella un grupo de soldados ataviados con uniformes coloniales del ejército español disparan un cañonazo al mar señalando el final del día. Se recuerda así el momento en que durante siglos se cerraban las puertas de las murallas de la ciudad y se elevaba la cadena que bloqueaba el puerto. En épocas más recientes el Ché Guevara se instaló aquí tras la Revolución y ahora alberga un pequeño museo dedicado a tan insigne revolucionario.
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La otra Habana: La Habana Nueva
Tras recorrer los puntos más señalados de la Habana Vieja existe la tentación de descubrir que hay más allá de las casas señoriales, los palacetes, iglesias, museos y castillos. Es la llamada Habana Nueva que comenzó a crecer en el S. XIX tras derribarse las murallas que rodeaban el viejo casco histórico. En su expansión ha ido conformando nuevos barrios que también tienen sus puntos de interés. Quizás el mejor lugar para iniciar este recorrido sea el Malecón, el famoso paseo marítimo de unos 6 km. que partiendo del castillo de San Salvador de la Punta rodea el barrio del Vedado. Es un recorrido para hacer a pié o en coche y la mejor hora es el atardecer cuando el bochornoso calor del día es aliviado por la brisa del mar mientras el sol se va poniendo en el horizonte. Como el resto de la ciudad, posee una belleza decadente con edificios apuntalados y a punto de venirse abajo. Algunos de ellos con sus magníficas columnas están siendo salvados in extremis aunque muchos otros parecen irrecuperables tras décadas de abandono.
El Malecón es el lugar de paseo preferido de los habaneros en las horas en las que el sol no achicharra, es decir al atardecer y a primeras horas de la noche. Hay lugares específicos donde se reúnen familias y grupos de amigos mientras que otros puntos parecen vacíos y es que cuando el mar está picado las olas saltan los parapetos y barren las aceras mojando a todo despistado que pase en ese momento. Para los turistas puede ser un lugar de tranquilo paseo o un lugar donde ser asaltado por vendedores de habanos, guías improvisados y jineteras, sobre todo por la noche.
Tras dejar atrás el monumento a Antonio Maceo llegamos a la cascada ubicada a los pies del emblemático Hotel Nacional. Sin duda es el hotel más elegante y prestigioso de La Habana. En sus 80 años de historia acumula multitud de secretos y anécdotas de los personajes famosos que se alojaron aquí. El edificio en sí y sus jardines merecen por sí solos una visita. Pero es que además es el mejor lugar para tomarse un mojito al atardecer con unas vistas espectaculares sobre la bahía, el Malecón y al fondo la fortaleza de El Morro.
Desde el Hotel Nacional podemos adentrarnos en el barrio del Vedado por La Rampa. Tras caminar tres cuadras se llega al Parque Coppelia donde se encuentra la famosa Heladería Coppelia escenario de algunas de las escenas de la película Fresa y Chocolate. Este es uno de los lugares preferidos de los habaneros los fines de semana que vienen a disfrutar de sus helados de sabores exóticos tras esperar largas colas. Los extranjeros acceden por una sección reservada para pagar en CUC y donde no hay largas esperas para hacerse con un helado que no son nada excepcional. Aquí el auténtico sabor se encuentra en la gente que pasea, charla o se sienta a nuestro lado.
Podemos regresar hacia el Malecón por la calle 19 donde nos topamos con el memorial a las víctimas de la explosión del Maine que inició la guerra hispano-norteamericana de 1898. Siguiendo hacia el oeste nos encontraremos con el llamado Monte de las Banderas que literalmente tapa la fachada del edificio de la Oficina de Intereses de Estados Unidos. A partir de aquí no hay mucho más que ver de interés hasta pasados los hoteles Meliá Cohiba y el Habana Riviera. El Torreón de la Chorrera en la desembocadura del río Almendrares señala el fin de este paseo al borde del mar.
Partiendo desde el Malecón os aconsejo un paseo por la Avenida Paseo. Os sorprenderá ver la cantidad de hermosos palacetes rodeados de jardines con vegetación tropical. Al final de la Avenida llegaremos a un lugar reseñable por su simbolismo para la Revolución castrista: la Plaza de la Revolución. Este es un enorme espacio público capaz de albergar hasta un millón de personas y que se construyó en época de Batista como monumento a José Martí. Este Memorial en forma de obelisco es una de las construcciones más altas de La Habana y se puede acceder a su mirador desde donde se aprecia una interesante panorámica de la capital cubana. Tras la Revolución el castrismo se apropió de la plaza situada frente al Memorial al héroe de la independencia cubana y le dio nuevo nombre. Aquí es donde los cubanos lloraron la muerte del Ché cuando aún se creía en los ideales revolucionarios, donde Fidel recitaba sus inacabables discursos en fechas señaladas. Donde tocaron los Rolling Stones, y donde todavía hoy se celebran los grandes fastos organizados por el Partido Comunista Cubano. Precisamente su sede se encuentra detrás del Memorial.
En la fachada del Ministerio del interior hay un enorme retrato del Ché con su famoso lema “Hasta la Victoria Siempre”. Al Ché se sumó en el 2009 la efigie de Camilo Cienfuegos en la fachada del cercano Ministerio de Comunicaciones con el lema “Vas bien Fidel”. Por la noche ambos rostros metálicos se iluminan dando a la Plaza de la Revolución un ambiente…revolucionario. Si tomamos la Avda. Carlos III, o Salvador Allende, llegaremos al Castillo del Príncipe que completaba en la época colonial las defensas de La Habana en caso de un asalto por tierra. Se utilizó como guarnición militar y como cárcel. Esa sigue siendo su uso porque es la sede de la Policía Nacional Revolucionaria y sus calabozos todavía reciben visitas. Por lo demás en el Vedado, sobre todo en las zonas colindantes a La Rampa y a la Calle L, se encuentran las sedes de compañías aéreas y turismo, ministerios y edificios administrativos, tiendas, cines y pequeños negocios además de algunos grandes hoteles.
Para terminar este recorrido por La Habana Nueva saltamos desde el Vedado al barrio de Miramar que comienza cuando termina el Malecón siguiendo por la 5ª Avda. Este es el barrio diplomático y residencial por excelencia donde desarrollan su vida la mayoría de extranjeros afincados en La Habana. Además de algunos hoteles está plagado de embajadas. Entre ellas hay que destacar el mamotreto de la embajada rusa con su torreón que se eleva cual torre de control aeroportuaria entre las copas de los árboles y los edificios colindantes. Unos pocos Km. más adelante la 5ª Avda. nos lleva hasta la Marina Hemingway, el mayor puerto deportivo de toda la isla construido al estilo de cualquier puerto deportivo del resto del mundo. Aquí se concentran los restaurantes más caros, los apartamentos más lujosos, la discoteca más selecta y los afortunados hijos de las élites del estado cubano.
Nada que ver con la belleza decadente y mágica de La Habana Vieja que captura el alma y los sentidos con su paisaje humano vital, curioso y charlatán. Desde luego nada que ver con el colorido de sus viejas casas centenarias. Ni con el deteriorado empedrado de sus calles donde los viejos cañones se clavan boca abajo para impedir el paso de vehículos. Ni parecido con el ambiente bullanguero donde la música se hace omnipresente con ritmos de rumbas, congas, guajiras, habaneras y viejos sones que brotan desde patios, plazas, terrazas y ventanas mientras se pasea por las calles. Hay quien dice que La Habana es como la síntesis de toda Cuba, pero eso es algo que queda para comprobar en futuros viajes.
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