Los glaciares se derriten.
Esta es la crónica de una rápida agonía, de una muerte anunciada. Este es el testimonio visual de la inminente desaparición de algunos de los paisajes naturales más sobrecogedores de nuestro planeta. Los glaciares se están derritiendo ante nuestros ojos a un ritmo inimaginable hace algunas décadas.
Hace unos veinte años accedí desde Chamonix, Francia, al glaciar llamado La Mer de Glace (Mar de Hielo) que desciende por una de las laderas del Mont Blanc. Los 11 km. de glaciar cubrían el valle formado por la cadena de los Grands Montets con el omnipresente Les Drus de 3754 m. y Les Grandes Jorasses al fondo.
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Los bloques de hielo azulado, los más antiguos, sobresalían ondulando la superficie del glaciar. De vez en cuando se oía entre el silencio el chasquido y el crujir del hielo al avanzar. El Mar de Hielo, un mar congelado gigantesco, hacía justicia a su nombre. Este mes de febrero he regresado para volver a quedarme boquiabierto ante aquel paisaje que recordaba inmenso y casi inabarcable. Pero aquella imagen que guardaba en mi memoria había desaparecido. El mar de hielo que recordaba poderoso y magnífico había empequeñecido, se había convertido en un gran río helado.
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Aquí tengo que recordar que el entorno del Mont Blanc es uno de los lugares más visitados del planeta. La presencia humana se hace palpable desde el momento en que accedemos por autopista desde Annecy o Ginebra. Unos kilómetros antes de llegar a Chamonix hay una gigantesca factoría de carbón. La misma Chamonix se ha convertido en una ciudad media y la gente aquí me comentó que el agua está contaminada. En el año 2002 la asociación Pro-Mont Blanc editó Le versant noir du Mont Blanc (La ladera negra del Mont Blanc), donde detallan toda la problemática que está sufriendo este entorno natural.
Incluso la misma montaña del Mont Blanc sufre la presión turística con un promedio de 30.000 personas accediendo anualmente a su cumbre. Y se espera que esta cifra vaya en aumento. Sólo un dato más. En una campaña de limpieza realizada en el 2003 se retiraron varias toneladas de basura abandonada por los visitantes y excursionistas en el entorno del Dôme du Goûtier.
Volviendo a los glaciares ¿qué ha pasado en estas tres últimas décadas? ¿Cómo es posible que un proceso (formación y deshielo) que de forma natural toma milenios se esté produciendo en unos años? Desde su origen la superficie terrestre ha cambiado de forma constante, a un ritmo tan lento que las especies vivas tenían tiempo de adaptarse al nuevo entorno o buscar otros mejores. Los grandes cambios en la superficie terrestre estaban forjados por procesos inapreciables por su lentitud a escala humana a excepción de los fenómenos volcánicos y sísmicos…hasta ahora.
Ahora el ser humano como especie está cambiando todos estos procesos naturales a un ritmo que ya se puede medir a escala humana. El cambio climático está ahí, ante nuestros ojos. Y quien no quiera verlo es que está ciego y ya se sabe: no hay peor ciego que el que no quiere ver.
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Érase una vez un glaciar
El Mont Blanc es la mayor elevación de los Alpes con sus 4810 m. de altura. Y su cumbre, cubierta de nieve desde tiempos inmemoriales, es visible en días despejados desde más de 100 km de distancia. Curiosamente la cumbre del Mont Blanc está repartida por un controvertido tratado de 1860 entre Francia e Italia. Y digo controvertido porque en los mapas franceses la cumbre aparece en el lado francés. Y como no, en los mapas italianos toda la cumbre aparece en el lado italiano.
Sea como sea, por la vertiente francesa del Mont Blanc descienden algunos de los más grandes glaciares de Europa como el de Bossons. Este glaciar se alimenta directamente de la cumbre helada del Mont Blanc y hasta hace algunas décadas su lengua llegaba directamente al valle de Chamonix tras un vertiginoso descenso de 3.400 metros. Abajo os muestro esta panorámica de vértigo que hice del Glaciar de Bossons cayendo a pico a la izquierda desde el Mont Blanc. El edificio de la derecha es el mirador del Aiguille du Midi ubicado a 3842 m. de altura. Casi 3 kilómetros más abajo está el valle de Chamonix. Desgraciadamente en el último medio siglo la lengua del glaciar de Bossons ha retrocedido casi 500 metros.
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Otro de esos magníficos glaciares es La Mer de Glace. Y es el protagonista de este artículo por ser uno de los espacios naturales más visitados del mundo. A día de hoy sus cifras todavía impresionan pues alcanza los 11 km. de longitud con espesores de hielo de más de 200 metros. Pero según los últimos cálculos que recogí de responsables de la Oficina de Turismo de Chamonix, La Mer de Glace habrá desaparecido en su mayor parte hacia el 2050.
Tanto los expertos de la Universidad de Saboya como los especialistas en Chamonix lo dan ya casi por perdido. Resignados, creen que el proceso actual de deshielo es irreversible a corto y medio plazo y me dijeron que tomara muchas fotografías ya que en unas décadas sólo quedarán restos testimoniales de esta maravilla. Y es que los últimos estudios confirman la pérdida de un 25% del área de los glaciares de los Alpes en sólo 40 años.
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Verlo para creerlo
Desde la ciudad de Chamonix, una de las estaciones invernales más conocidas de Francia, parte el Train du Montenvers. Veréis paneles indicadores en los accesos a la ciudad. Y para hacerlo más fácil hay un estacionamiento gratuito ubicado frente a la estación Chemin de Fer de Montenvers. Esta es identificable por una antigua máquina de tren que NO hay que confundir con la estación de tren de Chamonix-Mont Blanc, en la imagen de más abajo. El Train du Montenvers es un pequeño tren de cremallera de característico color rojo cuyas primeras líneas se inauguraron en 1909 con un claro objetivo turístico.
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Por aquel entonces la lengua del glaciar estaba cercana a la Gare de Montenvers ubicada a 1913 m. de altitud. Al lado ya se había construido en 1880 un hotel-restaurante, L’hôtel du Montenvers, que todavía está en funcionamiento. Observad dónde llegaba el hielo del glaciar por aquella época y compararla con la actual.
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El coste del trayecto de ida y vuelta a Montenvers incluido el acceso al teleférico que te deja en la escalinata de bajada al glaciar no es barato. Pero vale la pena. El viaje comienza ascendiendo por una de las laderas cubiertas de pinos y abetos que rodea Chamonix. Tras unas minutos el valle aparece en toda su extensión primero por el lado izquierdo del tren y luego por el derecho. El paisaje es magnífico y Chamonix parece el escenario de un cuento cubierto por un suave manto de nieve.
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Tras unos 20 minutos salpicados de túneles y viaductos que salvan los 871 m. de ascenso aparece el valle glaciar de La Mer de Glace. En ese momento todo el tren se llena de comentarios y gestos de contenida admiración.
Cuando por fin se abren las puertas del tren todo el mundo sale disparado al mirador de la estación. Y es que las vistas desde aquí son de las que no se olvidan jamás. Ahí enfrente están algunos de los picos más renombrados de Chamonix. Entre todos sobresale la aguja piramidal de roca granítica desnuda de Les Drus de 3754 m. que está justo enfrente. A la derecha los picos de Les Grandes Jorasses se elevan hasta los 4205 m.
Todo este marco rocoso, nevado y de afilados perfiles dentados sirve de escenario para el glaciar congelado que se encuentra allí abajo, muy lejos de donde yo lo recordaba. Desde la plataforma de observación hay dos opciones para llegar a la gruta de hielo excavada en el glaciar. Debido a la amenaza de avalanchas durante el día de mi visita, el camino que desciende hacia el glaciar estaba cerrado.
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En verano esta caminata lleva una media hora a paso tranquilo. Durante el periodo estival se abren otros caminos que permiten llegar a pie hasta el Plan del Aiguille du Midi y a otros picos cercanos. Junto al acceso al camino se encuentra la entrada a la exposición de cristales de roca y minerales hallados en el entorno del Mont Blanc, aunque he de decir que no me resulto de gran interés.
La otra opción para llegar hasta la gruta de hielo pasa por tomar el telecabina cuyo precio está incluido en el billete de tren. Sus pequeñas cabinas de intenso color rojo ascienden y descienden por el flanco montañoso hasta el punto de partida de unas escalinatas ancladas en la pared de roca. Desde aquí nos esperan 363 escalones que al regreso tendremos que subir.
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Las vistas del descenso tanto desde el telecabina como por las escaleras son una maravilla. Es el momento de tomárselo con calma y disfrutar del entorno que nos rodea: las cataratas de hielo, los afilados picos graníticos y sobre todo, la sobrecogedora inmensidad de este espacio natural único.
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Pero entre tanta belleza veo correr los torrentes de agua de deshielo. Torrentes que en pleno invierno corren por las paredes de piedra penetrando en el hielo del glaciar contribuyendo a su deshielo. Hace algunos años y en pleno febrero esto era impensable. De pronto en un lateral de la escalinata y clavado en la roca aparece un pequeño cartel: Nivel del Glaciar en 1985…»No puede ser» es lo primero que se me pasa por la cabeza. Sólo estoy al principio del descenso y el glaciar está tan abajo que me cuesta creer que hace poco más de 30 años años llegaba a esta altura.
Miro a la pared montañosa del otro lado del valle. Allí se distingue perfectamente la línea demarcada por la roca más oscura y la más clara, la que antes estaba cubierta por el hielo.
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Un poco más abajo otro cartel señala el nivel del glaciar en 1990. Hasta aquí llegaba en el momento de mi primera visita. Increíble…Me cuesta asimilar que yo vi el glaciar a esta altura.
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Miro a lo lejos y alcanzo a distinguir algunos esquiadores que descienden muy despacio por la lengua del glaciar. Llegan gasta aquí tras tomar el teleférico al Plan del Aiguille du Midi en un descenso llamado de «La Vallée Blanche«.
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Si os animáis no se os ocurra hacerlo por vuestra cuenta y contratad un guía profesional en Chamonix. La caída en una grieta del glaciar os puede costar la vida. Muchos de estos esquiadores llegan hasta la base de la escalinata situada en la gruta de hielo y regresan tomando el tren de cremallera. En la escalinata hay bastante gente. Estamos en pleno periodo vacacional invernal en Francia y tras una semana de intensas nevadas luce un sol espléndido. Las estaciones de esquí alpinas están llenas, pero aún así no se nota la masificación. Aquí hay espacio de sobra para todos.
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Tras atravesar un pequeño puente metálico llego a la entrada de la gruta de hielo. Un atractivo turístico que exige ser excavado y tallado cada año debido al avance natural del glaciar de un 70 metros por año. Se calcula que el grosor de la capa de hielo aquí es de unos 90 metros, el equivalente a la altura de un edificio de 25 plantas. La verdad es que no se entra todos los días en un túnel de hielo azulado congelado hace miles de años.
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Sin pensarlo me acerco a la pared, toco la superficie fría y dura de hielo pulido y me aproximo hasta distinguir las burbujas de aire antiguo atrapadas en el hielo desde no se sabe cuándo. Quién sabe qué viejos restos oculta el glaciar, vestigios de otras épocas atrapados en el hielo.
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A lo largo de la gruta aparecen esculpidas algunas estancias de una casa con su mobiliario esculpido en el mismo hielo. Me parece una turistada complementada con una iluminación que encuentro demasiado colorida. Al fondo de la galería se encuentran algunas fotografías antiguas del glaciar y poco más. El espectáculo es la gruta en sí misma y saber que estoy en el interior de un glaciar.
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A la salida el hielo azulado contrata con el gris rocoso de las montañas y el blanco de la nieve. Es uno de esos paisajes que uno no se cansa de admirar.
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Llega el momento de subir las escaleras mientras empieza a caer la tarde y las sombras avanzan por el valle alpino. Los esquiadores que bajaron el glaciar ahora suben resoplando cargando con todo su equipo por las escaleras suspendidas en el vacío. Mientras subo los 363 escalones reflexiono sobre si la gente que me rodea es consciente del desastre ecológico que se está produciendo delante de sus ojos. Me pregunto si saben que están viendo en directo la agonía de un glaciar.
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Tras tomar el telecabina me detengo a comer algo en el mirador de la estación. Estas vistas son magníficas, todavía. Son las de un paisaje único que ya no existirá si decido regresar algún día. La verdad, después de verlo así ya no me apetece volver. Prefiero conservar en mi memoria la imagen de este mar de hielo menguante pero todavía admirable, hermoso y congelado en su veloz decadencia.
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A lo lejos veo flotar sobre los picos de Les Drus algunos parapentes. Qué magnífica visión tienen que disfrutar desde allí arriba, sobrevolando las cumbres de los Alpes y observando los valles glaciares dominados por el Mont Blanc.
Si queréis disfrutar de toda esta efímera belleza tendréis que daros prisa. Cada año que pasa es una oportunidad perdida. Mientras regreso en el tren hacia el valle de Chamonix me pregunto si hay marcha atrás. Supongo que sí, cuando consigamos deshacernos de la dependencia de los combustibles fósiles. O cuando el calentamiento global se convierta, por fin, en el primer problema global a tener en cuenta por todos los gobiernos y los habitantes de este planeta. Aunque sinceramente, no sé si estaré ya aquí para verlo y contarlo.
¿Y vosotros? ¿Conocéis otros entornos naturales donde sean tan evidentes las consecuencias del calentamiento global? ¿Os animáis a contarlo? Quizás entre todos podamos ir abriendo los ojos a aquellos que no quieren o no saben ver.
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Informaciones prácticas:
– Chamonix se encuentra a poco más de una hora de viaje desde Ginebra en Suiza, o desde Annecy, la hermosa capital de Saboya. Desde Ginebra hay excursiones organizadas de un día a Chamonix y al Aiguille du Midi
– Desde Chamonix se organizan todo tipo de actividades en el entorno del Mont Blanc: alpinismo, esquí, senderismo, parapente, viajes en helicóptero y todo tipo de actividades de aventura relacionadas con la montaña. No es una ciudad barata y las actividades organizadas, tampoco.
– La estación del Train du Montenvers está perfectamente señalizada. Es una pequeña estación con 3 taquillas de venta y el rótulo «Mer de Glace» escrito en la fachada.
– Las salidas hacia Montenvers donde se encuentra La Mer de Glace se realizan cada 30 minutos o cada hora dependiendo de la afluencia de visitantes.
– Recuerda que un buen Seguro de Viajes te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje inteligente para viajeros inteligentes.
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– Os aconsejo llevar comida y bebida, aunque en la estación de Montenvers hay un bar con servicios públicos además del restaurante del Hotel du Montenvers con unos precios que te dejarán como el glaciar…helado.
– Llevar ropa de abrigo, gafas de sol y calzado cómodo y resistente.
– La excursión completa puede llevar tranquilamente unas 3 horas desde que se toma el tren en Chamonix hasta que se regresa.
– A tu regreso no olvides recorrer el centro de Chamonix y tomar un vino caliente con canela en alguna terraza con vistas al Mont Blanc. Reconfortante cuando el tiempo acompaña.
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