Descubriendo los 900 moáis de Rapa Nui.

En Rapa Nui se han encontrado casi 900 moáis. En la primera parte de este viaje te he enseñado algunos de los más cercanos a Hanga Roa. En esta segunda parte te llevaré hasta los más impresionantes de la isla. Los 300 que se encuentran en la cantera de Rano Raraku y los del Ahu Tongariki. Sólo por ver estos dos lugares merece la pena viajar hasta aquí.

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Hacia la cantera de Rano Raraku

Hoy todavía se especula por qué se abandonaron estas moles de varias toneladas. Muchas de ellas cuando apenas quedaban unos centenares de metros para ser izadas en sus ahu. Tanto esfuerzo inútil no deja de sorprenderme y azuzar mi curiosidad. Regreso hacia la carretera que bordea el aeropuerto de Mataveri y pasados unos kilómetros encuentro una desviación que señala mi próximo objetivo: Rano Raraku, la cantera de donde salieron casi todos los moáis de Rapa Nui.

A medida que avanzo entre bosquecillos de eucaliptos y verdes praderas donde pastan vacas y caballos el azul del mar se hace omnipresente. Cada vez voy más despacio para evitar destrozar las ruedas y la amortiguación del 4×4 esquivando los baches, numerosos, profundos y enoooormes de la carretera. De todas formas la velocidad en la isla está limitada y correr aquí es absurdo. Tras cualquier recodo puede saltar un caballo salvaje o algún aventurado ciclista-turista despistado. Y ambas «especies» abundan en la isla.

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Paisaje típico del interior de Rapa Nui: suaves colinas onduladas cubiertas de hierba donde aparecen puntualmente algunos árboles, sobre todo eucaliptos de reforestación

No me quiero perder ningún yacimiento arqueológico o un moái solitario, caído y abandonado en medio de la nada. Tampoco esos bellos paisajes que surgen inesperadamente tras un cercado o una curva. Así que por el camino voy parando para descubrir los moais derribados del Ahu Hangate´e, o los del Ahu Ura Uranga Temahina y Ahu Akahanga situados al borde del mar. Un poco más adelante aparece un moái derribado boca abajo, abandonado quién sabe por qué tras kilómetros de ser arrastrado por la isla. Ahora comprendo por qué se dice que Rapa Nui es un museo al aire libre.

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Casi no hay nadie por esta carretera donde predominan los paisajes de suaves laderas cubiertas de hierba. Con cada kilómetro toma forma una placentera sensación de soledad y aislamiento. Perdido en mis pensamientos diviso a lo lejos una colina intensamente verde en la que apenas si se distinguen unas figuras oscuras. Es la señal de que he llegado a la cantera de Rano Raraku.

rapa-nui-rano-raraku-1Aquí aparecen diseminados por la ladera y abandonados a su suerte los últimos moais labrados en Rapa Nui. En Rano Raraku se han encontrado casi 400

 Tras aparcar y pasar el control de la entrada tomo el camino que asciende hacia la derecha. Dos moáis enormes aparecen tumbados en medio de la nada. Y un poco más adelante tras pasar un pequeño promontorio abro los ojos como platos…¡¡¡Guaauuu!!! ¡Ahí están los moáis que aparecen en todas las guías, reportajes, vídeos, postales y fotos de la isla de Pascua! Realmente la escena es impactante: ante mi hay un enorme moai de varios metros de alto.

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Las mandíbulas angulosas, los labios fruncidos y las grandes orejas en una cabeza muy alargada son los rasgos distintivos de los últimos moái tallados en Rano Raraku

Está clavado en la tierra en una pequeña hondonada mirando hacia la nada con sus cuencas vacías. Porque los ojos tallados en coral se ponían solamente una vez colocados en sus respectivos ahu. Al fondo aparecen más, algunos inclinados, otros casi caídos. Son majestuosos con sus rasgos severos, sus labios fruncidos, sus mandíbulas marcadas y su mirada indiferente. Todos los que estamos en la cantera nos quedamos petrificados con la boca abierta, admirados por la sencillez, la elegancia y el tamaño de estas estatuas realmente únicas.

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A partir de aquí entro en un mundo olvidado, en una especie de cápsula del tiempo en lo que parece ser un campo de ídolos petrificados y anclados en la tierra para siempre. Mi admiración por el inmenso trabajo creativo de los antiguos habitantes de Rapa Nui crece cuando pienso que no conocían el metal. Que cortaban, labraban y pulían los moáis con piezas de duro basalto y silex, piedra contra piedra, golpeando, raspando y arañando a mano estas moles pétreas de hasta 20 toneladas de peso. La toba lapilli en la que están esculpidos los moáis es en realidad ceniza volcánica solidificada. Y cubre casi toda la ladera del volcán.

La mayor parte de los 900 moai de la isla provienen de esta cantera ubicada en las laderas de este viejo volcán. Entre los siglos X y XVII el trabajo continuado de generaciones de canteros y artistas originó el paisaje que tengo ante mis ojos. Nada más y nada menos que casi 400 moái se encuentran a la vista o semi enterrados en estas laderas. Moáis que han sufrido el abandono y el olvido, los corrimientos de tierras, los movimientos sísmicos y las agresiones de visitantes poco concienciados con este maravilloso patrimonio cultural y artístico, único en el Mundo.

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De la mayoría de los moái apenas si podemos ver la cabeza. Pero hay que tener en cuenta que bajo tierra se encuentra enterrado el resto del cuerpo de varios metros de largo

El mejor momento para visitar el Rano Raraku es bien temprano, o al atardecer cuando los rayos del sol inciden casi horizontalmente sobre los moáis y las laderas del volcán. Aquí descubrirás que hay varios tipos de moáis. Los más abundantes son aquellos de los que sólo sobresale la cabeza. Te sorprenderá saber que el resto del cuerpo, mucho más grande, permanece enterrado. También hay moáis con nombre propio, como el Piro Piro. Lo reconoceréis por su gran nariz puntiaguda. Casi no tiene hombros y se mantiene en posición vertical mirando hacia el infinito.

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El moái Ko Kona He Roa es uno de los más raros ya que en su pecho tiene grabada la silueta de un barco de 3 mástiles. Se cree que fue uno de los últimos en ser tallados ya que los primeros europeos no llegaron a la isla hasta el S. XVIII.

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Quizás el más reconocible de todos por su prominente mandíbula sea el moái Hinariru, conocido como el del cuello torcido por su posición inclinada. Es el que sale en todos los reportajes, carteles y libros de fotografía representando a la Isla de Pascua.

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En torno a estos grandes moáis de hasta 10 m. de altura y varias toneladas de peso todavía quedan muchas preguntas sin resolver. El más recurrente es el método de transporte utilizado por los habitantes de Rapa Nui para mover por la isla estos grandes bloques de toba volcánica. ¿Eran arrastrados sobre troncos contribuyendo a la deforestación de la isla? ¿Se transportaban de pie o tumbados? Hoy la teoría más aceptada es la afirma que se trasportaban de pie, haciéndolos «caminar» con el balanceo combinado de varios equipos de personas que tiraban de unas cuerdas atadas a sus frentes.

Pero quedan muchas otras incógnitas sin aclarar ¿Por qué se dejaron abandonados, algunos de ellos intactos, por el camino? ¿Quiénes de entre los isleños contribuían a esta enorme labor colectiva? Su valor simbólico asociado a grandes personajes antepasados de los diferentes clanes parece bastante claro. Esa fue la razón de que fueran derribados cuando los clanes comenzaron a enfrentarse entre sí.

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Sigo el paseo por la cantera por los caminos marcados. Está estrictamente prohibido tocar los moái o salirse de las veredas. Así lo recuerdan carteles, folletos y los vigilantes que no dejan de recorrer la zona detrás de cualquier turista sospechoso de saltarse la norma. ¡Qué cantidad asombrosa de moáis que hay desparramados por laderas abandonados a su suerte! De muchos apenas si asoma algo entre la hierba. Otros están inclinados en ángulos imposibles y algunos aparecen en las canteras todavía unidas a su lecho de roca, apenas tallados. Así sucede con el más grande de todos los moái hallados hasta ahora, con más de 20 metros y un peso estimado de 180 toneladas que aparece casi por sorpresa al final de un trecho en ascenso.

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En un recodo del camino que transcurre por la cantera aparece un curioso moái sentado. Es conocido como el moái Tuku Turi y es el único que se conoce que está arrodillado. Las piernas son visibles y su figura es más humana que el resto de los moáis de la isla. Desde aquí dirige tu mirada hacia los grandes acantilados con tonalidades verdosas del fondo. Verás a sus pies una larga hilera de grandes moáis sobre un gran ahu. Es el Ahu Tongariki, el más grande e impresionante de la isla. La vista desde aquí es magnífica y expresa con toda crudeza la aspereza, la desolación y el aislamiento de la isla de Pascua.

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Comienza a llover y las primeras gotas terminan convirtiéndose en un diluvio. De regreso hacia la entrada, a la derecha, queda un camino embarrado que asciende los 160 m. que llevan a la pequeña laguna del cráter de 700 m. de diámetro. Allí, en mejores circunstancias uno puede refrescarse del calor. Pero hoy no es el día. Dejo atrás el Rano Raraku con la retina y la memoria de la cámara repletas de imágenes inolvidables. Entre la lluvia asoman unos tímidos rayos del sol que juegan con las tonalidades verdes y negras de la cantera abandonada donde yacen para siempre los moáis inacabados de la isla de Pascua.

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El Ahu Tongariki

A unos 2 kilómetros de la cantera de Rano Raraku se encuentra el gran Ahu de Tongariki. Sus 15 grandes moai también fueron derribados en los momentos más convulsos de las luchas entre los distintos clanes de la isla. Por si fuera poco en 1960 un devastador maremoto arrastró y dispersó los restos de los ídolos caídos por una extensa zona.

A principios de los noventa una empresa japonesa se ofreció a levantar y restituir de nuevo a su lugar original los moái restaurando el sitio arqueológico con la mayor exactitud posible. Así se iniciaron los trabajos de lo que se convirtió en el proyecto arqueológico más importante de todo el Pacífico Sur. El trabajo de inventariar y clasificar los restos fue inmenso: había miles de piedras, rocas y grandes piezas de moái de hasta 80 toneladas dispersas por centenares de metros a la redonda.

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Entrar en el recinto del Ahu Tongariki es llegar a un lugar mágico y atemporal. No hay palabras para expresar lo que se siente al pasear bajo estas moles de piedra: admiración, sorpresa, misterio, magnificencia…

Lo que tengo ante mi es el monumento histórico más grande de todo el Pacífico Sur. Nada más acceder por el torniquete rotatorio al yacimiento aparece el llamado moái viajero. Desde aquí la vista del conjunto es magnífica. El ahu se integra perfectamente en el paisaje rocoso y acantilado de la costa formando un decorado grandioso, perfecto. La hilera perfectamente alineada de los 15 enormes moái se convierte en un imán que atrae todas las miradas.

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Un paseo por la zona me permite descubrir unos pequeños moái más antiguos en la parte trasera del ahu. Se encontraron cuando se inició la reconstrucción arqueológica del lugar, además de algunos petroglifos. Ahora imaginad todo esto con un viento fresco cargado de sal y el ruido de las olas rompiendo contra las rocas como música de fondo. Camino entre los grandes pukao rojizos de varias toneladas alineados en el suelo. Y me los imagino colocados en lo alto de esas moles de piedra. No cabe sino sentir admiración por los antiguos habitantes de Rapa Nui que levantaron todo esto solamente con las fuerza de su brazos y de su ingenio.

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Bajo las palmeras en la playa de Anakena

Desde Ahu Tongariki sigo por la carretera dirección norte hacia la playa de Anakena. Por el camino paso los yacimientos de petroglifos de Papa Vaka, muy deteriorados por el paso del tiempo, los animales y el paso de los turistas. Hace poco que por fin se han instalado una serie de vallas protectoras que delimitan la zona. Pero apenas si se pueden apreciar ya los trazos de los antiguos relieves. Lo mismo sucede con el Ahu Te Pito Kura, donde un solitario moái, se dice que el último, yace partido en dos sobre la hierba.

Pascua sólo tiene dos playas de arena blanca: la pequeña de Ovahé y Anakena. En esta última seencuentra además uno de los ahu más importantes de la isla. Esta playa es como un oasis polinesio. Una plantación de palmeras contribuye a crear esa idílica sensación. Además de una hermosa bahía que enmarca un arenal blanco y limpio del que sobresalen aquí y allá oscuras rocas de origen volcánico.

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El Ahu Nau Nau surge de entre la arena blanca y es de los pocos de la isla que está casi totalmente reconstruido. Además se cree que su importancia viene del hecho, según dice la leyenda, de que fue aquí donde llegaron los primeros polinesios. Se calcula que esto sucedió hacia el siglo VI d.C. tras un largo periplo oceánico con el rey Hotu Matu´a a la cabeza. El caso es que no deja de ser sorprendente el hecho de encontrarse un grupo de moáis en plena playa y rodeado de palmeras. Por lo tanto estos moáis ubicados dando la espalda al mar serían los primeros levantados en la isla.

La temperatura ambiente no está como para darse un baño en las aguas azules y limpias que suavemente mueren en la arena. Pero es un buen momento para acercarme a alguno de los chiringuitos playeros que  ofrecen pescado del día a la sombra de las palmeras. Anakena en verano se llena de gente que viene a bañarse, a tomar el almuerzo o a pasar el día tumbados al sol. Hoy somos pocos los visitantes de este rincón un tanto extraño en comparación al resto de la isla. De lo que no me cabe ninguna duda es que Anakena es otra de las visitas obligadas en la isla de Pascua.

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Ahu Akivi: los únicos moais que miran al mar

Inicio el regreso a Hanga Roa por la carretera interior de la isla. En el camino la monotonía del paisaje de verdes y ocres de las colinas de escasa altura se ve rota por un frondoso bosque de viejos eucaliptos plantados hace décadas. Cuando ya queda poco para llegar a Hanga Roa veo a la derecha la desviación que lleva hacia el yacimiento del Ahu Akivi. La carretera asfaltada da paso a un camino de tierra en bastante buen estado bordeado de flores y rodeado de tierras agrícolas, praderas cercadas con ganado y alguna que otra casa. En su sencillez el paisaje que recorro es hermoso. Pocos kilómetros más adelante aparecen alineados los moáis del Ahu Akivi.

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rapa-nui-ahu-akivi-2Al contrario de lo que sucede en el resto de la isla de Pascua, en el Ahu Akivi los moáis están orientados mirando al mar

Lo más reseñable de este ahu es que es de los pocos que se encuentran tierra adentro. Y además es el único en el que los moáis están orientados mirando hacia el mar. El enigma sobre la orientación de su 7 moái todavía está por descifrar aunque se ha estudiado su relación con la posición solar durante los equinoccios. El resto es una incógnita. Desde aquí parten algunas excursiones a caballo o a pié hacia el interior del Terevaka, la mayor elevación de la isla. Tanto el interior de esta parte de la isla como toda su parte costera no son accesibles en vehículos a motor. Si estáis interesados las agencias de turismo de Hanga Roa organizan excursiones con guía que os llevarán hasta los sitios más interesantes.

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Algunas cosas más sobre Rapa Nui

Regreso a Hanga Roa tomando un camino de cabras donde el 4×4 demuestra para qué tiene reductora. Del Ahu Akivi sigo hacia la costa para girar hacia la izquierda bordeando un mar en constante lucha contra rocas y acantilados de un intenso color negro propio del basalto. Lentamente me acerco al área donde se encuentra el Ahu Tahai aunque poco antes me detengo a ver un par de moáis solitarios enclavados junto al mar. Cada vez hay más casas, todas de una planta y rodeadas de vegetación. Muy cerca del Ahu Tahai se encuentra el acceso al Museo Antropológico Sebastián Englert. Ahí se guardan algunos de los tesoros culturales descubiertos en las excavaciones realizadas durante las últimas décadas en la isla.

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Visitarlo o no es cuestión del interés que cada uno tenga en la historia y cultura de Rapa Nui. Este un pequeño museo que no puede exponer todos sus fondos de varios miles de objetos por falta de espacio. Así que hay que conformarse con los diagramas, cuadros explicativos y con los pocos objetos expuestos. Todo aquí nos habla de una cultura que además de sus habilidades escultóricas y riqueza ritual, poseía una escritura propia realizada en tablillas de madera llamadas rongo-rongo que no ha podido ser traducida. La visita a este pequeño edificio apenas lleva una hora y además tiene una pequeña librería donde los que deseen saber más podrán saciar su curiosidad comprando algún libro.

Si disponéis de más días podéis aprovechar para hacer una excursión en barco a los islotes Motu. Así podréis observar de cerca el magnífico paisaje costero e imaginarnos el auténtico martirio que debía suponer para los participantes del ritual del hombre-pájaro llegar hasta aquí y regresar a Orongo.

Podéis caminar por los senderos que bordean la isla en busca de las cuevas donde se ocultaban los antiguos habitantes de los ataques esclavistas. Si os gusta el surf aquí hay muchos lugares en la costa para buscar buenas olas. También podéis practicar el submarinismo. Los fondos marinos de Isla de Pascua están cubiertos de corales que mantienen especies endémicas de la fauna subacuática. Aquí las aguas frías del Pacífico se mezclan con las tropicales creando un entorno propicio para los corales. Pero debido al gran aislamiento de la isla la variedad de peces no es muy elevada. Las inmersiones se complementan con visitas cuevas y tubos de lava submarinas.

Dejo la isla de Pascua, Rapa Nui o Te Pito o Te Henua con una mezcla agridulce de sentimientos encontrados. Por un lado este es un lugar mágico y especial que hay que conservar. Es un lugar único en el Mundo. Por otro, no sé si las autoridades podrán evitar el aumento de la presión demográfica así como la llegada masiva de turistas. Con todos los problemas que esto conlleva. Da la sensación de que se están viviendo unos momentos clave para el futuro de la isla y sus habitantes. La pérdida de la identidad propia, la apertura de grandes hoteles y el deterioro del entorno natural de la isla son problemas que los pascuenses de hoy están dispuestos a afrontar. Eso sin olvidar la conservación del gran legado cultural y artístico de sus antepasados.

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Hay personas que ven en la historia de Rapa Nui un caso a muy pequeña escala de lo que está pasando en nuestro planeta: pelea por los cada vez más escasos recursos naturales, degradación brutal de la Naturaleza, superpoblación… Y a medio plazo decadencia como sociedad y desaparición. Quizás el caso no sea extrapolable. Pero mirar hacia atrás y aprender de los errores de nuestros antepasados nunca está de más.

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Os deseo buen viaje al ombligo del mundo. Y que vuestro paso por aquí deje la menor huella posible para no desvirtuar la magia de este lugar único.

Rapa Nui es un testimonio único de una civilización…que se ha vuelto vulnerable. UNESCO 1995

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