Sogndalstrand, una parada imprescindible en la costa sur de Noruega.

Hay lugares en el mundo donde nos aguardan pequeñas o grandes sorpresas, lecciones de vida y, lo más importante, personas que son capaces de arriesgarlo todo por hacer realidad sus sueños.

Son estas personas las que dan valor a un lugar, personas que son capaces de trasformar su realidad con una energía contagiosa y un empuje dignos de admiración. Personas que nos ayudan a comprender que realmente somos dueños de nuestro destino si lo queremos de verdad. Una vez más volví a encontrarme personas así en un rincón perdido al sur de la región de Stavanger al sur de Noruega. Y este lugar enclavado en un pequeño fiordo de casitas de madera casi de cuento se llama Sogndalstrand. No sabía absolutamente nada de este pueblo hasta que Turismo de Noruega en España me puso en contacto con la Oficina de Turismo de Region Stavanger. Allí me hablaron de un pequeño pueblo con coloridas casas de madera a orillas de un fiordo. Entonces, tras acordar un programa de colaboración, me propuse viajar hasta allí para conocer ese pequeño rincón de la costa sur de Noruega.

Sogndalstrand… Vaya nombre. Sólo aprender cómo se pronunciaba me costó unos cuantos intentos. Sin embargo en una guía de la región este pueblecito aparecía como un lugar único. Resulta que tanto sus casitas de madera de los siglos XVIII y XIX como todo su entorno natural estaba declarado por el Gobierno como el único paisaje cultural protegido del país. Sogndalstrand empezó a sonarme bien.

.Sogndlastrand 7444.

Aunque el pueblo en cuestión no estaba lejos de Stavanger estaba claro que la mejor opción para llegar era alquilando un automóvil. Porque además el camino de la costa parecía estar salpicado de algunas de las mejores playas del país, de faros y paisajes de geología antigua entre los que se intercalaban pueblos de casitas de madera y recogidos puertos de pescadores. La idea de descubrir lo que quedaba de esa Noruega tradicional de campesinos y pescadores sonaba muy pero que muy bien. Esperaba comprobar que el tsunami de la riqueza provocada por el descubrimiento del petróleo en el mar del Norte no se había llevado por delante a esa Noruega rural.

Tras confirmar la reserva de una noche en el Kulturhotell, el hotelito más conocido y recomendado de Sogndalstrand, salí una mañana temprano de Stavanger en un auto alquilado con dirección sur. La verdad es que viajar con esa sensación de ignorar lo que te vas a encontrar es realmente adictiva. Supongo que es lo que todos buscamos: lo novedoso, lo diferente, la sorpresa, la magia del primer descubrimiento… Sólo os puedo decir que una ruta que se hace normalmente en dos horas, a mí ese día me tomó siete. Esta es una zona muy poco conocida por los extranjeros que viajan a este país nórdico y es una pena, porque sin saberlo me adentraba en una región costera de belleza muy especial.

Para empezar y nada más salir de Stavanger paré en el monumento llamado Sverd i fjell, algo así como “espadas en la montaña”. Estas tres grandes espadas de 10 metros de altura clavadas en la roca a orillas del fiordo conmemoran la histórica batalla de Hafrsjord. Acaecida en el año 872, la batalla acabó con la victoria del rey Harald y la posterior unificación de Noruega bajo su corona.

.Sverd i fjell 6877.

Seguí viaje hacia el sur parando en la playa de Orrestranden y en los pedregales costeros de Ha Gamle Prestegard vigilados por su faro. Los paisajes costeros de la ruta Jaeren y los inquietantes macizos rocosos salpicados de lagunas del Magma Geopark me obligaron a otras tantas paradas. Pero contaré todo esto en otro momento.

Siguiendo las indicaciones de la carretera llegué finalmente a Sogndalstrand.  Ya pasaban de las 6 de la tarde y la luz de finales de primavera jugueteaba con las nubes provocando efectos de luces y sombras. Pero decidí continuar un poco más hacia el Jossingfjorden donde se encuentran las casas de Helleren, uno de los pocos lugares donde todavía se puede sentir la dureza de las condiciones de vida en Noruega hasta bien entrado el S.XX. Tras cruzar Hauge i Dalane me encuentro con viejas casas sustentadas sobre pilotes de madera y discos de piedra, una solución muy parecida a la usada en los hórreos de mi Galicia natal. A mismos problemas, soluciones parecidas pero a miles de kilómetros de distancia.

.Hauge i Dalane 7398

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El incidente del Altmark y Helleren

Sigo por una carretera en obras que me lleva hasta un mirador sobre el fiordo de Jossing. El paisaje rocoso casi oculta al pequeño fiordo donde en el año 1940 acaeció uno de los hechos que marcaron la historia reciente de Noruega. Acababa de empezar la II Guerra Mundial y Noruega había proclamado su neutralidad. El 14 de febrero un carguero alemán, el «Altmark«, cargado con casi 300 marineros ingleses capturados por el crucero alemán «Graf Spee» en alta mar, se adentró en los fiordos noruegos costeando en su ruta hacia Alemania. Le perseguía de cerca el «Cosack», un destructor inglés de la Royal Navy. El 16 de febrero los ingleses asaltaron el carguero alemán justo en este fiordo en una acción militar que violaba la soberanía noruega sobres sus aguas liberando a los prisioneros y matando a 7 soldados alemanes.  Winston Churchill en persona había ordenado el ataque que fue muy criticado por la Alemania nazi. Desde ese mismo instante el gobierno alemán decidió que Noruega no era capaz de salvaguardar su neutralidad y planeó ocupar su territorio, cosa que llevó a cabo dos meses después. Al fin y al cabo controlar Noruega suponía controlar el mar del Norte. Por eso aquí, en esta tortuosa carretera entre túneles y gigantescas paredes de roca, se encuentra un pequeño memorial de aquel acontecimiento que cambió la vida de muchos noruegos durante 5 largos años.

.carretera de acceso al Jossingfjord Noruega.

Sigo unos kilómetros más y en lo que parece una explanada de relleno a los pies del mismo fiordo encuentro el acceso a las casitas de Helleren. Al fondo una explotación minera ha destrozado el paisaje idílico de este rincón que a duras penas mantiene su encanto en la orilla por la que estoy caminando. En realidad «Heller» es una palabra noruega que describe una gran formación rocosa que sirve de abrigo natural a las inclemencias del tiempo. En este caso la pared de roca gris tiene unos 60 metros de alto y 10 de profundidad lo que permitió asentamientos humanos desde tiempos remotos. Las dos casas de madera que quedan están datadas desde principios del 1800, aunque se cree que son más antiguas.

.Helleren 7338

Helleren 7340

Helleren 7354.

Aquí vivieron casi totalmente aislados sus sucesivos moradores alimentándose de la pesca y de la ganadería ovina. Lo más sorprendente es que las casas estuvieron habitadas hasta hace unos 90 años. Una vez dentro se me ponen los pelos de punta al comprobar las espartanas condiciones de vida en la que vivieron generaciones de noruegos. Si algún día llegáis hasta aquí os conmino a mirar el pequeño trozo de mundo que se ve a través de una de sus ventanas. Y luego imaginaros aquí sentados pasando los largos y oscuros días de invierno, año tras año…Realmente no nos damos cuenta de lo afortunados que somos.

.Helleren 7379

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Llegando a Sogndalstrand. Primeras impresiones.

Tras retroceder unos kilómetros por el mismo camino llegué a la desviación a Sogndalstrand. A la entrada hay un estacionamiento donde dejé el coche y me adentré a pié en la que sería una de las mayores sorpresas de este viaje. Las casas de madera de dos y tres plantas cuidadas primorosamente, las macetas con flores, los detalles de la decoración en las ventanas y en las fachadas de las casas me acompañaron hasta la entrada al Kultuthotell.

.Sogndalstrand 7432

Sogndlastrand 7413

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Sogndlastrand Kulturhotell.

Nada más entrar me encuentro con un restaurante donde ya están cenando algunos comensales. Le pregunto a la camarera dónde está la recepción y me dice que ahí mismo. Tras entregarme la llave me acompaña hasta una casa cercana y me enseña la habitación, acogedora, forrada de madera pintada de azul cobalto, con cocina propia y decorada con esmero.

.Sogndlastrand Kulturhotell 2.

Pero no puedo esperar a salir para dar una vuelta en uno de esos atardeceres que parecen no tener fin. Sogndalstrand está dividido en dos partes por el río Litla: la parte antigua donde me encuentro y enfrente, una parte más moderna. En unos minutos bajo escaleras, bordeo el río, llego hasta el muelle a la entrada del pequeño fiordo y huelo el mar, el frescor del aire y el silencio. Me pierdo entre sus casas de madera, sus cuestas y los innumerables detalles con los que los habitantes de Sogndalstrand han decorado sus casas y jardines.


Sogndalstrand 7511

Sogndlastrand 7448

Sogndlastrand 7427

Sogndalstrand 7602.

No me he cruzado con nadie. El pueblecito enclaustrado entre unas colinas, el río y el mar es un remanso de paz y tranquilidad. Parece que no hay mucho más que hacer así que me voy a cenar al restaurante del hotel. Tenía referencias de que uno de los puntos fuertes del Kulturhotell era su cocina, así que entré decidido a comprobarlo. Tras sentarme en una mesa perfectamente dispuesta frente a una ventana sin cortinas pido un menú de degustación. “Sorpréndanme por favor”, le digo a la camarera.

Al primer plato consistente en unos deliciosos rollitos de salmón sobre una cama de gambas, ensalada y salsa de perejil, le siguió un sabrosísimo redondo de cerdo glaseado con frutos del bosque y champiñones . Y de postre un dulce cremoso a base de queso ricotta. ¿Qué esperáis que os diga? Sencillamente la gastronomía noruega se estaba convirtiendo en otro de los descubrimientos de este viaje.


Sogndalstrand 8754

Sogndlastrand 7470.

Al terminar apareció en el comedor el chef, Ivo Kuppers, al que le dije que se sentara a charlar un rato. Tras enterarme de que era holandés, este hombre alto de aspecto bonachón comenzó a desgranarme parte de su trayectoria profesional, su forma de entender la alta cocina y también cómo se estaba adaptando a vivir y trabajar en Noruega.

.Ivo Kuppers.

¿Qué hace un reconocido chef holandés en un pueblo perdido del sur de Noruega? le pregunté. “Trabajar con total libertad haciendo lo que quiero hacer”, me respondió. Tras largos años de formación y otros tantos de trabajar en varios restaurantes, llegó hasta aquí respondiendo a una oferta del gobierno noruego que mantiene una serie de acuerdos laborales profesionales con Holanda. Ivo me contó que venía huyendo de las limitaciones, de la falta de espíritu innovador de muchos restaurantes asentados en una carta con propuestas inamovibles. Hablamos de lo que el definía como el punto esencial en la cocina: “the Touch”, “ el Toque”, ese algo especial que te hace ser diferente y te hace destacar sobre los demás. Y para ello tienes que investigar, experimentar e innovar. Y eso es lo que estaba haciendo en el Kulturhotell donde sus propietarios le habían dado total libertad de acción.

Tras dos años trabajando aquí se mostraba muy a gusto aunque reconocía las dificultades concretas con las que se encontraba para ejercer su trabajo. Y curiosamente la principal provenía de la dificultad para encontrar productos frescos. Pero ¿cómo? Le pregunté, si enfrente está el mar del Norte y en los alrededores hay multitud de granjas. Entonces me explicó las trabas burocráticas que impone el gobierno noruego para la venta de productos frescos al por menor, la rigurosidad excesiva de los controles sanitarios y los altos impuestos que hay que pagar en este país. “El resultado de todas estas trabas es que en Noruega ya casi no existen las pequeñas carnicerías, tiendas de verduras, fruterías o pescaderías. Todo se comercializa a través de grandes superficies y empresas de alimentación”. Tras oír esta afirmación me quedé de piedra. ¿Y dónde vas de compras? Le pregunté. Entonces me dijo que tenía que viajar hasta Stavanger o buscar por aquí y por allá. De verdad sorprendente. La charla se prolongó con un matrimonio que venía del norte del país con los que terminamos hablando de lo peligroso que eran los alces y cómo se metían hasta los jardines de sus casas. Sorprendente Noruega. Y así me despedí de Ivo, de los demás y me fui a dormir bajo una luz que no se quería ir. En estos veranos del norte es como si los días no se quisieran morir para dar paso al siguiente.

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El sueño de Eli se hizo realidad en Sogndalstrand

Me despierto como a las 7 de la mañana con un sol que parece haber salido hace ya un par de horas. El día se presenta luminoso, con un cielo de azules limpios y un aire cargado de mar que me rodea nada más salir a la calle. Y digo bien, la calle, porque aquí parece no haber otra. La luz de la mañana incide directamente sobre las fachadas de madera pintadas una y otra vez de los viejos edificios que antiguamente hacían de almacenes portuarios ubicados a la orilla del río. Todavía se ve bajo sus techos el lugar donde colgaban las roldanas que facilitaban la descarga de las mercancías.

.Sogndalstrand 7490

Sogndalstrand 7513.

Un viejo VW escarabajo de color rojo se detiene y del pequeño coche, ya todo un clásico, se baja un hombre alto de pelo canoso. Le pregunto sobre su coche y me responde que ya tiene 50 años y que ahí sigue, rodando por las carreteras de Noruega. Acabo de encontrarme con Nils Jacobsen, uno de los habitantes de toda la vida de este pueblo.

.Nils Jacobsen junto a su escarabajo.

Entonces me enseña la casa donde nació y creció, de las más antiguas de Sogndalstrand, me habla del frío del invierno y de cómo se colaba el aire gélido por las rendijas de la vieja casa familiar mientras se calentaban alrededor de la chimenea. Pero ya no vivía allí, sino en la parte nueva del pueblo ya que la casa acababa de ser vendida. Luego me enteré de que Sogndalstrand está viviendo un renacimiento económico gracias al empujón del turismo y que la venta y restauración de casas estaba en pleno auge.

Nils me acompaña hasta el restaurante del Kulturhotell donde me espera un desayuno típico noruego a base de embutidos, panes y un amplio surtido de arenques, salmón y sardinas enlatadas. Recordando la conversación con Ivo Kuppers, Nils me confirma que ya casi no existe industria pesquera. Es cierto que él y sus amigos pescan aquí el salmón cuando vuelve a desovar en el río durante el verano, pero no existe una industria pesquera como tal.  ¿Y de qué se vive aquí? le pregunto. Entonces me cuenta que esta región de Sokndal vive sobre todo de la minería de la limonita, un mineral que la compañía Titania extrae de minas a cielo abierto en los fiordos cercanos de Reke y Jossing. También me cuenta que mucha gente de la región trabaja en las plataformas petrolíferas del mar del Norte: una semana de trabajo intensivo para luego tener cuatro de descanso. Un trabajo durísimo pagado con muy buenos salarios: hasta 700.000 Coronas brutas al año, unos 80.000€.

Mientras hablamos de todo esto entró Eli Laupstad Omdal, la propietaria del hotel. Sonriente, llena de energía, simpática y muy comunicativa. Desde luego la antítesis de lo que uno se puede esperar de un noruego. Una vez más pensé en lo bueno que es viajar para acabar con los clichés y las ideas preconcebidas. Nos presentamos y a los pocos minutos estábamos tomando un café mientras comenzaba a contarme su vida. Resulta que esta mujer es la persona que hace unos 20 años tuvo la idea de cambiar el destino de este pueblecito sumido por entonces en una larga decadencia. Cuando a finales de los 80 Eli visitó Sogndalstrand por primera vez, quedó prendada de este lugar. Continuó con su trabajo de asistente social en Alesund hasta que tras conocer a su marido se fue a vivir una temporada a Francia. Allí vio cómo el turismo rural era una fuente de ingresos y de regeneración del tejido social y urbano de muchos pequeños pueblos. Fue allí donde maduró la idea de hacer algo parecido en su país, como me dijo literalmente “we had to do something in Sogndalstrand”. Y así, de regreso a Noruega y de acuerdo con su marido, decidieron poner en marcha en 1994 un café en el pueblo que le había enamorado unos años atrás.

Sognadalstrand, a pesar de ser un lugar de especial protección histórica, era por aquellos años un lugar que se moría lentamente. Hacía muchas décadas que su puerto comercial había dejado de funcionar y muchas de sus casas de madera del S. XVIII estaban casi en ruinas. Aún así Eli tuvo un sueño: quería volver dar vida y esperanza a este lugar habitado por unas pocas personas mayores pero en el que veía un gran potencial turístico.  Así, muchos años antes que Obama utilizara su “yes, we can” en su campaña electoral, Eli utilizó estas expresión para decirse a sí misma que sí, que ella podía cambiar las cosas. Tras negociar un crédito de 33 millones de Coronas del año 1995 y empeñar absolutamente todas sus propiedades, Eli y su marido compraron una casa en ruinas que rehabilitaron con sus manos. Me contó cómo tenían que arrancar las plantas que crecían en su interior y cómo con la ayuda de un fiel grupo de amigos consiguieron abrir un pequeño hotel con 4 habitaciones en el año 1996.

A partir de entonces Sogndalstrand comenzó a recibir cada vez más turistas. A base de tesón, mucha energía, de empeñarse continuamente con los bancos y contando con ayudas de la municipalidad, Eli y su marido siguieron comprando casas y rehabilitándolas. Hasta que a día de hoy ya tienen 8 casas en propiedad y dos alquiladas que suman 27 habitaciones, un restaurante, 2 salas de conferencias e incluso un bar en la antigua cárcel del pueblo.

.El bar en la antigua cárcel de Sogndalstrand.

Poco a poco el sueño de Eli se hizo realidad en Sogndalstrand. A base de puro idealismo, de empeño personal y de compromiso con un lugar que no era el suyo pero en el que creyó desde el primer momento. Escuchándola no me podía imaginar que este lugar cuidado con esmero, repleto de detalles, de hermosas casas de madera con vistas al río, fuera un lugar casi abandonado hace apenas un par de décadas. Entonces me dijo que fuéramos a dar una vuelta, que me iba a enseñar Sogndalstrasnd y de paso contarme algunas historias. Y mientras paseábamos bajo el sol primaveral me fue contando la historia de los primeros asentamientos, de los inicios del comercio en el S.XVI, del bloqueo inglés del fiordo en las guerras napoleónicas que culminó con el robo de las campanas de la iglesia provocando la indignación de los vecinos.

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Sogndalstrand 7585

Sogndalstrand 7442.

También me habló  de los días de mercado cuando en el S.XIX el comercio hizo crecer a este pueblo que llegó a contar con iglesia, ayuntamiento, cárcel y servicio de correos. Lo que para aquella época en Noruega era mucho pueblo. Pero el progresivo aumento del tamaño de los barcos y el poco calado del puerto provocó una lenta decadencia del lugar. La emigración se disparó tras la II Guerra Mundial y en la década de los 70-80 ya sólo quedaban unos poco vecinos sumidos en el desánimo. Estamos frente a ese puerto donde ya no llegan barcos, a no ser algún vecino que atraca con su lancha frente a nosotros.

.Sogndalstrand 7533.

Desde aquí subimos hasta una pequeña casa de 1852 aislada en lo alto de una colina cubierta de hierba y flores frente al mar.  Al bajar pasamos por delante de la casa de Nils, que precisamente es la más antigua de Sogndaslstrand, de 1763. Eli me cuenta que el padre de Nils fue una de las primeras personas con las que se encontró cuando llegó por primera vez.

.Sogndalstrand 7571.

Entonces le pregunto cuántos habitantes viven aquí. Me responde que unos 70 todo el año y 160 con los de la parte nueva, pero que en verano son muchos más. Y que el año pasado sólo en verano tuvieron a más de 65.000 personas visitando Sogndlastrand, casi todos noruegos, pero también muchos alemanes y holandeses. Eso me lo dice con un brillo en los ojos mientras no para de hablar y de contar historias mientras el aire del mar le revuelve el cabello. Entres sus futuros proyectos está atraer artesanos tradicionales y realizar una serie de conciertos en el auditorio al aire libre.

.Eli en el puerto de Sogndalstrand.

Una calle más arriba una mujer mayor de pelo blanco está sacando a ondear la bandera noruega en el balcón de su casa impecablemente pintada de blanco. Es Greta, otra de las personas que ha crecido aquí. Cuando le digo que vengo de España me contesta sonriente que ella también, que viene de pasar el invierno muy cerca de Torrevieja en Alicante.

.Sogndalstrand 7539 Greta 2
Sogndalstrand 7577.

Se respira un aire de orgullo y optimismo entre estas personas que ven recuperado su patrimonio histórico, cultural y también personal. Y se ve en el esmero con el que renuevan sus viejas casas o en los detalles que decoran sus fachadas. Han recuperado parte de su historia y Eli ha sido en gran parte la precursora de este cambio. Gracias a su sueño Sogndalstrand ha vuelto a aparecer en el mapa. Volvemos a tomar el último café antes de recoger mis cosas y despedirme. Nils me invita a venir a pescar salmones y me recomienda un par de lugares por los que tengo que pasar en mi regreso a Stavanger: la carretera que va del fiordo de Reke hacia Nesvaag y Vatland por la costa. Me dice que no me lo puedo perder mirándome a los ojos, y le creo.

.Nils Jacobsen

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Conociendo los alrededores de Sogndalstrand

Dejo atrás Sogndalstrand y me despido de este pequeño rincón perdido del que no sabía nada con la esperanza de volver algún día con más tiempo. Ahora comprendo por qué la municipalidad de Sokndal en la que me encuentro fue la primera región nórdica en asociarse al movimiento internacional Cittaslow que promueve el viaje tranquilo en lugares que priman la calidad de vida.

Me adentro por una estrecha carretera en el Rekefjord. Aquí, entre cuidados embarcaderos de madera, un puerto pesquero y brazos de mar que se adentran en la tierra, me encuentro con la mina de limonita de Blafjell que afea el paisaje.

.Mina de limonita. Rekefjord .

Desde aquí tomo la FV33, una carretera por la que apenas cabe un vehículo que atraviesa paisajes costeros de ensueño donde el mar aparece salpicado de grandes rocas. Mientras conduzco hacia Nesvaag la tortuosa línea de costa y los grandes roquedales ocultan casas de colores, pequeños embarcaderos y rincones de ensueño frente a un mar de agua limpia y trasparente.

.Nesvag 7617

Nesvag 7612.

Nesvaag, un pueblo de pescadores, se arracima frente al mar donde se mantienen en pie una serie de antiguas casas y embarcaderos de madera protegidos por ley. también aquí se encuentra un curioso museo, el Nesvaag Sea and Engine Museum cuya colección está dedicada a los motores de barco. La carretera se hace cada vez más estrecha y me conduce tierra adentro entre paisajes olvidados por los que parece no pasar nadie. Y efectivamente, no pasa nadie.

.Nesvag 7622.

Cuando la carretera se convierte en camino de tierra y no sé dónde me lleva vuelvo a sentir esa sensación casi olvidada de sentirme perdido. Sí, esa sensación tan difícil de encontrar en un mundo tan globalizado, mapeado y controlado por los GPS. Si quería encontrar el rastro de esa Noruega rural, antigua, marinera, tradicional, amable y auténtica, no me cabe duda de que la he encontrado en este corto viaje por la costa sur de Stavanger y, sobre todo, en este municipio de Sokndal.

Si quieres perderte del mundanal ruido, no me cabe ninguna duda de que este puede ser un magnífico lugar.

.Nordsjoruta 7624

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Informaciones prácticas:

– Sogndalstrand y el municipio de Sokndal se encuentran a unos dos horas y media de carretera desde Stavanger. La autopista E39 te llevará por el interior, pero recomiendo vivamente tomar la carretera 44 que bordea la costa por la llamada Ruta Turística Jaeren hasta Egersund y de aquí hacia Hauge i Dalane.

– Mi recomendación es hacer este recorrido en un vehículo propio, así podrás parar cuantas veces quieras para disfrutar de paisajes únicos. Al tomar determinadas carreteras hay que ser muy prudentes sobre todo si llueve. En muchos tramos el arcén de la carretera consiste en tramos de hierba y tierra muy blanda donde tu coche acabará hundiendo las ruedas. Y te recuerdo que por muchas de estas carreteras no pasa casi nadie. Ten siempre un teléfono móvil cargado a mano y un número de servicio de ayuda en carretera al que recurrir. El número de emergencias de la Policía es el 112.

– El Kulturhotell de Sogndalstrand tiene habitaciones con desayuno y wi-fi incluido a a partir de 170€. Aunque la web está escrita sólo en noruego la sección de reservas está traducida al inglés.

– Aunque no tuve tiempo de hacerlo, me informaron que desde Sogndalstrand y Nesvaag se organizan excursiones privadas en lancha para recorrer la accidentada costa o salir a pescar. En julio y agosto la pesca del salmón salvaje es todo un acontecimiento.

– También existen en esta zona numerosas rutas para hacer a pie, además de un incipiente turismo de minas abandonadas.

– Y lo más importante: no dudes en hablar con la gente, preguntar y sorprenderte con su amabilidad y buena conversación. No te arrepentirás.

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