Soweto, entre la miseria y la esperanza.
Las calles de Soweto se recorren con el alma encogida, con polvo ocre en los zapatos y entre las sonrisas de niños desarrapados con los mocos colgando. Pero a pesar de la miseria en la que todavía vive una gran parte de sus 3 o 4 millones de habitantes se vislumbran signos de esperanza.
Ciertos cambios propiciados por una mejora en las condiciones de vida. Una realidad que se aprecia en las renovadas áreas urbanas pobladas de grandes casas de ladrillo rodeadas de altos muros de ladrillo. Porque aquí la posesión de ladrillo es el símbolo del lujo máximo. Curiosamente una de las entradas principales a Soweto se encuentra muy cerca del Soccer City, el estadio de fútbol donde se celebraron los mundiales de Sudáfrica del 2010. Tras pasar el cartel de bienvenida a Soweto me adentro en este lugar histórico para los sudafricanos ya que es el lugar donde se inició la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. El área urbana de los 29 barrios que forman Soweto se desparrama entre secas colinas, autopistas y vaguadas polvorientas y se asienta a unos 24 km al suroeste de Johannesburgo.
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Un poco de Historia
La compleja historia de Sudáfrica con sus guerras entre boers, ingleses y zulús en el S. XIX llegó a los inicios del XX en relativa calma. El hallazgo de minas de oro y diamantes en lo que hoy es la provincia de Gauteng donde se encuentran Johannesburgo y Pretoria, atrajo a miles de mineros europeos y sudafricanos que empezaron a instalarse en la zona. Ante la avalancha de campesinos emigrados a trabajar en las minas y tras la I Guerra Mundial los sucesivos gobiernos blancos decidieron construir una especie de guetos en los suburbios de las grandes ciudades. Estos lugares servirían para asentar a una población creciente y de paso alejar a los residentes negros de las ciudades pobladas por afrikáners, británicos e inmigrantes europeos. Y así surgió entre otros asentamientos el de South Western Township, es decir Soweto.
Al mismo tiempo los conflictos entre los trabajadores blancos y negros provocaron que el gobierno sudafricano de mayoría blanca Afrikáner surgido tras la II Guerra Mundial implantara una serie de medidas de distinción racial. Estas se fueron haciendo cada vez más extremas en los años 50 y 60 del siglo pasado. Nació así el sistema político del Apartheid en el que una minoría blanca de un 20% controlaba todos los resortes de la política del estado en su propio beneficio y en detrimento de la población negra mayoritaria en Sudáfrica.
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Muy pronto en estos suburbios masificados y en unas condiciones de vida penosas se fueron hacinando millones de negros que sobrevivían dentro de un régimen político que les discriminaba y les negaba sus derechos civiles. Las constantes humillaciones y denegación de libertades llegaron a su límite cuando las autoridades decidieron implantar el afrikáner como idioma vehicular en las escuelas de los suburbios negros en igualdad con el inglés utilizado hasta entonces. En junio de 1976 se generaron por esta causa una serie de protestas de estudiantes que en Soweto terminaron con más de 500 muertos, muchos de ellos niños. Tras una serie de continuadas cargas policiales Soweto se convirtió en la representación más patente de la brutalidad del apartheid. Para muchos de sus habitantes esta revuelta fue el detonante de una lucha que no cesó hasta la caída del sistema en 1994 con la llegada al poder del primer presidente negro del país, Nelson Mandela. Por cierto, Mandela vivía aquí en Soweto con su mujer Winnie antes de ser encarcelado en Robben Island. Desde esa fecha Sudáfrica nunca volvió a ser igual porque las protestas y la insubordinación civil de la población negra se extendieron por todo el país iniciando el lento y duro camino hacia la democracia.
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Un día cualquiera en Soweto
La miseria y la situación de violencia extrema en la que ha vivido la población de Soweto durante décadas ha dejado una pátina de lugar peligrosísimo para cualquiera que se acercara hasta sus polvorientas calles. No hay que olvidar que los enfrentamientos entre los seguidores del partido zulú de Inkatha fundado por Buthelezi y los partidarios del Congreso Nacional Africano de Mandela dejaron aquí miles de muertos hace menos de veinte años. Afortunadamente su mala fama va dejando paso a la curiosidad del visitante interesado en conocer la realidad, todavía durísima, de esta ciudad donde se calcula que duerme más del 65% de la gente que trabaja en Johannesburgo.
La forma más segura de llegar hasta aquí y conocer aunque sea superficialmente cómo se vive en las calles de Soweto es en alguna de las excursiones organizadas por operadores turísticos. Estos viajes de unas horas salen por entre 300 y 400 Rand dependiendo de la duración y extensión del tour. Una pequeña furgoneta os recogerá en el hotel para conduciros hasta los lugares más conocidos, y a veces desconocidos, de Soweto. Normalmente los conductores son residentes así que conocen a la perfección dónde meterse, donde parar y donde no, así que confiad en ellos porque saben lo que hacen.
Hoy he decidido hacer una incursión mañanera en Soweto para terminar por la tarde en el Museo del Apartheid, otra de las visitas imprescindibles que hay que hacer si viajas a Johannesburgo. Tras una primera parada en las inmediaciones del estadio de Soccer City, entramos en Soweto por una gran avenida rodeada de casas bajas de construcción reciente. Todo aquí parece nuevo y es que estamos en la zona de Diepkloof donde los nuevos ricos hacen sus casas sin reparar en gastos. Aquí el ladrillo es símbolo de riqueza y vemos que aquí se utiliza con profusión enfermiza en casas, paredes, muros y portales. Y es que esta zona de Soweto es ahora hogar de gran número de acomodados sudafricanos negros entre los que se cuentan futbolistas y políticos. Por eso hoy se habla del Soweto bueno que es este, del Soweto malo de las chabolas y del Soweto feo de los barracones de ladrillo.
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Muy cerca empiezo a divisar los barracones de cemento y techo de hojalata. Aquí se hacinaban miles de trabajadores ubicados según su origen tribal y fueron construidos a mediados del S.XX para albergar a la población negra y así alejarla de las ciudades y sus habitantes blancos. Cada ventana que se ve ilumina un cuartucho de apenas 10 m. cuadrados donde dormían 8 hombres sin agua, sin electricidad y sin derecho a vivir con sus familias. Hoy día muchos de estos barracones todavía carecen de agua corriente y sus moradores tienen que extraerla de pozos comunitarios. Aquí las condiciones de vida siguen siendo muy duras, pero por lo menos las familias pueden vivir juntas y existen ciertas medidas sociales de ayuda comunitaria. La modernidad del estadio de Soccer City construido para el Mundial de Sudáfrica de 2010 y de las mansiones de ladrillo contrasta con estas míseras construcciones.
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También hay pequeñas casitas de ladrillo que en tiempos del apartheid eran del estado y sólo pasaban a manos de su morador si demostraba que llevaba viviendo en ella más de 99 años… Hay basura por todas partes y los caminos de tierra entre arbustos resecos por los que caminan hombres, mujeres y niños son el lugar donde se levantan pequeños puestos de comida de aspecto nada recomendable. Hoy es sábado, no hay colegio y en los descampados los niños juegan al fútbol entre la basura y el polvo con unas piedras como porterías.
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Hacemos una parada en un cruce y el guía nos lleva hasta un tenderete de plástico donde comprar caramelos y chicles para ofrecer a los niños que vamos a visitar después. La verdad es que apetecía bajar de la furgoneta desde donde intento tomar algunas fotos a través de las ventanillas. No me gusta nada y me incomoda sobremanera sentirme como en un safari donde en vez de fotografiar animales, fotografiamos personas. Caminando nos acercamos hacia uno de esos puntos de agua comunitario y hasta el puesto del carnicero del barrio. Su negocio consiste en una mesa con un par de cabezas de vaca y un techo de plásticos al aire libre. Detrás hay unos bidones oxidados donde hierve las cabezas para poder extraer toda su carne y venderla para lo que aquí se conoce como el “Smilies breakfast”. Esta carne la podéis degustar por un módico precio servida junto a una cerveza en alguno de los populares bares sin licencia de Soweto llamados shebeens.
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La siguiente parada la hacemos en una zona de chabolas construidas con materiales de derribo y techos de hojalata abollada mientras un montón de niños pequeños salen a nuestro encuentro. Unas madres se asoman a la calle con sus bebes en brazos mientras otras tienden la ropa y los hombres nos miran indiferentes sentados a las puertas de sus hogares. Allí tenemos la posibilidad de entrar en una de estas casas de lata. En ellas se hacinan hasta 10 personas en unos metros cuadrados poblados de jergones, sin agua ni electricidad y expuestos a las goteras, las inclemencias del frío y al calor sofocante del verano.
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Mientras tanto, los niños saltan alegres a nuestro alrededor pidiéndonos caramelos o algo de comer todavía ajenos a la miseria en la que les ha tocado vivir. Porque como en todos los lugares con precarias condiciones de vida, los niños son los más perjudicados por la miseria, el hambre, la falta de educación o las carencias sanitarias. Uno de los niños toma la bolsa de chuches que le ofrezco y se la lleva directamente a la boca con plástico y todo mientras me mira con sus ojos infinitos. Los ojos de ese niño son para mí un baño infinito de realidad, un recordatorio para privilegiados que lo tenemos casi todo y nos quejamos por casi nada.
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Pasamos por la zona de Baragwanath, una gran avenida con paradas de taxis y edificios con bajos comerciales donde se venden hierbas medicinales y la gente compra en los mercados al aire libre. Aquí se encuentra el mayor hospital del hemisferio sur africano, el Baragwanath Hospital. Al fondo distinguimos la silueta de dos enormes torres de refrigeración de una central eléctrica que abastecía de energía a la zona norte de Johannesburgo. Son las conocidas como Twin Towers a las que llegamos tras atravesar la zona misérrima de Kliptown Squatter Camp y que muestran en toda su superficie unos enormes grafitis. En la base de las torres se ha habilitado un bar donde hay actuaciones en directo por las noches. Y si tenéis muchas ganas de hacer algo distinto podéis saltar desde la pasarela ubicada entre lo alto de las dos torres con una goma elástica atada a vuestros pies. Las emociones fuertes no paran en Soweto.
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Una visita al Hector Pieterson Museum
A nuestro alrededor los descampados están plantados de torres de electricidad y los cables de alta tensión cuelgan sobre las techos de lata de los barracones hasta perderse en el horizonte. Desde aquí hay excursiones que llevan a la iglesia de Regina Mundi, uno de los focos de las revueltas en los años 70, o hacia el área de Orlando West donde se encuentra el Hector Pieterson Museum hacia donde nos dirigimos. A lo lejos las coloridas Twin Towers sobresalen sobre las chabolas y el uniforma polvo ocre que flota constantemente sobre Soweto.
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Aquí está el memorial dedicado a este joven estudiante, el primero fallecido a los 12 años en la revuelta estudiantil del 16 de junio de 1976 contra los planes del gobierno de enseñar afrikáner en la escuela. La fotografía del momento de su muerte mientras es llevado en brazos de un compañero junto a su hermana que corre aterrada se convirtió en una imagen que dio la vuelta al mundo. Una imagen que se convirtió en icono del comienzo por la lucha de los derechos civiles de los negros en Sudáfrica. Y una imagen que cuanto más la miro, más sobrecogedora me parece.
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Entrar en este museo es iniciar un viaje al pasado y a uno de los lugares que simbolizan con más crudeza aquellos años de horror y miedo. Fotografías en blanco y negro y viejas películas muestran la crudeza de los momentos vividos aquí en esa fecha que acabó con 556 muertos y que hoy se conmemoran todavía en el llamado Youth Day. Las visitas incluyen a veces la posibilidad de almorzar en algún restaurante apto para turistas en los que se sirven especialidades locales como el dombolo, el pan típico, o el morogo, un plato a base de espinacas. Y para los más aguerridos están los callos llamados modogu, los hígados de pollo rebozados en harina de maíz o uno de esos platos de carne de cabeza de vaca o cordero acompañados de cerveza local. A la salida del memorial los puestos de artesanía ponen un poco de color a la vida y ofrecen un nuevo relato de la vida en Soweto. Desde luego muchas cosas parecen haber cambiado, afortunadamente para mejor, aunque todavía queda un largo trayecto por recorrer.
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Esta breve visita a Soweto termina con la visita a la que fue la casa en la que vivió Nelson Mandela con la entonces su esposa Winnie antes de ser detenido y que se puede visitar pagando 60 rands. Estamos en la Vilakazi Street, famosa porque es la única calle del mundo donde han vivido dos premios Nobel, Mandela y Desmond Tutu. Sin duda un digno broche final símbolo de la rebeldía contra un sistema político basado en la teórica superioridad del blanco sobre el negro y que completaré en la siguiente visita, el Museo del Apartheid.
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