En teritorio arbore.
El centro del valle del Omo se presenta como una inmensa planicie donde predomina el típico paisaje de la sabana africana. Con un sol que cae a plomo y la temperatura rozando los 40ºC veo por primera vez un poblado de los arbore con sus chozas de madera y paja. El 4×4 avanza sobre el duro suelo reseco levantando nubes de polvo.
Aquí no se respira el aire fresco de la montaña donde viven los dorze, ni se ven las cuidadas terrazas de cultivo de los konso. Esto es otro mundo, muy diferente a lo visto durante los primeros días de este viaje al sur de Etiopía. Por la carretera de tierra apenas si hemos visto algunos rebaños de vacas hambrientas con sus pastores caminando descalzos entre las acacias. Esta parece una tierra estéril donde sólo crecen arbustos espinosos y algunos árboles que ofrecen su sombra.
Pero este paisaje reseco se vuelve verde un poco más al sur, en las orillas del lago Chew Bahir lindando ya con la frontera keniata. Estoy en territorio arbore, un grupo étnico dividido en varios clanes emparentados con los dasanech y con los ya desaparecidos elmolo del lago Turkana.
La dura vida de los arbore
En este territorio viven los poco más de 3000 arbore que quedan llevando una vida semi-nómada. El ganado es su principal fuente de subsistencia, así como algunos cultivos de sorgo dependientes de las lluvias estacionales. Actividades que complementan con algo de caza y pesca.
Es inevitable preguntarse muchas cosas viendo las duras condiciones en las que viven. Sus chozas construidas a base de madera, cañas y ramas apenas protegen del calor inclemente. Sus vacas y cabras se guardan en cercados dentro del poblado, y son su principal medida de riqueza. Principalmente porque constituyen la dote matrimonial que los jóvenes deben aportar para poder casarse y fundar una familia. Algo que es habitual en casi todas las tribus ganaderas del Omo sur.
En el caso de los arbore los matrimonios son concertados por los respectivos padres. Y cuando se formaliza definitivamente, la pareja se va a vivir con los padres del novio. Hasta el momento que las jóvenes permanecen solteras, se afeitan la cabeza. Sólo cuando están casadas se dejan crecer el cabello.
Los niños y un grupo de chicas adolescentes son los primeros que se acercan a saludarnos. Ellas se cubren la cabeza rasurada y parte del cuerpo con un pañuelo oscuro que las protege del sol. Todas llevan pulseras y collares de cuentas de colores. Poseen una elegancia innata y una belleza que contrasta con la aridez del entorno. Pronto me daré cuenta de que en el sur del Omo la belleza y la fuerza de caracter sin reparos van de la mano.
Por eso mismo siento un estremecimiento mezcla de horror y lástima cuando me entero de que los arbore siguen practicando la ablación del clítoris. Si las niñas no pasan por la ablación del clítoris, sufren una durísima exclusión social que las marca de por vida. Además de ser insultadas continuamente llamándolas precisamente «clítoris».
En este viaje, como en cualquier otro en el que entras en contacto con otros pueblos, culturas y formas de vivir la vida, mi lema es el respeto y la no intromisión. Pero en el caso de este tipo de prácticas me cuesta mucho, muchísimo, permanecer fiel a mis principios. Además, los arbore no son los únicos que la practican en el sur de Etiopia. Y eso a pesar de todas las prohibiciones establecidas por el gobierno etíope.
En pocos minutos la aldea que parecía vacía se convierte en un bullir de gente que se nos rodea, ancianos que salen de sus chozas y más niños que corretean por todas partes.
Como en el resto de poblados del sur de Etiopía, se negocia el precio por poder acceder y fotografiar con un delegado de los arbore. Una sociedad donde la edad es un grado y el sexo un condicionante de tu función en la vida. Una organización social que se respeta a rajatabla en la organización de la vida diaria. Y donde cada cual, según su sexo y edad, tiene una labor asignada, incluidos los niños. Algo habitual entre las tribus del valle del Omo.
Jinka, la puerta de entrada al Parque Nacional Mago
Son las 5 de la mañana y el lánguido canto del muecín me despierta repentinamente. De fondo, como en una cacofonía de cánticos, le acompañan las voces de los salmos ortodoxos de las iglesias etíopes de Jinka. Los monótonos cánticos ortodoxos llevan resonando desde la 2 de la madrugada y no pararán hasta las 8. Sí, por si no lo sabíais, los cristianos ortodoxos etíopes rezan de madrugada. Por eso, si visitáis las iglesias de Lalibella, hacedlo de madrugada para no perderos su auténtico ambiente religioso. Por otra parte, la convivencia entre cristianos y musulmanes en Etiopía está marcada por el respeto mutuo. Algo milagroso teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Los cánticos religiosos se mezclan con el canto de los pájaros que sobrevuelan el bosque tropical que rodea las tiendas del Eco Omo Lodge. Jinka es una parada obligada para entrar en el Parque Nacional Mago. Pero antes de partir en busca de los bodi os aconsejo dar una vuelta por el centro de Jinka.
En sus calles de tierra puedes vivir el bullicio y la actividad de una pequeña ciudad africana. Camiones cargados de colchones, carretillas de madera, tiendas de utensilios de cocina, de telas y de cualquier cosa imaginable. Jóvenes con sus motos, mujeres cargando pesados fardos y niños, muchos niños que se acercan con su grito de guerra «farangi, farangi…»
Y también sentir el olor del auténtico café etíope. Etiopía, y en concreto la región de Kaffa, es el lugar originario de la planta del café. Aquí se prepara de una forma especial en una especie de ritual en el que los granos se tuestan lentamente a mano durante horas. Después se tritura a mano, se filtra y se sirve muy caliente. Reconocerás los sitios donde sirven café, además de por el olor, porque el suelo se decora con hojas verdes. Además, siempre hay un inciensario encendido junto a la plancha donde las mujeres remueven lentamente los granos de café hasta que alcanzan su punto exacto de tueste. Y lo más curioso: en muchos lugares el café se sirve acompañado con palomitas de maíz.
Todavía no son las 10 de la mañana y en los bares locales ya hay gente bebiendo aguardiente. Lo de los bares en Etiopía merece un reportaje fotográfico aparte. Son lugares un tanto sórdidos, pero con una riqueza visual impactante. Algún día tendré que volver a Etiopía para fotografiar sus bares, su atmósfera, sus colores y su gente.
También por las calles de Jinka podrás encontrar al chaval más fotografiado de Etiopía. Abushe es un niño con unos increíbles ojos azules producto de una alteración genética propia de entornos con consanguinidad entre los padres, el síndrome de Waardenburg. En este caso sería del tipo II, que provoca que la coloración del iris sea de un azul muy intenso. Al parecer su hermano pequeño tiene los ojos todavía más azules. El caso es que Abushe sabe sacar provecho de lo que la Naturaleza le ha dado y aplica una tarifa por hacerle fotografías. Aquí todos, desde los más pequeños hasta los más mayores, aprovechan las cualidades con la que han nacido para sobrevivir de la mejor manera posible.
En busca de los bodi
Encontrar a los bodi nos llevará varias horas recorriendo caminos plagados de baches, el conocido como «masaje africano», y esquivando rebaños de vacas. Si pensáis que hay vacas en la India, es porque no habéis estado en Etiopía. Los rebaños de vacas se plantan en medio de la carretera, cruzan sin previo aviso y se mueven erráticamente. Son un peligro para los conductores que, además, se ven obligados a indemnizar a sus propietarios si atropellan a alguna.
Esta es una más de las razones para venir a Etiopía con el mejor seguro de viaje. Por eso te recomiendo MONDO, el seguro que cubre todo tipo de contingencias, aventuras, trekkings e incidencias viajeras, incluso por Covid19. Además contratando tu seguro desde aquí obtendrás un 5% de descuento.
Los bodi habitan al oeste de Jinka, en un territorio propio de la sabana ya próximo al río Omo. Cuando finalmente llegamos a sus poblados nos encontramos con una desagradable sorpresa: una autopista atravesaba su territorio y dividía sus poblados. Pero esto os lo cuento en la 3ª parte de estos «Diarios de un viaje al sur de Etiopía»
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