Baños de Agua Santa, otra de las sorpresas de Ecuador.
Estoy asomado al borde de la carretera observando el precipicio junto a Gustavo, el taxista que me está llevando desde Baños al mirador de Ojos del Volcán. Buscamos las huellas del desastre, de una catástrofe que por cotidiana no deja de producir congoja. En la curva todavía se ven las huellas de las ruedas del 4×4 que ayer se precipitó al vacío aquí mismo.
Resultado, 3 víctimas: el conductor fallecido y 2 hermanos a los que había recogido en la carretera dos curvas más arriba mientras caminaban al colegio. La chica murió, el hermano pequeño se debate todavía en el hospital entre la vida y la muerte. Víctima colateral, una vaca a la que el 4×4 arrolló en su caída mientras pastaba en la pronunciada ladera.
Algunos vecinos se detienen y miran silenciosos las huellas de las ruedas, y mucho más abajo el parabrisas destrozado. Baños queda allí abajo tras la revirada carretera, encajada en el valle. Nadie se explica qué ha pasado. La curva es tan pronunciada que hay que tomarla casi parado. Uno de los que miran al vacío con ojos perdidos es el hermano del conductor. Más abajo, en una pequeña iglesia, están velando el cadáver de la chica. La muerte a la vuelta de la esquina como quien dice. Sales de casa para hacer tu vida normal, y ya no vuelves. Sin tiempo a decir adiós. Así es la vida.
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Lo que en principio era un trayecto desde el centro de Baños para observar la imponente silueta del volcán Tungurahua, se convirtió en una sucesión de paradas y conversaciones en voz baja con los vecinos. La tragedia nos dejó hipnotizados por unos momentos y pensativos durante el resto del día. Mientras conduce por la estrecha carretera rodeada de praderas andinas Gustavo me cuenta que aquí la vida es así, inesperada, hermosa y trágica. Recuerda todavía la erupción del Tungurahua de hace unos años que no se llevó por delante a toda la población de Baños de milagro. La avalancha de lava y lodo simplemente se fue por un valle contiguo y Baños se libró por muy poco tras ser evacuada. No es fácil vivir al lado de un volcán activo de 5.000 metros, pero mientras está dormido, se vive bien.
Baños de Agua Santa se encuentra a unas 3 horas de Quito en el valle formado por la confluencia de los ríos Pastaza y Bascún. Es un lugar privilegiado entre las estribaciones andinas formadas por la cadena de volcanes que recorre Ecuador y la selva del Amazonas. Un lugar de naturaleza salvaje, de abismos salpicados de cascadas, de barrancos cubiertos de selva y de ríos que crecen con el deshielo de los glaciares andinos. El lugar perfecto para hacer turismo de aventura: bicicleta de montaña, rafting, tirolinas, excursiones a la selva, ascenso a los volcanes cercanos, puenting, vías ferratas… La lista es casi interminable. Y además, en un entorno donde abundan las aguas termales naturales. Que por algo este lugar se llama Baños. Aquí el turismo de aventura, relax y naturaleza es el motor que lo mueve todo. Hay hoteles de todo tipo, restaurantes y agencias de viajes en cada esquina.
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Viajando a Baños
Salgo de la Terminal de Autobuses de Quitumbe ubicada al sur de Quito muy temprano en una mañana de frío y niebla. La misma que me impide ver el paisaje durante las 3 horas de camino que paso escuchando la radio del autobús. Me gusta escuchar las radios locales y sobre todo a sus locutores. Las conversaciones que tienen con sus oyentes, la música y los temas que tratan me ayudan a comprender el lugar que recorro. Es una forma de conocer el país y a sus gentes. Hoy el tema del día era publicitar un medicamento contra los males de la próstata que el locutor sorteaba entre sus oyentes… femeninas. Ello daba pié a todo tipo de conversaciones radiofónicas un tanto escabrosas que el locutor exprimía a gusto. Ideal para no aburrirse en el trayecto.
Cuando por fin llego a Baños el día sigue cubierto de nubes. No me gusta nada esta luz blanca, tamizada y fría que quita el color a las cosas. Desde la estación de autobuses al centro hay apenas unos minutos de caminata por las calles en damero de la población. En esta ocasión me hospedo en el hotelito que he reservado regentado por un alemán. La habitación es grande y luminosa y el amplio balcón da a un jardín de frondosos árboles. Con el desayuno buffet mejor que el de muchos hoteles y el wifi incluido, pago 35$ la noche.
La mañana sigue gris y de vez en cuando caen algunas gotas. Pero una hora después de llegar ya estoy subido en una bicicleta que he alquilado por 5$. Mi intención es recorrer la llamada Ruta de las Cascadas, una parte del camino en descenso hacia Puyo que corre paralelo al río Pastaza. El trayecto de unos 20 km. trascurre parte por carretera (aquí hay que andar con cuidado), parte por túneles y parte por una ciclovía que es la parte más interesante. Tras dejar atrás la presa hidroeléctrica veo que el río ha excavado un profundo cañón de barrancos entre paredes selváticas salpicadas de cascadas. Aprovechando lo abrupto del lugar a unos pocos Km. de Baños se han instalado unas enormes tirolinas que sobrevuelan el enorme barranco ¡Qué ganas de tirarme!
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Poco después aparece la primera cascada: Agoyán y parece surgir directamente de entre la selva impenetrable. Aquí te encontrarás con el medio de trasporte de muchos locales: las tarabitas, una especie de cabinas colgadas de cables de acero que cruzan el río de lado a lado. De otra forma es casi imposible llegar al otro lado. Por supuesto acabé subido a una de ellas más adelante y cruzando hasta la parte superior de otra hermosa cascada: la del Manto de la Novia con sus 40 metros de caída.
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Aunque se puede seguir pedaleando hacia la población de Puyo me detengo en Río Verde. Desde aquí se accede a una de las joyas naturales de Baños: el Pailón del Diablo. Tras dejar estacionada la bicicleta toca poner pie en tierra y caminar por un camino rodeado de selva húmeda tropical. Los caminos del bosque lluvioso o de las Cataratas de La Paz en Costa Rica vienen a mi mente. También aquí los líquenes, musgos, orquídeas y bromelias crecen en los troncos de los árboles y los helechos cubren parte del suelo. Todo a mi alrededor es de color verde, aunque de un verde apagado en este día gris.
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Finalmente llego a la entrada al Pailón del Diablo donde tocar pagar unos pocos dólares por el acceso ya que el lugar se encuentra en una propiedad privada. Aquí tomo el camino que lleva hasta una garganta rocosa empotrada entre la selva donde cae con fuerza inusitada una de las cascadas más potentes que he visto. El ruido es ensordecedor y una espesa neblina húmeda de agua vaporizada lo cubre todo de humedad. El lugar es magnífico y no dudo en colarme entre las rocas, oquedades y escalinatas empapadas que permiten ver mejor los 100 metros de cascada. Finalmente paso al otro lado por el puente colgante para disfrutar de este espectáculo natural desde otro ángulo. Desde luego sólo por llegar hasta aquí merece la pena llegar hasta Baños. Y es que Ecuador no deja de sorprenderme.
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Después del paseo en bicicleta y de la caminata hasta el Pailón del Diablo, puedes aprovechar para comer algo en Río Verde. No te preocupes por tu regreso ya que para facilitar tu viaje de vuelta parten de aquí unas camionetas a las que subes la bicicleta, y por unos dólares te devuelven al centro de Baños. Cómodamente y sin tener que pedalear de nuevo todo el camino. ¡Qué gusto! Todo parece pensado para facilitar la vida al visitante.
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La Casa del Árbol
Ya que tenía toda la tarde por delante aproveché para subir al destartalado autobús que llega hasta la Casa del Árbol. Es este un mirador privado a los pies del volcán Tungurahua, muy popular desde que National Geographic premiara una foto tomada aquí. En concreto en el columpio que parece flotar desde las alturas sobre las verdes montañas cubiertas de praderas a más de 2.500 m de altura. El lugar es ideal para disfrutar del paisaje, o comer algo en el pequeño bar que está junto al famoso árbol con la casa de madera clavada en su gran tronco. Y por supuesto para columpiarse en el vacío y sentirse volar. Es inevitable sentirse feliz haciendo algo tan infantil y tan sencillo en un entorno tan maravilloso. Mientras tanto el cielo sigue cubierto de nubes tras las que se esconde el Tungurahua.
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.Al atardecer me dedico a dar una vuelta por el pueblo. La noche cae lánguidamente mientras las torres de la Basílica de nuestra Señora del Rosario quedan enmarcadas en un cielo azul oscuro. Las agencias de turismo siguen abiertas así como algunas tiendas. Aquí todo está tranquilo y sólo queda encontrar un buen lugar para cenar tras esta intensa jornada.
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Tirolinas, vías ferratas, puenting, caminatas…
Al día siguiente decido hacer un par de actividades muy populares aquí: tirarme en tirolina y hacer una ruta por una vía ferrata en uno de los cañones del río Pastaza. El precio por las dos actividades, 50 dólares. Cualquiera de las muchas agencias presentes en Baños te ofrecerán estas actividades y muchas más. Además compruebo que cuestan entre 2 y 3 veces menos de lo que me costarían por ejemplo en Costa Rica. Para otra ocasión queda el rafting, la excursión de varios días al Parque Nacional Yasuní en el Amazonas o el ascenso al volcán Chimborazo, actividades que también se organizan desde Baños.
Las tirolinas de San Martín y su vía ferrata no están nada mal. Esos puentes colgantes sobre el cañón del río, el ascenso por la vía ferrata anclada en la pared rocosa y las diferentes tirolinas son toda una experiencia. Pura adrenalina porque cuando termino quedo con ganas de más. Y eso a pesar de que los mosquitos aprovecharon para cometer una masacre conmigo. Mosquitos pequeños, pero cuyas picaduras mantuve de recuerdo durante 3 meses. Por cierto, aprovecho para comentar que todos los guías son unos profesionales con los que te sientes en total seguridad. Y el material es de primera. Cuando regresamos al centro del pueblo veo a un grupo de argentinos colocándose los arneses para tirarse desde el puente de San Francisco. Sí, porque aquí también se hace puenting por si necesitas aportas a tu cuerpo sensaciones todavía más extremas.
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Después de una mañana intensa me voy a estirar las piernas por uno de los muchos senderos que rodean Baños. Decido hacer el de Bellavista que sube por una empinada ladera entre una vegetación casi lujuriosa hasta llegar al Mirador Bellavista. El ascenso es duro por el camino de tierra, pero las vistas sobre el valle donde está enclavada Baños merecen la pena. Mientras tanto el Tungurahua sigue oculto entre las nubes. Mira que es tímido este volcán.
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Empeñado en ver el volcán Tungurahua
Tercer y último día en Baños. Las nubes casi han desaparecido y el sol luce en el cielo. No tengo mucho tiempo antes de tomar el bus para regresar a Quito. O veía el Tungurahua esa mañana o me quedaba con las ganas. Fue entonces cuando decidí tomar un taxi para que me llevara al Mirador Ojos del Volcán situado a más de 2700 m. de altura. Gustavo estaba al volante. Y con él inicié ese corto pero intenso viaje que nos llevó a encontrarnos con esas realidades de la vida que no nos gusta mirar a la cara.
Sí, terminé mi estancia en Baños alcanzando a vislumbrar el cono del volcán Tungurahua rodeado de nubes. Y a lo lejos, hacia el oeste, también la cumbre nevada del volcán Chimborazo con sus más de 6.200 metros. Mientras observaba esos paisajes magníficos con las pequeñas poblaciones a los pies de los gigantes volcánicos, la idea de la fragilidad humana se me hizo cada vez más presente. Un pequeño estremecimiento del volcán, y toda esta vida que veía a mis pies puede desaparecer en unos instantes. Tampoco podía olvidar las vidas rotas en ese accidente de tráfico, uno más, despeñadas por un barranco tras una curva de la carretera. Nuestras vidas que nos parecen tan seguras cuelgan pendientes de sutiles hilos invisibles. A veces, más de las que pensamos, esos hilos se rompen. Entonces intenté recordar si al salir de casa unos días antes me había despedido con una sonrisa y un beso de las personas a las que quiero. Nunca se sabe.
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